Con guión y dirección de Arturo Castro Godoy, la historia de un adolescente, estudiante de secundaria frente a la posibilidad de ser padre. Además de la necesidad de tomar una solución al respecto se lo muestra incomunicado con su madre, con la pareja de ella y hasta con su noviecita embarazada. Exteriormente un chico que vive escuchando música, se entretiene con videojuegos, o con salidas en patineta con amigos nocturnales, mientras falta al colegio. Un día huye y desde un pequeño pueblo del interior afronta la soledad y el verdadero motivo oculto de su viaje. La película se demora, como si se tratara de un final policial en poner a la verdad en evidencia. Prefiere explotar al máximo, demasiado, el rostro del joven actor que tiene un mundo interior y una crisis que se refugia en el silencio del título. Buenos trabajos de Alberto Ajaka, Tomas del Porto y Violeta Vignatti.
El silencio: la búsqueda de la identidad, en un relato pudoroso Este debut en el largometraje de ficción de Arturo Castro Godoy, director de origen venezolano radicado en Santa Fe, describe con recato y pudor, pero también con algo de déjà vu, una historia de falta de contención y búsqueda de identidad adolescente con el tema de la paternidad en crisis (en más de un sentido) como eje principal. Valen (Tomás Del Porto), dueño del punto de vista y presente en casi todas las tomas de la película, es un muchacho frágil y angustiado que huye de su hogar y sale en busca de su padre (Alberto Ajaka), quien lo abandonó cuando era apenas un bebe. La incomodidad, el resentimiento y la culpa harán que ese demorado reencuentro esté dominado por las inseguridades, las contradicciones, los miedos y no pocos equívocos, aunque el realizador se reserva varios momentos no exentos de lirismo y emoción.
Tomás (Tomás Del Porto), un adolescente de 17 años, de pronto debe lidiar con que su novia está embarazada. Luego de tantear la posibilidad de recurrir a un aborto, deciden tenerlo, pero él no está seguro. Es incapaz de contarle todo a su madre (Vera Fogwil), no confía en su padrastro, y tampoco recurre a sus amigos. Entonces se escapa de la casa y va a San José, pueblo que podría conectarlo con su padre, a quien jamás conoció. Allí conoce a Camilo (Alberto Ajaka), un carpintero naval, que vive con María (Malena Sánchez), su esposa, y Mateo, el hijo pequeño de ambos. Tomás le pide trabajo, y ambos comienzan una relación de jefe y empleado, de mentor y maestro, que en realidad esconde sentimientos más íntimos y difíciles (y dolorosos) de expresar. Filmada en la provincia de Santa Fe, El Silencio (2016) es la ópera prima del venezolano Arturo Castro Godoy. A la manera de los hermanos Dardenne en películas como El Hijo (Le Fils, 2002), Godoy planeta un drama centrado en lo que nunca se dice en voz alta, pero que está ahí, cerca de la superficie. Un factor clave es el trabajo del joven Tomás Del Porto, quien actúa hablando poco y usando mayormente la mirada. Igual de destacable es el desempeño del siempre fascinante Alberto Ajaka. La química entre ambos termina siendo otro factor determinante para que la película funcione. El Silencio propone una historia dura, con dilemas personales, pero nunca deja de transmitir esperanza, redención, amor.
Mar del Plata 2016: casas, fantasmas, fugas y rebeldías. Una vez superada cierta debilidad inicial –incluyendo una discusión familiar resuelta de manera convencional–, El silencio va desenvolviendo un secreto con pudor y sutileza, hasta arribar a un final muy emotivo, en el que no sobran gestos ni palabras. En el medio, la rutina de trabajo por la que van comprendiéndose o conociéndose los personajes de Alberto Ajaka (notable) y el debutante Tomás del Porto (conmovedor en las escenas en las que llora en silencio) es un ejemplo de cómo pueden expresarse sentimientos con sobreentendidos y sin subrayados. El film de Castro Godoy (venezolano residente en Santa Fe), que dejó a los espectadores sensibilizados, trae a la memoria, por momentos, el film de Pablo Giorgelli Las acacias (2011).
