Hay algo en la manera en que se desenvuelven las circunstancias en El sonido de los tulipanes que produce cierta desconfianza. Desde la primera toma, todo parece demasiado calculado en cómo son desarrolladas las sub-tramas. Y las actuaciones no ayudan a asirnos a escenas específicas. El melodrama de Amanda Busnelli, por ejemplo, resulta exagerado. Sus lágrimas no parecen más que una imposición.
La película además juega a referirse indirecta pero obviamente a los medios nacionales (NT por TN o Paladín por Clarín, ambos con tipografías y colores similares), y hay sugerencias sobre las problemáticas actuales porque se basa en una época de crisis. Esto le da a la película un aire engañoso de urgencia que no puede sostener. Hay incluso una escena de juego entre abuelo y nieto que nos propone visualmente una estrategia entre los personajes: el nieto hereda los conocimientos del abuelo. Es aquí donde la propuesta resulta más interesante: en cómo se adentra en las complicaciones del entramado político.
De todas maneras, la fotografía no deja a un lado la composición de planos interesantes. Una muerte o una noticia sirven de catalizador y de aviso para lo que se nos viene. Una y otra vez, la cinematografía cuida los planos aunque no se sepan aprovechar los actores para escenas mejor resueltas. El melodrama no resulta convincente y la severidad de los personajes no sirve más que para explayarse en el histrionismo impostado de los intérpretes.
A pesar de los diversos intentos que lleva a cabo la película por componer un conflicto, cae en la relación con films que resuelven con muchísima más fuerza problemas morales y familiares incrustados en la corrupción. Por carencia intencional o indirecta, es difícil no pensar en Una separación cuando vemos la dinámica de padre e hijo a través de un parabrisas roto. Pero siquiera una alusión efímera a aquella obra da ganas de verla de nuevo o rellenar los matices faltantes en esta trama con los del guión de Farhadi.
Por otro lado, la musicalización de la película desentona en varios momentos. La banda sonora está forzando el melodrama de la familia dividida pero que lucha por un bien social común. Probablemente tenga mucho que ver con las actuaciones tan poco convincentes de casi todo el elenco. La búsqueda del protagonista no convence, ni por el lado del típico periodista desencantado con las historias que consigue porque está decepcionado con su propia trama familiar; ni por quien encarna tal búsqueda.
Hay además un giro final que hace todo demasiado conveniente para la resolución de la trama. Es aquí donde se notan las costuras del guión. Y a partir de ese momento las circunstancias se vuelven previsibles y, finalmente, lo que provoca es reírse sin quererlo. Si al menos los actores pudieran sostener las escenas con su presencia, todo fluiría mejor. Pero no puede surgir convicción de una trama repleta de lugares comunes que no llegan a buen puerto. Los paralelismos entre la película y la política actual se agotan y están dispuestos nada más para el fluir de una trama calculada, mas no orgánica.