El cáncer de la inmigración
Desde la aparición y éxito de Bajo una misma estrella, se instaló la nueva moda en dramas románticos juveniles que vino a remplazar al saliente Nicholas Spark. Siguen siendo adaptaciones de best Sellers como aquellas, con el agregado de una enfermedad o problema de salud X que funciona como traba/impedimento para que el amor heterosexual de clase media juvenil se desarrolle.
La formula es más o menos siempre la misma. Chica amable, simpática e inocente, chico rebelde, soñador, con un costado más profundo que ella (es poeta, o dibujante, o algo relacionado al arte); primero se rechazan, después se atraen, pero hay una enfermedad –si es terminal, mejor– que les dice, “hasta acá llegaron”, ahora deben separarse. O que los hace vivir ese amor de modo clandestino a espaldas de sus cuidadores.
Las dos responsables de El sol también es una estrella ya cuentan con antecedentes en el área. Nicole Yoon, la autora de la novela, es quien también escribió Todo, todo, aquella fábula romántica con una adolescente que no podía abandonar su casa porque una enfermedad podía acabar con su vida, y se enamoraba del vecino de enfrente.
La encargada de llevarla al cine es Ry Russo Young, quien comenzó con algunos films experimentales, y pronto se tentó con Si no despierto: chica repite su día intentando que ni ella ni sus amigas mueran, y en el medio se enamora de su compañero de escuela.
El plato estaba servido y El sol también es una estrella es otro exponente de este tipo de películas, con un detalle crucial: reemplazan la enfermedad terminal por la deportación.
Así es, El sol también es una estrella plantea un amor entre dos inmigrantes de etnias diferentes, en la “tierra de las oportunidades”, solo que a uno de ellos las oportunidades parece que se le acabaron.
Antes de que me echen
Natasha (Yara Yahidi), es una inmigrante jamaiquina que vive junto a sus padres en un minúsculo departamento en el cual, parece, no tienen para pagar la cuenta de la luz porque viven a oscuras (conjeturo, nunca lo explican).
En el día de mañana, los tres serán deportados a su país de origen, y aunque sus padres están derrotados anímicamente, ella no se rinde y acude a una audiencia para intentar una prórroga mediante una evaluación.
Allí, luego de ser atendida por un burócrata latino (John Leguizamo olvidándose de lo buen actor que fue en algún momento), se topa con Daniel (Charles Melton), un coreano –de Corea del Sur, por supuesto, nada de terroristas– hijo de padres inmigrantes con una tienda de productos para el cuidado capilar. Estos esperan un mejor futuro para él, por eso lo instan a estudiar leyes en Columbia, siendo que a Daniel en verdad se le da por la poesía instantánea.
Si bien la cosa arranca mal –vayan anotando los clichés– porque el padre de él está relacionado con la denuncia a los padres de Natasha, un segundo después se enamoran. Primero, viendo que ella en su campera tiene la misma frase que escribió él, siente el flechazo del destino; dicha frase es “deus ex machina”.
A partir de entonces (todo esto sucede muy rápido), tendrán 24hs para vivir su amor antes que ella se marche; o suceda algo repentino e inesperado que salve la situación. El Deus ex machina en cuestión muy mal interpretado por la teoría de la película.
Lo cierto es que, suceda o no ese giro al final, durante toda la película los giros del destino abundan, casualidades que hay que digerir porque total se trata de una de amor y no importa nada más.
Además de las ya mencionadas, las referencias que se nos vienen inmediatamente a la cabeza son Matrimonio por conveniencia y Antes del amanecer; por supuesto, tanto Peter Weir como Richard Linklater le quedan enorme a esta película.
Entre la nada y la indulgencia
Varios son los problemas con El sol también es una estrella (que le debe su título a una inconexa teoría de Carl Sagan al principio de la película). Siendo leves, el principal problema es que es profundamente aburrida.
Yahidi y Melton no tienen química, y el hecho de que ambos parezcan salidos de un catálogo de modelos de Benneton no ayuda. No se siente empatía alguna por ellos; demasiado perfectos. El amor nunca se siente, y que al segundo de verse ya se digan te amo, no aporta a la verosimilitud. Hay también una cuestión estética en buscar encuadres perfectos y primeros planos fotográficos, que colaboran con más plasticidad al resultado.
En la trilogía de Linklater, Jesse y Celine debatían sobre varias cuestiones en esas 24 hs que tienen en cada película. Si bien se podría decir que son films muy dialogados, lo cierto es que la conexión se siente, y hay mucha profundidad y nobleza entre esos amantes.
Acá, Natasha y Daniel pasan 24hs banales, no hablan tanto, pero lo poco que hablan son superficialidades, divagues sobre el amor romántico muy de manual de autoayuda, y fracesitas rosa para definir a ambos personajes como soñadores empedernidos. No hay un desarrollo, no hay acción, no hay acontecimientos, no hay vibra, no hay nada. Su hora cuarenta es soporíferamente interminable.
Para distraernos un poco de este vacío existencial de la película, comenzamos a analizarla: y sí, es de una perversidad importante. La problemática de la inmigración y la deportación de inmigrantes es un asunto de coyuntura actual en EE.UU., con las salvajes y demenciales políticas de Donald Trump culpando a los inmigrantes de cuanto mal existe en el país, e implementando deportaciones muchas veces injustificadas (no sé por qué esto me suena mucho).
El sol también es una estrella tiene esta temática en el corazón del film ¿y ustedes creen que se anima a hacer alguna crítica? Por supuesto que no, banaliza todo, acepta de plano la deportación como algo natural (es el destino, c’est la viè), y hasta demuestra una puja carnicera solapada entre los propios inmigrantes –legales vs ilegales– con tal de quedarse.
EE.UU. es presentado sin cuestionamiento como el lugar en el que ambos quieren quedarse porque allí tienen todas las posibilidades, aunque Natasha y su familia no parece que la estén pasando tan bien (y hasta en un diálogo remarcan que en Jamaica no huyeron de la miseria). La parte de Daniel también tiene sus cuestiones. Al personaje del burócrata mejor dejémoslo ahí, debería explayarme demasiado.
Vea como se la vea, El sol también es una estrella es un film indigerible. Vacío, parsimonioso, insulso, políticamente correcto, y vil en varios planteos inmigratorios. Esta vez con el asunto de la enfermedad terminal parece que fueron demasiado lejos.