La nada misma
Nadie que ame al cine pulenta, a ese cine que te aprieta las entrañas desde el más allá, puede parecerle buena esta pobre reversión de qualité de una de las obras maestras de Don Siegel. La Beguiled original te interpela desde la explotación, desde el porno, desde el horror. Siegel fue uno de los pioneros del viejo nuevo Hollywood sesentista y setentista que con sus excelsos ejemplares supo aunar a la narrativa la exposición de infinitas capas de sentido que se desarrollan al mismo tiempo. Múltiples niveles que nos pasman, nos sobrepasan. La vitalidad de aquella película de 1971 se esfuma de la mano de Sofía en un plano. Ya con el inicial sabemos que lo que sigue va a ser esteticismo para maricones. No hay conflicto ni desprolijidades; la imagen que elige Sofía para abrir el relato es la de un cuento de una nenita de preescolar; los arbolitos cómodos, haciendo un pasillo, una entrada a la nada, una invitación al mundo seco, sin sangre ni leche ni flujo, al mundo seco de Sofía. ¿Para qué reversionar algo cojonudo desde la cagonería? Sofía después de esto merece ser olvidada para siempre. Si ni un culo nos muestra, no podemos esperar que toque el temita del incesto que proponía la original. Vivimos una época tristísima; el Hollywood actual refleja (y, a su modo, genera) el avance del conservadurismo político a nivel mundial. La Beguiled de Sofía es una película muerta; y decimos Sofía, así, sin apellido, porque su padre no merece esta continuación. Su sadismo es mil veces más hijo de puta que el de Siegel o el de los escritores, porque el suyo mutila la obra.
La coppolita borra de un plumazo no sólo la sangre (sólo hay un plano horrible de una herida en el inicio que incluso queda fuera de lugar por el tono posterior) sino también el conflicto racial, a través de la decisión de eliminar en su versión al fundamental personaje de la esclava negra. Del mismo modo, a lo bestia, borra con su grandota goma del buen gusto los problemas que traía la guerra incluso a los que eran de tu mismo bando, mediante la eliminación de la gran escena en la que las chicas sureñas están a segundos de ser violadas por soldados rebeldes. La trama sigue la historia original sólo cronológica y superficialmente. Y no pedimos que Sofía haga la misma película que Siegel y sabemos que seguramente quiso realizar una nueva adaptación de la novela de Cullinan y no una remake, pero es imposible para nosotros no compararla, sobre todo por la potencia y la importancia de la primera adaptación. Como bien menciona Emiliano Fernandez en este mismo sitio, la película responde, en parte, a algunas obsesiones de la cineasta. El enfado no es por su decisión de hacer una nueva versión sino por la tibieza con la que es tratado todo. Tibieza conjugada con la tácita censura actual hollywoodense que en este caso no parece presentarse como un pedido de los productores o los estudios sino como una decisión de la directora de no querer incomodar a nadie. Asistimos a un nuevo episodio de un cine que no tiene nada para decir. Por suerte, Donald Siegel y Clint Eastwood no tuvieron miedo de sumergirse en el infierno.