Película dirigida por Ry Russo-Young basada en la homónima novela bestseller del New York Times de Nicola Yoon, escritora de origen jamaiquino-estadounidense.
En este nuevo drama romántico para adolescentes se narra la historia de dos jóvenes inmigrantes que viven en EE.UU. Daniel (Charles Melton), de origen coreano, y Natasha (Yara Shahidi), oriunda de Jamaica, son dos extraños que se conocen, a causa de un incidente vial, un día en Nueva York. A Natacha, le quedan pocas horas en la ciudad debido a que su familia está a punto de ser deportada hacia Jamaica, pero mientras intenta revertir esta situación, “las chispas” entre ambos surgen, y debido a su personalidad basada en la ciencia como resultado de todo, deberá luchar contra los nuevos sentimientos inexplicables que Daniel, un soñador nato, irá despertando en ella.
El film comienza con una secuencia de montaje dirigida por la voz en off de nuestra protagonista, quien nos habla de datos diversos y concretos sobre el universo, mezclados con citas de Carl Sagan. Este recurso será utilizado durante el film para dar a conocer datos sobre Natacha y Daniel a medida que avanza la historia. La misma está repleta de clisés, posicionando a Nueva York en un plano de ciudad mágica, donde todo es perfecto y maravilloso para estos dos inmigrantes que recién se conocen y que adoran sobremanera vivir en EE.UU.
A pesar de la hora cuarenta que dura la película, la realizadora no ha podido plasmar en ese lapso escenas que acompañen lo que el guion nos quiere contar forzadamente. Este inexplicable y desesperado amor romántico adolescente y su miedo a perderlo para siempre no consiguen traspasar la pantalla, principalmente a causa de las malas decisiones de planos elegidas para las escenas primordiales, donde ni siquiera la banda sonora gana en manipular emocionalmente al espectador.
Podemos sentir que cada plano ha sido trabajado de manera tan mecánica, al punto de ver en ellos el artificio coreográfico. Dicha perfección, rozando el videoclip, nos pone a una distancia enorme para con la empatía de los personajes, ya sea dándonos primeros planos de perfiles donde la escena pide frontales, o asfixiando los espacios necesarios para la reflexión o evocación propia, subestimando así al espectador con mensajes “vomitados” forzadamente por personajes secundarios que aparecen al azar en la historia.
Por consiguiente, nos vamos del cine pensando en lo maravilloso que debe ser vivir en Nueva York en vez de quedarnos unidos a la historia sobre el encuentro y la pérdida del primer amor, temática con la que se promociona el film.
Una película naif que no deja enseñanza alguna, quedándose en la superficie de la estética adolescente sin problematizar ningún contexto, y atrasando a los jóvenes con doctrinas de amor romántico.