Los rostros de Jaime.
Los caballos, la tranquilidad de Córdoba, el campo, los viajes a Europa y la obsesión de filmarlo todo. Ese es el primer recuerdo de la realizadora Agustina Comedi sobre Jaime, un padre que tras una muerte accidental en 1999 -y doméstica- empezó a transformarse cuando a esas imágenes se les antepuso otra historia ligada al pasado y al silencio para no ser descubierto.
El cuerpo cayó del caballo minutos después del último fotograma registrado, pero nadie lo escuchó y Agustina tampoco. De repente, indicios, imágenes que en un montaje con mayor precisión encuentran un sentido diferente al de los afectos y revelan por un lado la militancia desde el movimiento LGTB cordobés y también la otra militancia política en el Comunismo mientras la vida sigue por otro lugar y los viajes acopian experiencias y muchas imágenes como la de El David en uno de los tantos itinerarios europeos que Agustina recuerda con cierta alegría o en una presentación de La Sirenita, algo más próximo al gusto de un niño que un museo de arte con tantas riquezas al alcance de la mirada.
Y así, en ese derrotero de descubrimientos y emociones, empiezan a aparecer personas, voces, amigos y muchas pequeñas revelaciones que terminan por definir a Jaime antes del silencio y a Agustina Comedi desde su rol de hija y cineasta, dispuesta a no esconder en su ópera prima absolutamente nada de esas historias de Jaime, su lucha silenciosa y sus múltiples rostros.