La verdad acerca de los perros y los gatos
La película de Michel Leclerc narra el encuentro entre Baya y Arthur, a través del esquema clásico de personalidades opuestas que se terminan uniendo sentimentalmente. El telón de fondo son las batallas ideológicas de la historia francesa contemporánea.
Baya Behmahmoud (Sara Forestier, la otrora adolescente de Juegos de un amor esquivo, L’Esquive, Abdellatif Kechiche, 2003) es la hija de un matrimonio compuesto por un inmigrante que vio a su generación resistida por los franceses y una nativa de clase alta contestataria, comprometida con los derechos humanos. Producto de un abuso que sufrió cuando era niña, mantiene una conducta sexual enfermiza empleada para “hacer el amor y no la guerra”. Tergiversando el lema del Mayo Francés, cree que acostándose con cuanto derechista tenga en frente conseguirá “transformarlo”. Arthur Martin (Jacques Gamblin) es un científico que le lleva unos cuantos años a Baya. Ella siente que por tener un nombre común (hay más de 10.000 Arthur Martin en Francia) seguramente es un conservador hecho y –valga la redundancia- derecho. Y algo de eso hay, aunque su veta conservadora esté relacionada más con sus padres que con él mismo.
El significado del amor (Le nom des gens, 2010) es un filme paradojal. Para construir una crítica de los estereotipos e intolerancias de la sociedad francesa, en varios momentos simplifica el conflicto, produciendo que ese mismo espíritu revisionista devenga cliché. Más allá de este defecto, la película explora todos los ingredientes de la estructura de “gatos y perros”, tan bien cultivada por Hollywood. Y en varios pasajes acierta, porque la pareja protagónica le aporta todo el timming e histrionismo que el género reclama. Forestier ilumina la pantalla, superando algunas secuencias que bordean lo inverosímil, como aquella en la que deja plantado a Arthur y regresa completamente desnuda, sin siquiera haberlo notado.
Lo mejor de la película está en el comienzo. Leclerc incluye elementos más experimentales, como los monólogos de los personajes dirigidos al espectador, que potencian la cualidad de relato dilemático, capaz de interpelar a los franceses de modo directo sobre sus conflictos étnicos y políticos. Hasta la media hora, el realizador invita a “incomodar” sutilmente a la platea. Pero más tarde, cuando el romance se precipita, la película parece borrar con el codo lo que escribió con la mano.
Buena parte de la cinematografía europea cae en ese problema. Tal vez en un filme como El significado del amor la comicidad amenice la corrección política, la necesidad de restaurar el status quo que inicialmente se ponía en entredicho, mostrando la hipocresía de la sociedad. Pero ese mismo tono cómico es el que finalmente cede, ante la necesidad de Leclerc de abandonar el discurso socarrón e irreverente por otro más “solemne”, cuando la sub-trama de la familia de él cobre un protagonismo innecesario, revelando secretos y mentiras relacionados con ese pasado que los padres de ella asumen con orgullo, mientras que los de él no. Pese a ello, si el espectador valora los méritos, el saldo sigue siendo positivo, aunque a la salida del cine pensemos en el film que pudo haber sido algo más que una comedia pasatista.