ESTO VA A DOLER Acompañada por la popularidad de un libro que nunca leeré, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY (FIFTY SHADES OF GREY, 2015) se estrenó en el mundo y es –lamentablemente– un éxito y de lo que está hablando la mayoría. Fui a verla, pero no porque me sentía curioso. Ya sabía qué esperar: Soft porn, personajes chatos, diálogos cursis y cualquier otra cosa que una mujer sexualmente frustrada podría haber puesto en un fan fiction de “Crepúsculo” que se convirtió en libro para convertirse en película. La vi porque quería contar con los fundamentes necesarios para intentar explicarles a aquellas mentirosas que la defienden diciendo “No me gusta por el sexo. Me gusta por la historia”, que hay más en la vida que esta porquería. Pero en la proyección, descubrí que es peor de lo que imaginaba. La mayoría piensa que es cliché, porno para mamás, aburrida y machista, y estoy de acuerdo con sus opiniones. Pero descubrí que su historia esconde además algo espantoso. Probablemente muchas (y muchos) la disfrutarán –aunque yo solo rescato de ella su fotografía–. Sin embargo, de verdad creo que CINCUENTA SOMBRAS DE GREY está muy cerca de ser un film que nos dañe a nivel social y cultural. Es una pésima película y una de las peores mierdas que engendró la especie humana en el nuevo milenio. No lo digo porque su guión es pobre y risible o porque sus actuaciones alcanzan el ridículo, sino porque puede llegar a ser peligrosa: Pone al borde del precipicio a una sociedad sexualizada de forma equívoca, en que la desigualdad de géneros es algo cotidiano ¿Y quién está atrás empujando? Sorprendentemente, muchas mujeres, quienes celebran y fantasean públicamente con el hombre más hijo de puta del planeta. Pero seguramente muchas dirán que son adultas y que distinguen la diferencia entre la realidad y la fantasía. Tengan en cuenta que, siendo una película y ya no un libro, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY cuenta con una llegada muchísimo más amplia. Las mismas adolescentes que se enamoraron del vampiro Edward Cullen (un hombre “perfecto” y sobreprotector que en la vida real no existe) pueden llegar a obsesionarse al punto de buscar y anhelar de la misma manera a un Christian Grey que les falte el respeto, las ignore, las maltrate y las histeriquee (un hombre que en la vida real SÍ existe). Pero supongo que no hay problema, porque dirán que en el fondo él es bueno; porque se repetirán una y otra vez que si él las deja debe ser por culpa de ellas y porque compensará cualquier falta emocional comprándoles un auto y una computadora nueva. Si el fenómeno no es contenido, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY (y sus dos secuelas que ya están en camino) creará una generación de sumisas con síndrome de mujer golpeada y, seguramente, un par de moretones y embarazos no deseados. Preparate, película. Esto va a doler. No se preocupen, no voy a parlotear sobre cuestiones feministas o el maltrato a la mujer, porque ya sería hilar demasiado fino –es tan estúpida que ni siquiera eso se merece–. La historia que defienden sus fanáticas es una verdadera pelotudez y carece por completo de fuerza dramática. CINCUENTA SOMBRAS DE GREY comienza con Anastasia Steele, una introvertida estudiante universitaria, entrevistando a Christian Grey, un “intimidante” multimillonario de 27 años (¿?). Un par de clichés y varios momentos ridículos después (que incluyen vómitos, acercamientos accidentales forzados y el gastadísimo “¡Uy, me quedé dormida! ¿Quién me sacó la ropa y me metió a la cama?”), ambos comienzan una extraña relación, más enfermiza y forzada que romántica. A medida que esta avanza, él descubre que ella es virgen y ella se entera que su apetito sexual va más allá de un ocasional chirlo en la cola. El sadomasoquismo es lo suyo y, si Anastasia quiere seguir viéndolo, deberá aceptar sus gustos, firmar un contrato y convertirse en su sumisa. A partir de allí, la película se convierte en DOS interminables horas de ella dudando si debe cerrar el acuerdo o no, intercaladas con varias escenas de sexo que, después del primer encuentro, se vuelven repetitivas, nada sensuales y poco interesantes, ya que no aportan nada al relato. Pero la principal razón de esto es que la irritante estética artificial de planos demasiado cuidados, solemnes y videocliperos de la directora Sam Taylor-Johnson, acaban mostrando nada más que sombras. Desaprovecha plenamente el misterioso mundo del sadomasoquismo. La abundancia de ese soft porn y la carencia absoluta de química entre sus protagonistas, provocan que el film nunca alcance el erotismo y la osadía que tanto prometía. Su guión comprueba que los fan fictions deberían permanecer por siempre como lo que son (aquí es obvio que estamos viendo a los personajes