A MILLONES DE AÑOS DEL CINE
Se me escapan las razones por las cuales hay un nicho de público perteneciente a los llamados “jóvenes-adultos” que disfruta de una literatura lavada y casi sin alma, que luego deriva en adaptaciones cinematográficas que son igual de lavadas y casi sin alma. La verdad es que, de solo pensarlo, me siento un poco viejo, desconectado por completo de un tipo de público que disfruta y reivindica un tipo de entretenimiento que atrasa unas cuantas décadas en su concepción. El sol también es una estrella viene a prolongar ese padecimiento, que ya a esta altura es una rutina que brinda cada año, como un análisis médico o un trámite en la AFIP.
El film de Ry Russo-Young, basado en una novela de Nicola Yoon (autora también del libro en el que se basó ese esperpento llamado Todo, todo), arranca con una cita a Carl Sagan –autor ya bastante gastado por el cine-, a la cual repetirá cerca del final, como para que todo quede claro por si algún espectador no entendió. Con ese nivel de obviedad y remarcación constante irá transitando la historia de amor entre Natasha Kingsley (Yara Shahidi), una joven jamaiquina, y Daniel Bae (Charles Melton), un muchacho de ascendencia surcoreana, con el paisaje neoyorquino de fondo. Ella va a ser deportada al día siguiente junto a toda su familia y busca alguna vía legal para impedirlo; él se está preparando para una entrevista para entrar en una prestigiosa universidad, donde se dispone a cumplir con el mandato familiar de ser un médico. El encuentro entre ambos es casual y el vínculo amoroso será tan potente como efímero, condicionado por la situación de ella. Sin embargo, el mayor condicionante para los protagonistas será la misma película, que decide que se tienen que enamorar perdidamente porque sí, sin darle un desarrollo consistente a ese vínculo, por más que quiere alimentarlo con frases altisonantes sobre el destino y la química.
En gran parte de su metraje, El Sol también es una estrella pareciera querer funcionar como una especie de Antes del amanecer para principiantes, pero ni siquiera le da la nafta para eso. Hay muchas charlas sobre un gran abanico de temas repletas de obviedades; imágenes color pastel de esa ciudad inagotable que es Nueva York; dilemas existenciales sin una pizca de originalidad; y choques paterno-filiales que nunca salen de los lugares comunes. Todo luce ensayado y forzado en la película, que termina cayendo en uno de los peores pecados para el género romántico (y de todos los géneros): el aburrimiento.
El Sol también es una estrella es terriblemente aburrida y no solo porque su planteo se agota a la media hora. También lo es porque le falta inteligencia y sensibilidad para llevar a buen puerto los pasajes potencialmente óptimos –el final, estirado cuando tenía a disposición un plano perfecto de cierre, es un buen ejemplo-; además de que sus personajes carecen de carisma y no acarrean conflictividades mínimamente potentes. Es cierto que está lejos de los niveles estratosféricos de manipulación de Todo, todo, por lo que es menos ofensiva, ¿pero eso es acaso un mérito? Para nada, y más aun teniendo en cuenta que su intención es contar un romance de esos que cambian todo para siempre. No, en vez de romanticismo, solo entrega rutina y languidez.