Baratijas por oro
Dragones, monstruos gigantes, fantasmas, hechizos, brujas y demás elementos y criaturas de la fantasía que mezclen el relato medieval con la aventura han sido revitalizados a partir del éxito que significó la saga de El señor de los anillos de Peter Jackson o, también, ese inventario fantástico aplicado al subgénero escolar que fue Harry Potter. Al igual que ocurrió en los 80’s, donde -un poco antes- Star Wars dio paso a una nueva exploración del territorio fantástico, gran parte del mainstream actual está constituido por estas películas que apuntan al público joven y un poco al adulto, al incluir intérpretes reconocidos como Jeff Bridges o Julianne Moore en el caso de El séptimo hijo, floja adaptación del primero de los libros creados por Joseph Delaney que dirigió el ruso Sergey Bodrov.
Hay una diferencia sustancial entre estas películas y aquellas cocinadas hace tres décadas, y tiene que ver con el uso de la tecnología. Mientras en films como El cristal encantado o Laberinto Jim Henson elaboraba con un claro perfil artesanal ese mundo de ilusiones y magia, ahora el CGI apunta a un verismo un poco exacerbado -también estaban las más crasas Conan, que al menos se sostenían por su alto grado de autoconsciencia-. Las imágenes generadas por computadoras han sido un gran invento para el cine, porque se puede pensar en cualquier imagen y luego crearla. Pero, también, eso significa un límite. Porque se educa al ojo del espectador de tal manera, que no se resiste cualquier imagen. A El séptimo hijo le pasa eso un poco.
A pesar de contar con un director dos veces nominado al Oscar en el rubro film extranjero, un elenco sumamente competente (Bridges, Moore, Olivia Williams) y especialistas reputadísimos en diseño de producción y efectos especiales como Dante Ferretti y John Dykstra, respectivamente, El séptimo hijo luce como una baratija, la joya menos atractiva de este baúl repleto de historias fantásticas que Hollywood ha abierto hace algo más de una década. Sus imágenes, esas transformaciones en dragones y demás efectos, lastiman el ojo del espectador al hacer evidente el truco: la película parece un telefilm berreta. Y ante la falta general de humor que exhibe la historia, estos detalles se vuelven demasiado importantes. No hay clase B ni autoconsciencia aquí, apenas una producción de mediana categoría queriendo pasar por tanque de acción y aventuras.
Aún cuando las películas de Peter Jackson son un tanto artificiales, lo importante ahí es ver cómo el director adapta la fuente original. O al menos lo era en tiempos de El señor de los anillos, ya que El hobbit resultó un fiasco impensado. Bodrov pone la cámara pero le resta estilo, su mirada carece de la gracia y la picardía de la aventura, y llamativamente su carta principal, la de Jeff Bridges, luce en piloto automático, aburriendo con su rol de borrachín buena onda: su cazador de brujas es como aquel personaje de Temple de acero, pero sin la carga trágica. Pasando por la aventura, el horror gótico, las películas de aprendizaje y las historias de espadas y caballeros, El séptimo hijo no funciona en ninguna de ellas. Y le suma el respeto a la fuente original, ese gran lastre del presenteque no para de basarse en libros antes que crear sus propias historias.