La sombra del pasado.
Quien haya seguido la carrera cinematográfica del director, productor y guionista Alberto Masliah sabrá que todos sus trabajos giran alrededor del tema de la identidad. Desde su primer largometraje, Schafhaus, casa de ovejas (2011), donde el protagonista volvía a Buenos Aires para hacerse cargo del negocio familiar después de haber tenido que viajar a Alemania con sus abuelos tras desparecer sus padres en la época de la dictadura, hasta los documentales Yenú Kade, cristiano bueno (2015) y En el cuerpo (2018), obras artísticas que circulaban entre la tensión entre lo estético y la reconstrucción de espacios simbólicos y/o reales, de la historia de la Argentina reciente, el bonaerense nutre su idea central a partir de diversos puntos de vista como excusa perfecta para hacer hincapié en las repercusiones de los actos políticos y sociales del pasado en las nuevas generaciones.
De heridas que, por lo que parece, aún tardarán mucho tiempo en cicatrizar, también trata su reciente estreno, El sonido de los tulipanes, una ficción amparada en el género policiaco donde se vuelven a poner de relieve esas mismas maneras exploratorias identitarias. Intriga y crítica social visten un traje donde el ¿quién lo hizo? y la memoria histórica acabarán por darse la mano.
El guion, escrito por el propio Masliah y Hernán Alvarenga, con la colaboración de Lucas Santa Ana, se ambienta en Buenos Aires durante la crisis del 2001. Trata sobre Marcelo Di Marco (Pablo Rago), un escritor devenido en periodista, quien debe volver sobre los últimos pasos de su padre, Tonio Di Marco (Roberto Carnaghi), un consagrado intelectual de quien se encuentra profundamente distanciado cuando muere en condiciones extrañas. De la mano de Carolina (Calu Rivero), la ex secretaria de su padre, Marcelo se sumerge en un mundo oscuro lleno de violencia y ambiciones de poder enfrentándose a “El Loco” Bertolini (Gerardo Romano). Pero el peligro no solo lo acechará a él sino también a los suyos.
Si bien se puede poner en el debe de la función una proliferación de clichés y escenarios trillados vistos una y mil veces en el vademécum del género (crimen, pistas, sospechosos, más muertes…) el realizador acierta a la hora de introducir en el desarrollo argumental el drama intergeneracional para entender la huella psicológica que afecta a unos y a otros. Toda la estirpe necesita poner orden en su árbol genealógico y gracias a la progresiva comprensión de la verdad se saldarán cuentas y un halo de esperanza aparecerá en el horizonte de las, hasta entonces, emponzoñadas relaciones paterno-filiales.
El filme se ve con agrado gracias a lo bien perfilados que están todos los personajes, desde los protagónicos hasta los que completan el elenco actoral. Se nota que detrás existe una depuración del libreto y el cariño por unos caracteres que intentan huir del arquetipo para abrazar una complejidad emocional que nos lleva tanto a la resolución del caso planteado como a la capacidad de asumir un conflicto familiar privado que se puede extrapolar perfectamente a una sociedad con muchas preguntas y muy pocas respuestas.