Este notable documental cubre tres décadas de la historia argentina a partir de los materiales de archivo grabados por el padre de la directora, un hombre que atravesó los momentos más conflictivos del país entre los ’70 y los ’90 y que dejó testimonio de una vida muy particular. Un film personal y político.
Son tantas las grietas, las puertas (y ventanas) que se abren en este documental que al terminar uno tiene la sensación que ameritaba ser convertido en una serie o en una película el doble o triple de larga. Es que la opera prima de la cordobesa Comedi trabaja sobre demasiados temas fuertes, inquietantes, personales y emotivos que da la impresión que cada uno de ellos podría desarrollarse mucho más. Pero no es cuestión de quejarse por lo que falta sino celebrar lo que hay: EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE es una de las mejores películas del BAFICI y una que ameritaba un lugar más visible en el festival, uno que diera pie a muchos más debates y discusiones que esta película generará. O debería hacerlo.
En principio se trata de un diario familiar. O, de alguna manera, de dos. Uno, de la directora, rememorando a su padre. El otro, de su propio padre, quien mientras vivió grabó muchísimo material en VHS (y algo en Súper 8 o eso parece) y dejó allí un esquivo retrato de su propia vida. Esquivo porque uno no tarda en saber que Jaime, el padre de la realizadora, fue gay y en un momento de su vida (a los 40 años) decidió casarse con una mujer, tener hijos y seguir manteniendo oculta/secreta su homosexualidad. Y sus videos, la mayoría de esta “nueva etapa”, requieren de algún modo ser leídos en esa clave, con ese fundamental dato. Y que murió joven. Muy joven.
Para no spoilear lo que son una serie de sorpresas no daré muchos detalles de las continuas, duras y por lo general bastante tristes revelaciones sobre la historia de Jaime, que fue militante de izquierda en los ’70 y, al momento de morir, ostentaba una muy sólida posición económica, o al menos eso permite pensar por la cantidad de viajes por el mundo que hacía en familia. Solo me parece importante destacar que la película transforma esa historia que en principio parece muy particular y propia en una exploración de algunos episodios quizás no del todo debatidos del pasado argentino de los ’70 a lo ’90.
La película abre muchas preguntas y no busca (ni lo intenta) cerrar todas. Hay una película sobre la homofobia de la militancia de izquierda en los ’70. Hay otra, tal vez más previsible, sobre las “vidas secretas” de muchos hombres de familia en el interior del país (y no solo ahí) a partir de la hipocresía de sociedades conservadoras y tradicionalistas. Hay una tercera en la que entra el sida y los cambios de vida que generó a partir de mediados de los ’80. Otra sobre los ’90 y el menemismo que casi ni se toca pero se advierte en los viajes familiares. Y otra, más sutil si se quiere, sobre el registro audiovisual que devela costados personales aún cuando aquel que filma pretenda ocultarlos. La mirada no miente y se posa donde se posa, donde la lleva el deseo y no siempre la burocracia de ese registro.
Usando entrevistas muy bien ensambladas con el material de archivo y una voz en off que cuenta y que reflexiona sobre esas otras historias que hay detrás de lo que aparece en primer plano, la película es también un sensible homenaje de la directora a su padre, un hombre que atravesó una época compleja y con un alto grado de hipocresía que, pese a lo que parece, sigue existiendo sin demasiadas diferencias hasta la actualidad.