Maró (Norma Aleandro, en su regreso al cine después de cinco años) es una cocinera nonagenaria que lidera un restaurante de comidas típicas de un club armenio en el que la acompañan Luisa (Lidia Catalano) y Rita (Analía Malvido). Algo malhumorada y despótica, pero también incansable y dedicada, la protagonista hace cada día las compras de las materias primas y elige con sumo cuidado hasta el último de los condimentos. Pese a la indudable calidad de los platos, los comensales son cada vez menos y Jorge (Manuel Callau), presidente de la institución, les informa que en poco tiempo más deberán cerrar la fonda.
Sobreviviente del genocidio armenio y radicada desde niña en la Argentina, Maró ha escondido desde siempre el dolor por haberse separado de su familia y por no conocer el destino de sus seres queridos. La irrupción de Dina (Florencia Raggi), empleada de la embajada de Armenia que está haciendo un relevamiento, podría darle indicios respecto de qué fue lo que realmente ocurrió en ese traumático pasado.
Este segundo largometraje del director de Subte-Polska aborda, entonces, una doble búsqueda: la de mantener abierto el restaurante (hay algo del espíritu del Juan José Campanella de Luna de Avellaneda y del Marcos Carnevale de Elsa & Fred con el reencuentro de Maró con Minassian, un amor de juventud interpretado por Héctor Bidonde) y la de reconstruir una historia dominada por la violencia, el resentimiento y la angustia. Esta película sobre la identidad, la memoria y las segundas oportunidades está dominada por un tono entre inocente y optimista (aquello de que “nunca es tarde para...”), pero al mismo tiempo resulta demasiado explícita, subrayada, obvia. Solo con buenas intenciones no alcanza.