Sofia Coppola vuelve a retratar un grupo de mujeres encerradas, solitarias y sobreprotegidas, algo que había hecho en Vírgenes Suicidas, Perdidos en Tokio y María Antonieta. Mujeres que sienten que hay un más allá detrás de ese mundo que las ciñe, las condiciona, pero también las predispone. Es la remake de un film protagonizado 40 años atrás por Clint Eastwood. Pero Coppola ahora lo cuenta desde la mirada de ese grupo de mujeres que viven solas en la Academia Farnsworth, una escuela para señoritas del sur, en los finales de la Guerra Civil. Ese lugar recibirá un soldado del norte, herido, que fue encontrado (como estilizando el cuento de Caperucita) por una nena que anda con su canastita buscando hongos en el bosque. La nena llevará al cabo McBurney hasta esa escuela donde conviven cuatro nenas y tres mujeres adultas.
Ellas irán rodeando a ese refugiado (“me gusta ser prisionero de ustedes”) de miradas curiosas y fantasías. Con sus tonos rosados, sus ponientes leves, su clima de falso paraíso (con ángeles que cantan al compás del clavicordio y cenas con velas en medio de bendiciones y miradas) transcurre el devenir de este lobo sitiado que al final cae en brazos de unas señoritas que, en vez de prestarle oído a sus conciencias, sólo parecen escuchar unos deseos que resuenan como esos cañonazos, tan lejos y ruidosos. ¿Qué hacer? ¿Entregarlo, retenerlo? El refugiado ha reavivado los fuegos apagados de la regente, los fuegos recién encendidos de la asistente y los fuegos nuevos de la adolescente. Se lo necesita tanto que es más un peligro que una esperanza. Para algunas puede ser padre, para otras un amor posible, para todas, significa algo. Y Martha, la directora, se dará cuenta (en una escena cargada de erotismo) que sus deseos vuelven mientras limpia a ese hombre que de a poco será cada vez menos sucio y cada vez menos libre. El cuento de hadas empieza a transformarse en un relato perverso, al que le sobra cuidado visual pero le falta sustancia dramática.
Coppola ha transformado la levedad en delicadeza y su cine, más allá de que a veces suene frívolo, ligero y algo suntuoso, nos muestra siempre a mujeres encerradas e insatisfechas, pero dispuestas a probar lo que hay afuera. Ellas son tan prisioneras como este soldado. En el exterior, detrás de sus muros, el peligro atruena. Las caperucitas dudan. La directora enseñará que a veces es mejor hacer a un lado las fantasías libertarias y volver a un encierro protector. Otros lobos las muerden. Pero ellas, ante las batallas que resuenan afuera, preferirán guarecerse en su guerra interior.