Toda esta situación que comenzó con el filme “A dos metros de ti” (2018), continua con esta producción “El sol también es una estrella”, lo cual sólo puede entenderse como una clara actitud de discriminación, al menos ese parece ser el objetivo.
Con esta ya es goleada, 4 a 2, así que el impresentable de mi colega, ex amigo, que no se queje, y no venga ahora con eso de a “llorar a la iglesia”, primero por que pertenezco a la comunidad judía, y segundo no concurro a las sinagogas.
Una vez hecho el descargo correspondiente, vayamos a lo que me impusieron, lo primero que debería desentrañarse es la razón del título.
El mismo se debe en principio a que está basado en una novela homónima de la escritora jamaiquina Nicola Yoon (apuesto a que no tiene ninguna relación con Bob Marley). Segundo, el personaje lo dice, no es broma, lo dice cuando el filme empieza a cerrar con la historia. ¿Por qué?
Narrado por uno de los personajes principales, voz en off, ¿No había otro cliché?
Natsha Kingsley (Yara Shahidi) es quien nos introduce en el relato, haciendo una diferenciación entre los humanos atravesados por la ciencia y esos otros que su mundo es sacudido desde el romanticismo.
La historia es la de chica conoce a chico en el que podría ser la peor jornada de su vida, después de vivir 9 años en la gran manzana, Nueva York, junto a sus padres y su hermano menor, al día siguiente será deportada junto a toda su familia.
Ella intentará una vez más tratar de revertir la sentencia dada por la oficina de inmigración del gran país del norte, allí consigue el dato de Martinez (John Leguizamo) un abogado experto en estas cuestiones que podrá ayudarla.
Daniel Bae (Charles Melton) es un nativo de la ciudad, pero hijo de una familia de inmigrantes asiáticos. El tiene ese día también la entrevista de su vida, con un abogado que puede dar recomendaciones para que ingrese a una universidad importante a estudiar medicina. A que no saben quién es el abogado especialista en ingresos universitarios. Correcto.
El devenir de las horas hará que estos jóvenes crucen sus vidas, y así vivirán la historia de amor que les corresponde, tipo “Antes del amanecer” (1995), de Richard Linklater, pero mal.
Primero, tiene que suceder el encuentro callejero, el mismo se produce en el mismo momento en que Martinez, en su rol de ciclista, es atropellado por un vehículo, siendo Daniel testigo del hecho, el punto es que nadie sabe quién es la víctima. Casco mediante.
Sin embargo nos hacen saber, a los espectadores y a los personajes, que el abogado ha sufrido un accidente de tránsito cuando llegaba a la oficina en bicicleta, por lo cual suspende las reuniones de ese día. Esto es repetido por la secretaria varias veces, ninguno de nuestros héroes sabe que ambos tienen reunión con el mismo consejero legal.
No contento con eso, el recorrido de todo el relato está plagado de lugares tan comunes como demasiado tontos, diálogos acordes, por supuesto.
Nada de las acciones de los personajes está justificado de manera eficiente, no hace a la evolución de la narración, sino que la demora, la previsibilidad de cada intento de vuelta de tuerca se hace presente de manera continua.
Si a eso le sumamos, fotografía sólo puesta en función de ver, el montaje clásico, tanto que la recurrencia al pasado como a la fantasía se muestra discordante, en extrañeza, siendo la vedette de los rubros técnicos la música, empalagosa, empática con las imágenes, termina por ser más indigesto que comerse cinco kilos de dulce de leche, el tradicional, ni el repostero, ni el común.
De todo este incendio que dice estar dirigido al público joven, adolescente, se salva John Leguizamo, pero tiene muy poco tiempo en pantalla y su personaje no tiene demasiados matices, va ninguno, sólo oficio del actor.
El resto tampoco tiene demasiados matices, pero es refrendado por las malas actuaciones, de la que estamos acostumbrados, pero en esta ocasión ni da para que podamos reírnos por ridículo, sólo es malo, insoportable. Otra pérdida de tiempo, dura 100 minutos, pero dan la sensación de una eternidad. Para colmo me conminan a pensarla y escribir sobre ella.
Por favor díganme de que se me acusa. Pues me estoy sintiendo como Josef K, el de la novela “El proceso” de Franz Kafka. Gracias