La uruguaya El sereno (2017) es una interesante incursión en el terror psicológico que, aunque transita algunos tópicos previsibles del género, redondea un film efectivo y contundente.
La historia comienza cuando Fernando (Gastón Pauls) es contratado como sereno nocturno en un galpón en proceso de desmantelación. Con puntos de contacto con El resplandor (The Shining, 1980), en donde el personaje de Jack Nicholson era contratado para cuidar un hotel solitario en la montaña, El sereno confronta en la inmensa locación una serie de fantasmas asociados a los traumas del pasado del protagonista. Hay también una zona donde está prohibido pasar (la habitación 237 en la película de Stanley Kubrick) que será el detonador de la realidad paralela.
El film de Oscar Estévez y Juacko Mauad funciona como un mecanismo de relojería, plantando pistas para que el espectador junto al personaje de Pauls, en quién está anclado el punto de vista, vaya resolviendo el enigma. El galpón, la locación de la cual Fernando es sereno, es el otro gran protagonista de la película. “Es un laberinto” dice el personaje de un eficaz César Troncoso al contratarlo como sereno del lugar, en una clara alegoría a las zonas oscuras de la mente, a las que Gastón Pauls queda inmerso.
La iluminación, sonido y puesta son claves a la hora de crear un clima de tensión constante, lo mejor de la película. Cada recoveco del galpón, cada personaje, traza cruces con el pasado traumático del protagonista que retorna una y otra vez a su húmeda habitación (en otra referencia cinéfila a Stalker, La Zona de Andrei Tarkovski). El tiempo reiterativo marcan el limbo en el que se encuentra Fernando, un no lugar en un no tiempo.
Quizás pueda criticársele al film, que sus intenciones de sumergirse en el atormentado pasado del protagonista son evidentes desde el comienzo. Pero la película se aparta sobre el final de los lineamientos previsibles para cerrar el relato sobre otro escenario aún más cautivante.