Una más del montón
En la línea de las exitosísimas sagas basadas en los clásicos de J.R.R. Tolkien El señor de los anillos o El Hobbit (Peter Jackson) y bajo la fiebre de la serie de HBO Game of Thrones, que explora muy bien el género, el director Serguéi Bodrov- responsable de El prisionero de las montañas (1996), nominada al Oscar en la categoría mejor película extranjera- presenta su nuevo trabajo, El séptimo hijo. La película corresponde a una trasposición de la novela El aprendiz del espectro, primer libro de Las crónicas de la piedra de Ward, una serie de 13 novelas, del inglés Joseph Delaney.
En El séptimo hijo, Tom Ward (Ben Barnes) es un granjero de un lugar y un tiempo que nunca son explicitados, teñidos de un imaginario medieval, en el que existen los dragones y otras criaturas extraordinarias. No es cualquier granjero a pesar de su aspecto común y silvestre, sino el séptimo hijo de un séptimo hijo, tal como lo expresa el título, pero además fue concebido por una bruja. Por eso Tom es especial, tiene visiones del futuro, pero no sabe cómo se ordenarán las fichas de su destino. Un buen día, Master Gregory (Jeff Bridges), cazador de brujas profesional, lo recluta para combatir contra las fuerzas oscuras de Malkin (Julianne Moore), aquella bruja que aparecía en las visiones de Tom.
A pesar de contar con todo el peso de la industria en términos económicos -efectos visuales diseñados por John Dykstra, el mismo de Star Wars; espectáculo de tomas aéreas del paisaje canadiense, donde se rodó-, El séptimo hijo no alcanza a ser un plato fuerte de este género.
Tal vez se deba a la falta de solidez del guión, que no termina de justificar las acciones de los personajes de manera consistente, lo que impide entender las razones que los movilizan. Tal vez sea porque los actores Bridges y Moore no alcanzan nunca su nivel más alto.