La remake del filme de Don Siegel con Clint Eastwood tiene a Colin Farrell como el soldado herido que es llevado a un colegio internado de chicas durante la Guerra Civil. Nicole Kidman, Elle Fanning y Kirsten Dunst encarnan a las mujeres que lo reciben, lo curan y luego se pelean por él.
Esta remake del filme de Don Siegel de 1971, que tenía como protagonista a Clint Eastwood, es una versión más sutil y menos trash de aquella película, con una estética mucho más refinada, acorde a los gustos de la realizadora, si bien siempre dentro de lo que se podría calificar como “gótico sureño”. Es, también, un filme en el que el punto de vista está más corrido hacia las protagonistas femeninas, con el hombre en cuestión (en este caso, Colin Farrell) en un cierto segundo plano. Pero, en general, gran parte de la trama es la misma, sacada de la novela “A Painted Devil”, de Thomas P. Cullinan.
Cuando empieza el filme, estamos en medio de la Guerra Civil norteamericana. Farrell encarna a John McBurney, un desertor del ejército yanqui que está herido en una pierna y que es hallado por una niña en medio del campo. La chica lo lleva al internado en el que vive –el Miss Farnsworth’s Seminary for Young Ladies–, un colegio de señoritas que ha sobrevivido en medio de las batallas y en el que hay solo cinco alumnas, además de Martha, la encargada del lugar (Nicole Kidman) y una maestra (Kirsten Dunst) a la que vemos enseñándoles francés. El problema es que allí son confederados sureños, de los que McBurney es teóricamente enemigo. Pero el hombre está casi al borde de la muerte (además de ser desertor, es un mercenario recién llegado de Irlanda a quien los lados enfrentados de la batalla le dan lo mismo) e igualmente lo rescatan, lo curan y lo cuidan. “El deber cristiano”, que le dicen.
Claro que durante el tiempo en el que John va mejorando en la casa, las chicas se van interesando en él más y más. La dueña, la maestra y la mayor de las alumnas (Elle Fanning), lo hacen de manera sexual, reprimiendo, o no, sus deseos por él. John, en tanto, dándose cuenta de la situación, empieza a tratar de manipularlas a su manera. Es claro que tanto él como ellas están, literalmente, ardiendo de deseo. Y en apenas 92 minutos, Coppola irá jugando con estos intercambios: las chicas lo miran provocativamente, se empiezan a vestir de manera más elegante y se acercan cada vez más a él. Martha le dice a John que apenas esté curado lo dejará ir y él empieza a tratar de manipular el asunto para poder quedarse. Es un tipo que viene de pelear en la batalla y, en medio de una casa cómoda y rodeado de chicas que lo desean, es evidente que no tiene ningunas ganas de irse.
Las que entrarán en conflicto entre sí son las chicas, cuyos planes para con John se chocan también. Y si no vieron el filme original conviene detenerse acá, ya que la película luego se irá volviendo cada vez más un thriller. Igualmente pícaro, sutil y elegante, pero más cargado de tensión y de violencia. Lo que sí quedará claro como diferencia respecto a la película original (además de la ausencia de flashbacks) es que las mujeres no son tanto víctimas de la situación sino que toman sus propias, complicadas y contradictorias decisiones respecto a lo que hacen con John.
Coppola convierte el gótico pulp de Siegel en algo más elegante y prestigioso, y lo que la película gana en “cuidado estético” tal vez lo pierde un poco en términos de virulencia clásica. La realizadora de LAS VIRGENES SUICIDAS –película con la que tiene evidentes puntos de contacto– entrega un producto cuidado en el que no se disfraza ni la violencia ni el erotismo ni el humor pero todo está arropado por una estética más “arty”, que la hará funcionar mejor en el mundo de los festivales pero quizás no tanto comercialmente. Kidman y Farrell vuelven a hacer dupla protagónica después de THE KILLING OF A SACRED DEER y la película también guarda menores pero intrigantes papeles para Dunst y Fanning, dos chicas de diferentes edades y estilos quienes, de distintas maneras, tratan de encontrar algún tipo de salida utilizando a McBurney. O bien, dejándose utilizar por él. Es que el deseo aquí gira sin distinción de sexo ni de edades.