SOMOS LO QUE ELEGIMOS SER
En la primera película del Hombre Araña de Sam Raimi, el Duende Verde (encarnado por el insuperable Willem Dafoe) tiene una frase que me encanta: “Somos lo que elegimos ser… ¡Ahora decide!”. Ésta encaja perfectamente en la naturaleza del arácnido superhéroe, porque Spider-Man es un personaje construido a base de importantes decisiones. Pero lo que hace que sea mucho más fascinante que los demás justicieros, es que esas decisiones son tomadas por un adolescente escondido detrás de la máscara. Y uno igual de impulsivo, confundido y emocionalmente volátil como cualquier otro de su edad. No es invencible, no es muy sabio y ni siquiera es mayor. Todo esto hace que, a veces, esos caminos que toma no sean siempre los correctos. Tanto en sus comienzos entintados como en sus adaptaciones cinematográficas, Peter Parker elije dejar escapar al ladrón que acaba asesinando al Tío Ben (¡Gil!). Y hace unos años, en EL SORPRENDENTE HOMBRE ARAÑA (THE AMAZING SPIDER-MAN, 2012), elegía darle al Dr. Kurt Connors una fórmula que lo llevaría a convertirse en su primer villano (¡Sorprendentemente gil!). Esas malas elecciones pasaban algo desapercibidas, pero en la recién estrenada secuela de aquel reboot, el director Marc Webb regresa para reparar eso y para redoblar la apuesta con la película de Spider-Man más oscura, entretenida y visualmente impactante hasta la fecha. Es que, en EL SORPRENDENTE HOMBRE ARAÑA 2: LA AMENAZA DE ELECTRO (THE AMAZING SPIDER-MAN 2, 2014), Webb tomó una sabia decisión. Con mucha sorpresa y una agridulce satisfacción, noté que el director optó por mostrarnos crudamente cómo esas elecciones que toma Peter traen aparejadas serias consecuencias. Todo a su alrededor comienza a volverse cada vez más oscuro, pero no se debe a arañas radioactivas o a misteriosas corporaciones. Se debe a que, de a poco empieza a adentrarse a un mundo más adulto, un mundo en el que las decisiones tienen un precio… y es hora de pagarlo.
Pero además de mostrarnos a Spider-Man en situaciones más desgarradoras de las que esperábamos, Webb aprovecha al máximo esos 142 minutos y nos entrega un divertidísimo film del Hombre Araña, en el que se hacen presentes cada uno de los elementos que caracterizan al personaje. Empecemos con la historia: Habiendo decidido su destino como el defensor de Nueva York, Peter Parker (Andrew Garfield, cada vez más metido en el papel) vive días felices siendo aceptado por la mayoría de los ciudadanos y cumpliendo los quehaceres del hogar que comparte con su Tía May (Sally Field). Pero los criminales no son lo único que lo atormentan: Su relación con Gwen Stacy (la encantadora Emma Stone) empieza a ponerse en duda debido a la culpa que siente por estar rompiendo la promesa que le hizo a su difunto suegro (El Capitán Stacy, caído en acción en la entrega anterior). Y entre las idas y vueltas amorosas con Gwen, en Oscorp surgen dos poderosos villanos: Electro (Jamie Foxx) y El Duende Verde (Dane DeHaan), cada uno con sus propios motivos para odiar al Hombre Araña. Aunque al principio temía (al igual que todos) que esa evidente sobrecarga de personajes y subtramas provocara algo similar a la desastrosa SPIDER-MAN 3 (2007), debo reconocer que Webb mantiene su película sólida y coherente la mayor parte del metraje, a pesar de estar haciendo malabares durante más de dos horas, con escenas de acción, momentos de comedia y drama, una historia de amor, un misterio a resolver, dos (¿o tres?) enemigos y las obligadas secuencias en 3D de Spider-Man balanceándose por las calles neoyorquinas. La mezcla puede a veces resultar caótica, pero el guión ayuda a camuflarlo y a distraer al espectador, manteniéndolo entusiasmado mientras equilibra sabia y equitativamente los dilemas y combates que debe enfrentar Spidey en esta ocasión. No es la mejor película de este personaje, pero sí acerca bastante. Y el resultado no es sorprendente, pero sí muy disfrutable.
Lo que sí sorprende es que, habiendo más de un villano, la secuela haya elegido el romance de Peter y Gwen como la historia más importante y aquella que condensa a las demás subtramas. Esto provoca una reacción en cadena que acaba quitándole espacio al film para los momentos de acción y sacándole la debida importancia que los villanos merecían ¿Es algo malo? No necesariamente. De hecho, al centrase en la pareja principal, Webb hace que alentemos aun más por su historia de amor, que nos importe y que nos preocupe cada vez que la pareja corre peligro. Y la enorme química y naturalidad que comparten Garfield y Stone (novios en la vida real) ayudan a fortalecer esa idea. Pero, obviamente, esto relega a Foxx y a DeHaan a roles mucho más secundarios. Y no dedicarle tiempo suficiente a ambos, crea fallas en la construcción de sus personajes y sus historias.
