UN BERENJENAL INNECESARIO
El policial no es un género desconocido para el cine argentino, que ha tenido grandes exponentes en el período clásico, e incluso algunos muy buenos en la etapa más contemporánea con películas dirigidas por Adolfo Aristarain o Fabián Bielinski. Se podría decir que el policial requiere de un director que conozca los mecanismos del género y que no se detenga exclusivamente en lo iconográfico. Precisamente esto último es lo que ocurre en El sonido de los tulipanes, pobrísimo film de Alberto Masliah que pretende descansar su poder en los clichés y lugares comunes del film noir sin darle a eso mayor profundidad. Si hablamos del peligro de caer en lo iconográfico, precisamente ese abordaje al policial conocido como noir es uno de los más riesgosos porque hay una estética reconocible que funciona como síntesis. La tentación es creer que con representarla alcanza. Y no.
La película de Masliah tiene como protagonista al típico perdedor involucrado en cuestiones que lo superan, en este caso el escritor y periodista interpretado por Pablo Rago, convertido en el habitual investigador que fuma, bebe y termina seducido por alguna mujer peligrosa. Tras la muerte de su padre en una situación poco clara, el personaje se pone a investigar con la seguridad de estar ante un crimen y no un suicidio. La trama se relacionaría con una vieja historia que hace eco con los tiempos de la última dictadura argentina, y pone en el foco a una agrupación que parece estar atando los cabos sueltos del pasado. Es decir, a los problemas para representar los códigos del cine negro El sonido de los tulipanes le suma superficie del film político: ambientada en 2001, la película tira líneas directas al presente del país con un nivel de confusión que termina alarmando. No sólo porque lo político se instala a partir de diálogos subrayados y torpes, sino porque además no se alcanza a apreciar cuál es la mirada que el film termina teniendo sobre la derecha, la izquierda, los poderes concentrados, el peronismo, las agrupaciones subversivas, entre otros berenjenales en los que se mete sin necesidad.
O tal vez sí. El sonido de los tulipanes precisa de cierto colchón de prestigio aportado por el Tema (así con mayúsculas) para simular complejidad. Complejidad que, claro, nunca llega y por el contrario se somete a una falta de rigor absoluta en todos los niveles: narrativamente el género se expone con inverosimilitud, los político es puramente discursivo, e incluso en su última parte quiere convertirse en un film de acción con pobres resultados. Y todo esto sin contar unos matones absurdos sacados de una película de los Coen, pero de las malas, tipo El quinteto de la muerte. Ni siquiera la presencia de intérpretes que han sabido estar bien en otros films como Pablo Rago, Gerardo Romano o Gustavo Garzón resulta un aliciente. Y ni qué decir de la pobre Calu Rivero que carece de cualquier rugosidad interpretativa como para convertirse en una mujer fatal. En todo caso, El sonido de los tulipanes funciona como comedia de humor involuntario.