de CREPÚSCULO pero con las caras de otros boludos ¡Hasta hay un amigo morocho en la friend zone que quiere levantarse a la protagonista!). Le sobran diálogos y momentos bochornosos, que intentan ser románticos pero hacen reír o son innecesarios, y su historia carece de un conflicto. Es una situación estirada por el “¿Firmará el contrato o no?”, adornada por los pezones erectos de Dakota Johnson y por un final abrupto y torpe, que roza lo desagradable. Además, a último momento, decide abrir estúpida y descaradamente varias subtramas que deja en el aire, para que sean resueltas en la continuación. Como resultado, el film no cierra. Lo entendería si esto pasara en la secuela, pero el “Continuará” de este primer capítulo hace que CINCUENTA SOMBRAS DE GREY ni siquiera se mantenga firme como una película sola ¡Falla hasta en la estructura básica de principio, nudo y desenlace, porque sí o sí necesita de las continuaciones para cerrar el relato! Es solo un inicio con un atisbo de conflicto o nudo en los segundos finales. Pero lo que más detesté fueron sus insufribles personajes. Anastasia es una sumisa de alma, una mujer completamente dependiente, aburrida, desesperada y débil, que hace lo que sea para mantener feliz a su hombre maltratador. Nunca llegamos a conocerla o a entenderla. Su pizca de curiosidad sexual no está justificada y está allí solo para ser una herramienta del relato. Más allá de dónde vive, qué estudia o el hecho de que no se depila, no sabemos nada sobre ella. Es un envase vacío (a lo Bella Swan) para que cualquier espectadora pueda ponerse en sus zapatos e imaginar que es esclava de Grey por un rato. La película está más interesada en mostrarnos al actor principal sin remera que en construir a su protagonista. Dakota Johnson no ayuda a volverla un personaje interesante y sobreactúa sin parar cuando intenta parecer vulnerable o excitada (¡Si se mordía el labio una vez más, me cortaba las bolas!). Pero esa indignación que sentía por ella empeoró cuando revela que, inexplicablemente, se enamoró de Grey, quien nunca hace nada genuinamente bueno por Anastasia ¿Lo ama porque es atractivo, porque se fijó en ella y porque le da buen sexo? ¿Sus sentimientos por él afloran cuando la lleva a volar en dos ocasiones? Porque, en ese caso, debería enamorarse cada vez que va a un aeropuerto ¿Se enamoró después de que le compró una notebook, en la descolocada escena de baile o en los momentos en que le falta el respeto? La historia de amor no funciona porque nunca entendemos de dónde surge ese afecto. Nada los une, más allá del sexo. Christian Grey (interpretado por ese maniquí unidimensional y sin carisma llamado Jamie Dornan) es un personaje horrible. El film falla al intentar venderlo como un ser dañado, porque las explicaciones que da sobre su oscuro pasado son telenovelescas y superficiales. Es uno de los peores protagonistas “románticos” de la historia, porque nunca intenta redimirse o pensar en alguien más que su propio pene. Así, sus acciones abusivas se vuelven más espantosas aún. Y lo peor es que la película no lo castiga. Christian Grey solo es celebrado. Cuando parecía que por fin le llegaba la hora de ser juzgado, los créditos empiezan a correr y queda absuelto de sus pecados. Es insultante que la platea femenina suspire por él. Si la saga llega a terminar con un final feliz –con ella aceptándolo y viviendo felices por siempre–, solo se demostrará lo trastornada que está la mente de su autora y de aquellas que la idolatran. Leí comentarios que defienden el hecho de que esta película podría ayudar a algunas mujeres a expandir sus horizontes sexuales, lo cual no me parece para nada malo. Pero pienso que, desde ese punto de vista, CINCUENTA SOMBRAS DE GREY es una película que debería verse con cuidado: No celebra la sexualidad, sino que alienta una relación sexual poco saludable, en que la confianza y el respeto por el otro son lo de menos ¿Mi consejo? No la vean. Nadie les que quita el derecho a fantasear, pero pueden hacerlo con mejores ejemplos de erotismo cinematográfico (algo de Bernardo Bertolucci, LA SECRETARIA o hasta NUEVE SEMANAS Y MEDIA o las escenas lésbicas de LA VIDA DE ADELE). O vean pornografía. Su irrealismo y privacidad la vuelven inofensiva. Además, es gratuita, más divertida y dura mucho menos –bah, eso me dijo un amigo–. En CINCUENTA SOMBRAS DE GREY ni siquiera la banda sonora de Danny Elfman está inspirada. A pesar de la masividad de su audiencia, el film nunca intenta entregar algo novedoso o decente. Cae constantemente en los lugares comunes del cine erótico y, aun así, nunca llega a ser una película sexy, entretenida, interesante o audaz, sino un nauseabundo, aburrido y pomposo intento de hacer dinero vendiendo SEXO y nada más. Es, por esa razón, una película puta.
