Pese al intento de su director Alberto Masliah, de construir un policial diferente, y a un elenco encabezado por Pablo Rago, y con interpretaciones de Calu Rivero, Gerardo Romano, Roberto Carnaghi, entre muchos otros, “El sonido de los tulipanes” falla por su ambición de abarcar demasiadas líneas temáticas en su narración.
El otro y grave problema de la propuesta es la potencia con la que maneja el relato, con una gran habilidad para confundir al espectador en varios pasajes de su desarrollo con una puesta que atrasa y que pierde verosimilitud escena tras escena.
Así como el público, el personaje central (Rago), intenta desandar un laberinto en el que se ve involucrado y que se acentúa tras la misteriosa muerte de su padre (Carnaghi) y en el que hay una oscura mafia que atraviesa todos los ámbitos de desarrollo.
Su personaje, un periodista que intenta desnudar la corrupción y complicidad política en una historia que remonta vestigios aún no esclarecidos del pasado, es dibujado de manera muy liviana, con una taza de café siempre pegada en la mano, y en la otra un cigarrillo.
Este estereotipo del periodista de investigación, ha sido abandonado por las producciones culturales hace muchísimo tiempo, y en ese dato, con el que Masliah desde presentar al personaje, hay un intento por superar las falencias generales de la fallida propuesta.
La película trabaja la acción con la contraposición de fuerzas, así, hay buenos y malos, buenos demasiado buenos, malos malísimos, y con eso se cree armar el campo para la batalla de fuerzas, en las que con poco tino se hablan de temas de agenda y actualidad pero sin una dramaturgia acorde al género.
“El sonido de los tulipanes” es una ambiciosa propuesta que se queda a medio camino entre el thriller y un policial de características costumbristas y que pierde fuerza ante la dualidad de la configuración de los personajes, que deambulan entre el estereotipo más acentuado y una mirada un tanto confundida sobre el periodismo, la justicia, la libertad, y otros valores y conceptos que son sólo dibujados con trazo grueso y poca profundidad.
Así, por ejemplo, si aparece un juez, éste es trabajado como un grotesco ser malvado, lo mismo con los periodistas que se alinean al poder, que en un primer momento tal vez se los dibuje como seres en busca de la verdad, pero luego, dinero mediante, cambian esa épica heroica de la investigación hacia un lugar poco feliz.
Entre el trazo grueso y la caricatura los actores hacen lo que pueden, con un Pablo Rago sólido, que vuelve a calzarse el rol de periodista (ya lo había hecho en la teleserie “Primicias” de Canal 13, producida por Pol-Ka), solvente, que hace lo que puede con los parlamentos y situaciones que el guion le propone, en una propuesta que cae en lugares comunes, estereotipos, confusiones, expulsando al espectador del relato y haciendo odiar a cada uno de los personajes que se presentan.