Terror en gestación
El Silbón: Orígenes (2018) toma su nombre y su historia de un personaje legendario venezolano. Según la leyenda, es un alma en pena que quedó vagando en el éter luego de que lo mataran por asesinar a su padre abusivo y hoy se dedica a vengarse de tipos jodidos y a perseguir mujeriegos y borrachines. La ópera prima de Gisberg Bermúdez, coproducción venezolana/ mexicana/ norteamericana, cuenta por un lado el origen del Silbón durante el Siglo XIX, y, por otro, una historia familiar actual que transcurre en paralelo y en el mismo pueblito rural donde ocurrieron los hechos originarios de la leyenda.
Tal como en Profondo Rosso (1975) del maestro Argento, The Ring (2002) o Deadly Night Silent Night (1984), y como en tantas otras películas de terror, una niña perturbada dibuja asesinatos. De todos modos, no hay en El Silbón: Orígenes aspiraciones de homenajear a obras puntuales del terror sino de representar una historia del propio folklore mediante elementos del género. Algo que hicieron, a grandes rasgos, diversas filmografías pero, sobre todo, la japonesa, si pensamos en el cine de terror relacionado a los espectros. El padre de la nena es la figura análoga del presente al padre del Silbón, el eco que permite la vigencia de la leyenda. La película se divide entre esa historia de un presente que luce atemporal y con más pericia fotográfica que narrativa, y una reconstrucción histórica teñida de marrón donde se encuentra la potencia que por momentos falta en su refracción.
Que se estrene en nuestra cerrada cartelera una película venezolana y que además sea una de terror, es toda una rareza. Sin embargo, hace unos años se estrenó en nuestro país La Casa del Fin de los Tiempos (2013), también una ópera prima y, supuestamente, la primera película venezolana de horror de la historia. Tal como pasaba en aquella, el gran problema de El Silbón: Orígenes no pasa por la parte técnica ni por la construcción de ciertos lugares comunes del terror como algunos golpes de efecto, sino por el tratamiento algo solemne de las escenas. De todos modos, en ambas películas se percibe que aunque no haya una tradición nacional en el cine de género, hay mucho conocimiento sobre determinados recursos del suspenso y el terror, así como un público local para los formatos (tal como demostraron los buenos números de la mencionada película del 2013 en Venezuela). El Silbón: Orígenes se suma a los esfuerzos del horror latinoamericano que se sigue gestando sin industria ni tradición que lo respalde.