Sergei Bodrov adapta al pie de la letra la saga adolescente de libros “El último Aprendiz”, de Joseph Delaney, y que con “El séptimo hijo” (USA, 2014), intenta emular aquellas aventuras épicas y fantásticas empapadas de misticismo relacionadas a la brujería y la hechicería y que durante muchos años llamaron la atención de los productores de Hollywood.
Y en este caso el problema no es tanto cómo Bodrov llega a imaginar al producto, lleno de efectos especiales y con una reproducción de estereotipos claros y básicos, sino en cómo plasma ese imaginario en los actores y el hilo narrativo o planteo de las situaciones.
Hay un denodado esfuerzo por parte del protagonista (Ben Barnes), con muy poco carisma, de poder trascender las esquemáticas y básicas acciones y diálogos que le tocan, pero en el camino no puede superar siquiera el trasfondo y la ubicación de su actuación en el marco y el contexto toda la trama.
“El séptimo hijo” cuenta, para resumir, como un “espectro”, alguien que dedica su vida a eliminar de la Tierra los malos espíritus y hechiceros, llamado Gregory (Jeff Bridges), necesita legar su conocimiento a un aprendiz.
Con mala suerte (todos los aprendices anteriores han fallecido en el intento de seguirlo) finalmente encuentra en Tom (Barnes) el séptimo hijo del séptimo hijo, a un asistente a quien deberá poner al día en el maravilloso mundo de las artes oscuras y cómo combatirlas, todo esto para evitar que una ancestral bruja llamada Malik (Julianne Moore) asuma como reina de las tinieblas y subyugue bajo su poderío a toda la población.
Pero para complicar aún más las cosas, Tom conocerá en su camino de aprendizaje a una joven llamada Alice (Alicia Vikander) quien no sólo lo enamorará sino que además lo acercará inesperadamente al “lado oscuro”, sin que él lo sepa, por su peligrosa cercanía con Malik.
Además entre Gregory y Tom, mas allá de luchar con las fuerzas oscuras todo el tiempo, se generará una dinámica basada en la enseñanza/aprendizaje y la transmisión de información que recaerá en una resistencia por parte del joven por cometer las acciones que su maestro le dice y que sólo hacia el final, y por un instinto de supervivencia, desembocará en el asumir un rol para el que Tom no estaba preparado (pese a sus “alucinaciones premonitorias”), pero que es inevitable que lo haga.
“El séptimo hijo” posee un trabajo de imagen que estiliza las acciones y las transiciones, como también las obvias situaciones que presenta a los actores, y que básicamente en tomas aéreas y travellings, le permiten a Bodrov subsanar algunos saltos de continuidad y ubicar la acción en las escenas. Pero además, y explorando el 3D, algo que eleva un poco el nivel de la propuesta, hay una fuerte puesta en imágenes de todo el universo mágico que Delaney creo para la saga de “El último aprendiz” y que ha atrapado a una infinidad de lectores desde finales de los años ochenta del siglo pasado.
No es “El Séptimo Hijo” la mejor película que se pueda ver para entender el enfrentamiento entre el bien y el mal, con una imaginería relacionada a la brujería, hechicería y seres fantásticos que luchan para conseguir su lugar en la Tierra, pero las actuaciones de Moore y Bridges, bien valen el esfuerzo para intentar meterse en una historia que no termina de cerrar por ningún lado y que hará escapar de la sala como por arte de magia a más de uno.