El secreto de Maró
Nunca pierde el rumbo la nueva película de Alejandro Magnone, quien tiene el doble mérito de hacer regresar a la pantalla a Norma Aleandro, emblemática actriz del cine argentino, sin remarcar la carga emotiva que tiene este regreso para el cine nacional.
El director se podría haber enamorado de su criatura, haciéndola sobrectuar tal vez, pero la historia fluye por sus personajes, sin caer en lugares comunes, como el choque generacional, o el encuentro entre lo nuevo y lo viejo, o las lamentaciones efectivas del genocidio armenio (o de ninguno). De todas maneras, más allá del aporte de la realización, Aleandro es grande.
La pelicula se ocupa respetuosamente de un tema tan doloroso. Hasta la decada del ´30 del siglo XX al menos, muchas familias armenias llegaron de aquel país escapando de las matanzas y persecusiones que los turcos ejecutaron entre 1915 y 1923. Argentina es el tercer pais con la comunidad mas numerosa de armenios. Conocemos sus barrios, sus comidas, sus costumbres y su insercion cultural. Tambien conocemos de su insistencia en que aquello no quede nunca fuera de la memoria.
Bajo la dulce imagen de Maró, asoma la historia terrible. El momento en que lo narra, como si contara la confeccion de una receta, es loble. Ella es una anciana “chef” que está a cargo de un restaurante venido a menos, en un club tambien venido a menos. El club debe generar estrategias para atraer a los socios, provocar nuevos ingresos. La cocina es el lugar de las amigas y de la tradicio, su amiga Luisa, y una asistente, Rita, forman parte de ese círculo. Maró va y viene con su carro de compras en el rito del recomienzo cotidiano. Aleandro entra y sale de Maró sin titubeos. Tiene 85 años.
Es verdad que todo ocurre en el diálogo, es una película franca con la imagen y la palabra, en ese sentido. Expresa la pugna entre la intención de modernización y el peso de la tradición. Y aunque Maró tiene sus secretos, la pelicula no, y no tiene por qué tenerlos.