Ambos son muy buenos actores y cumplen asombrosamente interpretando cada faceta de los villanos (en especial DeHaan, un actorazo). El problema aquí es otro. Por ejemplo, en lugar de aprovechar más escenas para desarrollar una mejor motivación para el personaje de Max Dillon, los guionistas crearon un archienemigo de manual: Un nerd demasiado arquetípico y caricaturesco (¡Parece sacado de una sitcom de los 90s!), obsesionado con Spider-Man (¿BATMAN ETERNAMENTE?). Cuando su héroe sin querer le falla, decide usar sus poderes eléctricos para destruirlo. Su transformación es demasiado rápida y obvia, aunque sí nos permite conocer desde temprano a Electro –visualmente alucinante e interpretado con mucha fuerza por Foxx–. Pero decepciona el hecho de que ni siquiera sea el villano principal o la mente maestra del plan para acabar con el Hombre Araña (lo muestran más como un hombre asustado, resentido y fácilmente manipulable). Paralelamente –y a la inversa del primero–, la película construye lentamente al Duende Verde. Tardan demasiadas escenas con la desesperación y el sufrimiento de Harry Osborn, y solo nos lo presentan velozmente como un digno villano en la secuencia final, dejándonos con muchas ganas de ver más. Ambos enemigos se equilibran bien, pero no hay dudas de que son solo bocetos de personajes fascinantes, que podrían haber estado mejor construidos. Sin mencionar al Rhino de Paul Giamatti, que es solo un cameo y un adelanto de lo que vendrá.
Mientras veía EL SORPRENDENTE HOMBRE ARAÑA 2: LA AMENAZA DE ELECTRO, a veces sentía que la tentación de incluir demasiado, amenazaba con asfixiar la secuela. No hay duda de que algunos elementos simplemente no funcionan como el realizador pretendía (como la música metálica que suena cada vez que aparece Electro –que intenta ser badass– o las apariciones fantasmales del Capitán Stacy –que no parecen pertenecer a este film–); de que ciertas subtramas están demasiado forzadas (como la de Richard Parker o la de los aviones en curso de colisión); de que unos cuantos “chistes” son demasiado bobos o infantiles (¡Electro hace rebotar a Spider-Man en una planta eléctrica, haciendo sonar la melodía de “La pequeña araña”!) y de que muchos fans de seguro se ofenderán al notar los cambios que hicieron con respecto a las historietas (como el origen del Duende Verde, la breve aparición de Norman Osborn o el hecho de que la muerte del Tío Ben ya no es algo que afecta al protagonista –mientras que en los comics y en la saga de Raimi es lo que más lo atormenta–). También se perdió uno de los mejores aciertos de la entrega anterior. Esa sensación realista en las escenas de acción (creada con acrobacias, parkour y arneses), que hacía pensar a uno que Spider-Man de verdad podía existir en nuestro mundo, fue descartada por completo y remplazada con secuencias puramente digitales, al punto en que solo hay UNA brutal lucha cuerpo a cuerpo entre actores (Hombre Araña Vs. Duende Verde). Lo demás es alucinantes efectos digitales, rayos y (demasiadas) cámaras lentas.
Pero en lugar de acribillar a Webb por sus fallas, prefiero agradecerle por las demás secuencias de acción (ninguna igual que la otra y cada una más impresionante que la anterior), por las referencias comiqueras, por darle más participación y empoderamiento a “la novia del héroe” (en vez de ser secuestrada una y otra vez, Gwen participa activamente en algunas escenas de acción como el cerebro de la pareja) y por hacer que nos reencontremos con la mejor encarnación cinematográfica de Peter Parker. Garfield no solo se vuelve un personaje entrañable al resolver sin ningún problema la comedia (verbal y física) y el drama, sino que incluso logra algo que Tobey Maguire jamás consiguió: Traspasar la máscara. Aunque no se le vea la cara, podés sentir al actor ahí adentro, disfrutando ser ese héroe de espíritu juguetón y movimientos arácnidos. Y es un placer verlo actuar con disfraz o sin él. Garfield ES Peter Parker y, mientras él siga interpretándolo, no me importa con cuántas películas de Spider-Man planee robar Sony Pictures. Yo las voy a ver a todos.
Pero otro elemento importante que hace que la secuela funcione, es que estamos ante una película que realmente se siente dentro de un plan. No parece solo una excusa para hacer más plata, sino una continuación dentro de una gran historia, que va más allá del “A ver con cuál villano pelea el Hombre Araña esta semana”. Ahora, cada acción y cada conflicto de los personajes en una entrega, crean un impacto en la siguiente. Varias subtramas permanecen abiertas y algunos personajes son solo presentados para el futuro. Y todo esto pasa porque se cumplió (a medias) la ambiciosa idea que pensaron los productores: Crear un universo cinematográfico de Spider-Man, similar al de LOS VENGADORES de Marvel Studios. Ahora, Oscorp, la investigación de Richard Parker, los traumas de la niñez de Peter y los Seis Siniestros empiezan a cobrar vida y ocupar un universo propio, cada vez mayor. En él, el lema “Con un gran poder viene una gran responsabilidad” tiene más peso que nunca. Es un universo en el que los poderes, los secretos y las decisiones se balancean junto a las consecuencias.