El encuentro La adolescencia y el cine argentino mantienen una relación recíproca que lleva años. Hasta se podría hablar de un género propio. El silencio (2016), estrenada en la competencia argentina del 31 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se encuadra dentro de este tipo de historias, con un resultado más que notable. Tomás (Tomás del Porto) es un adolescente que se entera del embarazo de su novia. Primero intentarán abortar, pero cuando están en el médico se arrepienten y deciden tenerlo. Con el transcurrir de los días Tomás entrará en pánico, discutirán y partirá con solo un dato en busca de Camilo (Alberto Ajaka), su padre al que nunca conoció. Dirigida por el venezolano Arturo Castro Godoy, con un tratamiento visual donde predomina la cámara en mano, El silencio es una clásica película iniciática de búsquedas y aceptaciones. Tomás no solo busca a su padre sino también respuestas a todas las dudas que le genera la precoz paternidad. Un chico abandonado por su padre que no entiende las razones de ese abandono pero que hoy se encuentra bajo las mismas condiciones en las que estaba su padre casi a su misma edad. El silencio al que hace alusión el título es lo que dominará una historia atravesada transversalmente por lo que no se dice. Silencios sobre el pasado, pero también los silencios que se dan cuando padre e hijo están juntos. Tanto Alberto Ajaka como Tomás del Porto, quien lleva el punto de vista, logran darle a la película la “no química” de una relación que nunca existió. Algo contrario a lo que se busca en la construcción de la mayoría de los personajes. Ambos son fríos, distantes, incapaces de expresar sus sentimientos frente al otro. Sobre el final sentados en la camioneta de Camilo, Tomás le cuenta a que va a ser padre. En esa dialogo frío y seco está toda la esencia de la película y el comienzo de una historia que nunca veremos. Una historia donde los personajes ya no serán los mismos.
Debut en el largo de ficción del director Arturo Castro Godoy, El Silencio es un film intimista, austero, y de una gran sensibilidad para una temática que, a primera vista, parece sencilla. La paternidad asumida, ese click que se nos hace en la cabeza y que es imposible de describir para quien no lo ha vivido. Ese es el ambiente que rodea este film inclinado por los tonos calmos y los tiempos que corren a un ritmo particular. protagonista absoluto es Tomás (Tomás del Potro), un adolescente que pasa sus días evadiéndose. Falta al colegio, escucha música aislándose, se interesa por cosas triviales, y mantiene un no diálogo con su madre y la pareja de esta. Su novia está embarazada, y a sus 17 años no está en sus ¿planes? ser padre. Pero en la sala de espera para realizarse un aborto, ocurrirá ese primer click; y aunque entre ellos tampoco hy un gran trato, deciden tenerlo. decisión de la paternidad, sumado a todo lo que eso conlleva, desplegará otra capa en Tomás, una que ya intuíamos, la usencia de su padre. A través de algunos rastros, emprenderá su búsqueda y dará con la figura de Camilo (Alberto Ajaka), con quien intentará establecer un vínculo basado en el secreto. El silencio maneja correctamente los hilos emotivos, no se precipita, y eso la convierte en ago real. En los diálogos no se nota el armado ni el esquematismo de una historia que no entra por lo novedoso sino por lo cálido y por la profundidad sentimental con la que varios podrán verse reflejado. Castro Godoy se vale del muy expresivo rostro de Tomás del potro y noo abandona nunca. El joven posee una suerte de no expresión casi pétrea, pero que en esa “dureza” (no interpretativa para nada) expresa mucho de las sensaciones internas de un joven que está perdido, que sufre de una profunda soledad y lo expresa como puede. No hace falta aclararlo, pero nunca está de más recordarlo, Alberto Ajaka es de esos actores de enorme talento que aguardan su momento para pegar el salto a la fama masiva, o quizás no. Su ductilidad se probó en distintos géneros, siempre con resultados convincentes. Aquí hace uso de una gran naturalidad, compone a Camilo sin grandes polos, pero varios matices. La química entre ambos actores/personajes, es una de sus puntos más fuertes. Quines busquen los tiempos de la prisa, el vértigo y las emociones de las explosiones de imágenes impactantes; El silencio claro está, no es una película para ellos. En sus 105 minutos abundan precisamente los silencios, la gestualidad, los diálogos dichos con peso y precisión, quizás, como la vida misma. No hay que confuncir el paso lento por una falta de ritmo, Castro Godoy mantiene siempre el interés, al fijar un punto de vista claro y un objetivo preciso, expresar en largometraje las emociones de un joven abandonado y confundido. El silencio se destaca por su xalidez, la construcción de personajes, y la sinceridad y honestidad de su planteo simple. Una propuesta que no decepcionará a su público.