La memoria de una familia suele estar en las fotos. Las que se guardan durante años y luego circulan de generación en generación (si no ocurre que alguien se deshace de ellas antes). Ayer en papel hoy digitales, aunque las formas de tomarlas y de conservarlas cambia, las fotografías persisten en ese “haber estado ahí” barthesiano que el tiempo se ocupa de congelar.
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También están las filmaciones familiares, cosa que en alguna época era cosa exclusiva de cierta clase social que disponía del material para hacerlo: cámaras de super8, a veces de 16 mm, luego los vhs, las digitales, hoy los celulares.
La memoria familiar materializada en estas imágenes fotográficas o audiovisuales resulta ser el lugar simbólico donde yace una historia personal o grupal, que podríamos comparar en términos pequeños con la historia de una Nación. Es que la aparición en los últimos 20 años de los archivos familiares, o las colecciones fotográficas personales han adquirido un valor que incluso va más allá de esa memoria particular, en tanto recuparan parte de los modos personales, o sociales de un país.
Tambien ha proliferado un cierto cine, tal vez un subgénero a esta altura y creo que el found footage ha ayudado mucho a esa operación, que suele darse en algunos documentales sobre ciertos modos de leer las imágenes buscando restos e interpretaciones arqueológicas de un pasado real histórico hecho de comportamientos, secretos, veladuras.
En el FIDBA había visto y comenté aquí la notable Ainhoa, yo no soy esa, un documental chileno realizado en base al trabajo sobre un enorme archivo familiar; el documental se focaliza en contar la historia de una joven en cruce con sus diarios personales. Una historia fuerte que tiene tantos rincones como el material que releva. Incluso Carolina Astudillo, su directora, se da el lujo de hacer paralelismos con su propia historia y la de su país.
Me toca ver ahora el documental de Agustina Comedi, El silencio es un cuerpo que cae, que Fernando Caruso vio y comentó en Leedor a raiz de su exhibición en el ultimo FICIC, y que se estrenó la semana pasada en la Sala Lugones.
La cordobesa Comedi encuentra en filmaciones realizadas por su padre mayormente en Super8 durante largos años, una historia oculta que quedó plasmada en cientos de reuniones familiares, canciones infantiles, cumpleaños, anuncios de boda, vacaciones en Marruecos o Disney , y que se propone desenvolver, sacar a la luz 20 años después de la muerte absurda del padre cuando cae de un caballo.
Los primeros minutos de El silencio es un cuerpo que cae los ocupa la tomas de un cuerpo de mármol, el del David de Miguel Angel, en el que no tardan de aparecer la familia. Así mostrado podría ser un video turístico como cualquier otro, y seguramente el espectador irá olvidando esa toma cuando se adentre en la historia, sin embargo si se las repiensa el David, en la Academia de Florencia y su mujer y su hija, resultan ser una síntesis de dos deseos concentrados que el film se ocupará de ir revelando.
A esos deseos se ingresa a través de una frase bien contundente: “Jaime era un hombre distinto, especial, una especie de Mesías.” Como si fuera posible un ser humano así, Comedi tiene claro que esto no es más que un punto de vista: la manera en que los otros ven a su padre tiene palabras más concretas y otra frase motivadora: “Cuando vos naciste, una parte de tu papá murió para siempre”.
Tratar estéticamente algunos inserts como si fueran imágenes “antiguas” bajo el formato de super8 es uno de los hallazgos de este notable documental: igualar con el significante las dos vidas de Jaime intensifica su coherencia. Ser militante político, formar parte de la comunidad gay y ser un padre de familia todo eso puede caber en un solo hombre. Para que la sociedad lo acepte depende de la época, claro. Y no eran tiempos los años 70 y 80 ni para lo primero ni para lo segundo: las vacaciones, las reuniones familiares van dando ugar a los los testimonios de los hombres y las mujeres que lo conocieron que van revelando sus propias experiencias. Es verdad que los tiempos cambiaron. Jaime tuvo que formar una familia heterosexuall para seguir su deseo de ser padre.
Agustina Comedi tiene en sus manos una historia y un material fascinante, la historia de su padre, muerto por una muerte absurda: un cuerpo que cae de un caballo y deja solamente silencio, como cuando se cae una cámara al suelo y se corta abruptamente una filmación. Tambien es la historia de toda una generación de la comunidad lgbtiq, sumida en el silencio y la marginación.
Para terminar con todo esa coherencia, el final Agustina niñita responde una pregunta que le hace su madre, tras lo cual dedica El silencio es un cuerpo que cae a Jaime, con amor.