“Tenemos que dejar de adaptar sagas para jóvenes adultos, por lo menos, dos años”. Sí, algo bastante parecido a lo que dijo Barrionuevo, una costumbre adoptada por Hollywood que, en la mayoría de los casos, no rinde ningún fruto. ¿Se acuerdan de “Eragon” (2006)? ¿De lo mala que era? Bueno, “El Séptimo Hijo” (Seventh Son, 2014) va por ese mismo camino y no hace absolutamente nada para remediarlo.
Por cada adaptación exitosa, aparecen un sinfín de bodrios que sólo atraen a los fanáticos. Nadie puede culpar a los estudios cinematográficos que ven los logros conseguidos por franquicias como “Los Juegos del Hambre”, “Divergente” o “The Maze Runner” (ni hablar de Harry Potter) e intentan copiar esta fórmula hasta el hartazgo.
Los amantes de las aventuras fantásticas sin muchas pretensiones estarán de parabienes con esta versión de la primera entrega de la serie literaria “El Último Aprendiz” (The Wardstone Chronicles) del autor inglés Joseph Delaney. Una típica historia sobre la lucha del bien contra el mal, que podría haber tomado nota de exponentes del género más oscuros e interesantes.
Pensar que el director ruso Sergei Bodrov es responsable de “Mongol” (2007) -nominada al Oscar a Mejor Película Extranjera- y uno podría esperar una obra de mejor calidad (tanto desde lo visual como lo narrativo), un poco más de dramatismo y hasta mejores actuaciones, teniendo en cuenta que el elenco está conformado por grosos como Jeff Bridges, Julianne Moore y Djimon Hounsou.
Jamás me atrevería a insinuar que estos monstruos de la actuación lo hacen mal, pero si el guión de Charles Leavitt, Steven Knight (¡no, no puede ser él!) y Matt Greenberg ya viene mal parido, no hay nada que puedan hacer para salvar las papas, aunque tampoco se entiende las sobreactuación y los extraños acentos que le impusieron a sus personajes.
Nadie tiene la vaca atada. “El Séptimo Hijo” tiene todos los elementos clásicos de este tipo de historia al punto de la previsibilidad y, en vez de tratar de convertirla en un producto más oscuro y maduro, termina siendo un cuentito “de hadas” bastante aburrido e infantil.
John Gregory (Bridges), también conocido como el “Espectro” -último sobreviviente de una antiquísima orden mística-, se dedica a combatir las fuerzas oscuras que acechan sobre este mundo. Como el tipo no puede hacerlo solo anda en busca de un asistente que, como sus antecesores, debe ser el séptimo hijo de un séptimo hijo (varón, obviamente). Ahí es donde entra el joven e inexperto Tom Ward (Ben Barnes, el príncipe Caspian de “Las Crónicas de Narnia”), que abandona su aburrida vida de granjero para convertirse en el nuevo aprendiz. El muchacho, que ya viene cargado con algunos extraños poderes, tendrá la tarea de ayudar a su “maestro” a hacerle frente a Madre Malkin (Moore), la reina de todas las brujas, que logró escapar tras años de cautiverio, impuestos por el hechicero, y ahora pretende reunir a una ejército de aliados sobrenaturales para destruir a los humanos.
Mucha magia, criaturas fantásticas, un poquito de romance (que nunca debe faltar) y efectos que no maravillan para una nueva saga que, de seguro, pasará desapercibida y nunca jamás veremos una continuación. Por suerte, sus realizadores se aseguraron de cerrar esta parte del relato sin dejar muchos interrogantes para el espectador. Por las dudas, si creen que algo de todo esto no tiene el menor de los sentidos deben saber que “un hechicero lo hizo”.