Dirigido y escrito por Luciano Zito, El señor de los dinosaurios es un documental que gira en torno a Jorge “Cacho” Fortunsky, el artista que, entre otras obras, diseña los imponentes dinosaurios del parque temático de Castex, en La Pampa.
“Nací artista, no ladrón”, se define Fortunsky. No obstante no es fácil vivir de eso y mucho menos habiendo nacido en un pequeño pueblo. Por eso no lo hace considerándolo una salida laboral, pero es un artista porque es algo que lleva dentro y nunca es fácil vivir escapándole a lo que somos, a lo que nos corre por las venas. Nacido y criado en Castex, de joven siente que no encuentra otra opción que la delincuencia. Hasta que va preso y es encerrado muchos años. Una condena que considera injusta teniendo en cuenta que se trata de delitos menores.
No obstante lo que podemos predecir desde aquel momento no sucede, porque a lo largo del relato vamos descubriendo que no estamos ante la típica historia de redención o de salvación a través del arte.
En El señor de los dinosaurios Jorge va reconstruyendo su historia y el largo camino que lo llevó hasta donde está hoy. Un pasado de constante reincidencia en la delincuencia porque no obtiene un apoyo ni económico ni social. Esta reconstrucción es ejercida por la propia voz del artista y con las imágenes animadas que narran las escenas que él cuenta, pero también con las imágenes de aquellos lugares hoy, como el campo donde se refugió como prófugo de la Justicia y de un impulso talló un Cristo que luego se convertiría en una especie de ícono sobre todo para él mismo, justo antes de que la policía lo atrapara otra vez.
Es que lo vamos a ver a Jorge (aunque sea a través de una secuencia animada) reincidir constantemente en la delincuencia al no encontrar la solvencia económica que necesita pero también como una especie de protesta. Dos vidas paralelas: el artesano y el delincuente, porque una sola no es suficiente.
La animación es uno de los puntos más fuertes que tiene el film. A nivel estético le impregna un estilo propio. Fuera de eso, nos estaríamos encontrando más bien un documental convencional.
En cuanto a estructura, es el propio Jorge el que va buscando reconstruirse, el que recorre e interroga. Así vuelve a ciertos lugares, a ciertas personas. Por eso no es la única voz que narra, está su madre, están sus hijos, está el ex juez de Santa Rosa que explica que las cosas en aquel momento eran muy distintas, o el sacerdote que quedó con el pedazo de tronco con el Cristo tallado para la Capilla San Cayetano.
Es un camino largo el que recorre y recorremos junto a Jorge. De idas y venidas donde queda clara la idea del director de contar esta historia, la de reflejar una compleja cuestión social, la de las oportunidades que no se dan en igualdad de condiciones.
Si bien, como dijimos, no estamos ante una típica historia de salvación a través del arte, éste sí está ahí y sí resulta imprescindible. Porque es a través de él que Jorge encuentra las ganas de trabajar, las ganas de hacer y, finalmente, el reconocimiento. Y se ve plasmado en el Parque de la Prehistoria de Eduardo Castex, aquel en el que descansan sus obras más ambiciosas y enormes. Jorge nunca va a ser rico viviendo de esto pero no es eso nunca lo que busca. Es poder vivir de una manera digna.