La fascinación de Sofía
Sofia Coppola vuelve a poner sobre el lienzo uno de los temas candentes en su filmografía como es la exploración de la feminidad, esta vez adaptando The Beguiled (1966) de Thomas P. Cullinan, a su vez trasladada a la gran pantalla en una tosca versión a cargo de Don Siegel y con la rudeza de Clint Eastwood encabezándola.
Tras la poco inspirada y casi autoparódica The Bling Ring (2013), un remake podría parecer la peor opción para desviar los pensamientos del público ante un posible signo de agotamiento de su autora, pero lo cierto es que La seducción aporta no sólo una nueva perspectiva con halo feminista a la historia de Cullinan, sino que además permite a Coppola explorar nuevos caminos en su filmografía, sin perder de vista la esencia que la lanzó al reconocimiento planetario.
A diferencia del tratamiento masculinizado con el que Siegel abordó la obra de Cullinan, Coppola es fiel a sí misma y filtra el relato a través de las miradas de las integrantes de una escuela femenina en la Virginia de la Guerra Civil estadounidense. Las ópticas de la infancia, la adolescencia, la juventud y la madurez de la mujer se intercalan en este fresco acerca de la supervivencia y la fraternidad femenina en tiempos revueltos, en los que la batalla traspasa los muros de la casa y se instala entre los intereses personales de las inquilinas. Así pues, los dilemas morales internos de los personajes y los enfrentamientos interpersonales causados por la fascinación que despierta el soldado norteño interpretado convincentemente por Colin Farrell entre las mujeres sureñas de la casa funcionan como metáfora de la contienda bélica que se desarrollaba entonces en el país.
Pero la paranoia en la que viven sus personajes, especialmente el de una imponente Nicole Kidman y el mismo Farrell, sirven para conectar La seducción con nuestro presente, en el que la desconfianza y la obsesión por el permanente estado de alerta hacen estallar conflictos que serían evitables con otras conductas. Pero, estas debilidades son parte de la constitución del carácter humano y, precisamente, el film indaga en las varias formas que tienen los personajes de afrontarlas o rendirse ante ellas.
Coppola revela su discurso desde un distanciamiento, contención y frialdad coherentes con la rigidez y la opresión a la que son sometidos los sentimientos y pasiones de los personajes, en un giro formal en su filmografía que se aleja de ciertas tendencias pop anteriores, como puede ser el pastiche o los anacronismos de María Antonieta (2006), pero sin dar la espalda a su sello: una atmosférica banda sonora de Air, la importancia del detalle o el reclutamiento de antiguas pupilas cum laude como son Kirsten Dunst o Ellen Fanning, entre otras huellas.
Una mezcla de contemporaneidad y clasicismo que, si bien peca de poco sorpresiva por momentos, es erigida de forma sólida gracias a la precisión de una cineasta que se encuentra ya de lleno en su madurez creativa. Porque, en cierto modo, La seducción podría ser el reverso señorial de esas alocadas y frescas Vírgenes suicidas (1999) que Coppola ideó en sus veintitantos. Más ambiciosa y más minuciosa que aquella, también algo más encorsetada, pero siendo las dos una celebración de la feminidad en su complejidad, en lo bueno y en lo malo.