Lo que parecía la oportunidad perfecta para que Sofía Coppola pusiera un pie fuera de su zona de confort y dejara la amabilidad de lado para zambullirse en el lado oscuro y perverso que le ofrecía una remake de The Beguiled, película sobre el poder, la pasión y el deseo con un Clint Eastwood perturbador de principio a fin, resultó una película anémica y sorprendentemente despojada de toda la controversia, la perversión y el interés de la versión de 1971.
El problema –al menos el más notorio– de El seductor se adivina ya en el comienzo, cuando se presenta a la niña recogiendo hongos en el bosque que encuentra al soldado herido y lo lleva a una escuela de mujeres donde lo curarán y mantendrán oculto hasta decidir qué hacer con él, si entregarlo o permitirle quedarse con ellas. El movimiento de cámara que abre la película y nos sitúa en medio de ese bosque humeante no es fluido y resulta bastante molesto. A esto le siguen algunos planos groseramente desempatados fotográficamente con respecto al siguiente, algo que llama la atención en una directora siempre tan cuidadosa con los detalles en la construcción de los planos. Pero sacando los aspectos técnicos y formales que se le puedan reprochar a la película, hay algo que llama todavía más la atención en su cine desde hace varios años: la falta de vitalidad de sus personajes. Después de la maravillosa Perdidos en Tokio, Sofia Coppola fue volcándose progresivamente hacia seres cada vez más fríos y apáticos, como los de Adoro la fama y ahora de El seductor, donde directamente no hay un solo personaje dotado de un costado mínimamente oscuro o al menos lo suficientemente relevante como para que nos interese algo de lo que le pasa.
Así se acumulan secuencias repetitivas –con varios planos calcados de la versión anterior, pero vacíos de contenido– sin ningún agregado o variación que ayude con el avance del relato, que parece despojado de cualquier tipo de perversión que pudiera darle algo de espesor a la trama. A esto se suma la falta de robustez de los personajes y la puesta en escena carente de ideas estéticas y narrativas que opta por detenerse sobre la recargada vestimenta de las mujeres y el decorado de la casa, pero sin el encanto de María Antonieta. Tampoco se aprovecha la posibilidad trabajar el clima de opresión que ofrecen la casa y el encierro del soldado. El clima inquietante y sugerente del film de Siegel nunca se hace presente, ni siquiera en la escena que desata el acontecimiento que cambia el curso de la trama, donde no hay intención de crear tensión ni suspenso.
El seductor tenía todo para permitirle a Sofía Coppola redescubrir su universo personal desde un lugar nuevo, más oscuro y menos cómodo, pero en cambio resultó ser un paso más hacia la vacuidad en su cine.