A los dos minutos de iniciada la proyección de "El séptimo hijo" uno ya puede ir advirtiendo por qué carriles se manejará la historia. Cuando aparezca en escena, Gregory, el ancestral guardián interpretado por Jeff Bridges, se sabrá que a la historia le costará mucho mantener su seriedad.
Tendremos entonces una historia típica de hechicerías, brujas, magia, y protectores de la humanidad en un tiempo remoto. Género que a Hollywood le ha encantado, y que brilló allá hace aproximadamente treinta años, durante los ’80.
"El séptimo hijo" pareciera tomar la vara de esa herencia, por supuesto, adaptándola. Tiempos lejanos, los "Espectro", guardianes de la humanidad frente a la hechicería, se encargan generación tras generación de protegernos del arribo de seres que abrazaron el mal y quieren dominarnos.
El anciano Gregory es uno de ellos, durante años ha librado una batalla con Madre Malick (Julianne Moore con una curiosa incapacidad para salir mal en pantalla, brilla aun en los roles más indignos) a la que ha logrado encerrar en un calabozo subterráneo. Pero la malvada bruja escapa de su letargo como un dragón y la batalla comienza otra vez.
Mientras tanto, Gregory va en busca de su sucesor, que debe ser el séptimo hijo de un séptimo hijo, y encuentra al joven Tom Ward (Ben Barnes) al que tratará de instruir en el arte de la batalla. Pero Malick tiene varios ases debajo de sus infinitas uñas, su lacaya Bony (Antje Traute) es madre de la joven Alice (Alicia Vikander), a quien Tom salva de ser ajusticiada públicamente por bruja (cosa que en efecto es) provocando que se enamoren y predestinados por el fuego azul.
Así, Alice se convertirá en una tentación para Tom, y por más que ambos se resistan, ella deberá luchar contra su destino de bruja y él intentará frenar sus instintos para no caer frente al poderío de Malick. Las comparaciones con "Star Wars", son muchas y obvias; hay un joven tentado por el amor, que descubre un destino de guardián, un anciano que intenta dejar su legado y enseña a su aprendiz en una cueva, hasta se habla de lado oscuro; es más, Bridges se tomó tan al pie de la letra estas similitudes que su Gregory habla y construye frases igual que el gran Yoda.
Sin embargo, esto no es lo que más ruido hace en esta adaptación cinematográfica de la saga literaria de Joseph Delaney “El último aprendiz”. A primera vista uno advierte que "El séptimo hijo" no fue pensada como un gran tanque que rompa todas las taquillas, sus ambiciones son más bien escasas; pero por otro lado hay en su producción un intento permanente de parecer más grande de lo que es.
Las películas de hechicerías han hecho las delicias del bajo presupuesto en la década antes mencionada, films que guardaban cierto encanto y carisma resolviendo todo de modo artesanal, sin necesidad de preocuparse porque se vieran los hilos. Esto es lo que se extraña en el film de Sergey Bodrov, director de la recordada "Prisionero" en la montaña.
En un tono medio permanente, hay abundantes efectos especiales que no logran destacarse (al igual que el uso del 3D) en medio de una historia que pedía más libertad. Así, Bridges y Moore al no tomarse muy en serio sus roles resultan lo mejor de la película, en contraposición de Barnes y Vikander que no transmiten emoción a la pantalla.
"El séptimo hijo" no llega a ser un total despropósito porque hay en ella cierto juego que nos recuerda a películas mejores, ahí, cuando deja de intentar ser actual gana espacio y se hace más convincente. Cuando todo lo que vemos es “magia” digital, lo construido se desmorona.