UN ÚLTIMO ESFUERZO BÚSQUEDA IMPLACABLE (TAKEN, 2008) es una de las mejores películas de acción del 2000 en adelante. Una oscura, violenta y desesperada persecución que no da respiro. BÚSQUEDA IMPLACABLE 2 (TAKEN 2, 2012), en cambio, es una de las peores películas de acción del nuevo milenio. Una estúpida, mal filmada y poca emocionante atrocidad, editada horriblemente y escrita sin ganas. Ahora nos llega BÚSQUEDA IMPLACABLE 3 (TAKEN 3, 2015), que supuestamente es la conclusión de la saga protagonizada por Liam Neeson en papel de espía retirado. En esta ocasión, nadie es secuestrado (al menos no hasta el final), solo la reputación y la libertad de nuestro héroe Bryan Mills, quien un día llega a casa y descubre a una persona cercana a él muerta en su habitación. Todo parece indicar que él es el responsable, por lo que la policía no dudará en detenerlo. Después de repartir algunas piñas y de darse a la fuga, Bryan se convierte en el hombre más buscado por la ley. Mientras escapa del oficial a cargo de su caso, Franck Dotzler (un desaprovechado Forest Whitaker), el padre del año no se detendrá ante nada hasta encontrar a los verdaderos asesinos, mientras intenta mantener a su hija Kim (Maggie Grace) a salvo. De seguro la historia de BÚSQUEDA IMPLACABLE 3 les resultará familiar. Sí, es básicamente la misma que la de EL FUGITIVO (1993). Pero en lugar de contar con Harrison Ford, Tommy Lee Jones, una pulida dirección y un inteligente libreto, BÚSQUEDA IMPLACABLE 3 llega lamentablemente acompañada de la insoportable estética del Olivier Megaton (BÚSQUEDA IMPLACABLE 2), ese inútil director que corta frenéticamente sus planos como si estuviera haciendo un videoclip. Aquí se controla un poco más que en la anterior (pero no lo suficiente) y las escenas de acción son más entendibles. Y aunque le cueste por la edad, Neeson vuelve a cargarse la película sobre sus hombros. Gracias a él –y al hecho de que usaron una premisa que ya sabían que funcionaba–, esta tercera entrega no es un desastre como lo fue su predecesora, aunque tampoco llega a rozar la grandeza del film original. BÚSQUEDA IMPLACABLE 3 funciona, pero entra en la categoría de cine de piñas, patadas y tiros “Para pasar el rato”. Como cierre de su franquicia, decepciona un poco al alejarse del Legado Taken (ser la saga de los secuestros) y es definitivamente una despedida sin fuerza. Prefiere ser una película de acción de medio pelo, desperdiciando la riqueza de una trama llena de suspenso y provocando que el film nunca te tensione del todo. En su guión abundan clichés, escenas de acción ya vistas y algunos giros que resultan ser más confusos que inesperados, y carece por completo de un villano fuerte. Pero a pesar de todo, la película nunca aburre. Esto no se deba a su ritmo veloz o sus variadas escenas de acción, sino a su protagonista. La ferocidad que soltó en la primera película sigue lamentablemente ausente, pero BÚSQUEDA IMPLACABLE 3 nos muestra nuevas caras de Bryan Mills. Repitiendo una virtud de la TAKEN original, este film se toma el tiempo necesario para mostrarnos al personaje de Neeson en su vida cotidiana, antes comenzar a repartir palizas. Lo vemos cuidando de su hija, charlando con su ex, saliendo con sus amigos y hasta comprando facturas (¡!). Suena aburrido, pero ayuda a darle realismo a los personajes y más emoción a la historia cuando los problemas comienzan. Paradójicamente, aquí también lo vemos consolidarse como uno de esos héroes irreales del cine de acción, haciendo proezas imposibles (similares a las de John McClane) en una badass secuencia final en un aeropuerto. Y más paradójicamente, BÚSQUEDA IMPLACABLE 3 nos muestra a Bryan Mills en su momento más vulnerable. Recibe incontables palizas, se enfrenta a rivales más ágiles que él y se cansa hasta de correr. Es la edad. Sus ganas de patear malos siguen siendo las mismas, pero los años le pesan. BÚSQUEDA IMPLACABLE 3 es igual. Carga consigo la gloria y los errores del pasado. Le cuesta levantarse y, una vez que lo hace, tambalea. Para nada le quita el saber que al menos hizo un último esfuerzo.
EN EL NOMBRE DE MURRAY Cuando era niño, en la casa de al lado vivía un anciano gruñón y anticuado que no quería pasarnos la pelota cada vez que caía en su jardín. En ese entonces, lo odiaba. Pero ahora que crecí, me pregunto: ¿Qué lo llevó a ser así? ¿A caso su vida había sido muy complicada? ¿A caso se comportaba de esa forma con sus seres queridos? El director Theodore Melfi es quien me hizo pensar nuevamente en ese vecino con el que varios de nosotros crecimos. Su película ST. VINCENT (2014) cuenta la historia de alguien similar. Un veterano malhablado y malhumorado llamado Vincent MacKenna, cuya vida de apuestas, alcoholismo y regulares visitas de “La Dama de la Noche”, se da vuelta con la llegada de nuevos vecinos: una madre soltera llamada Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo Oliver (Jaeden Lieberher). Mientras ella pasa por un difícil divorcio y trabaja más horas para pagar la escuela católica de su hijo, Vincent se convierte en un singular niñero para el pequeño. Juntos irán formando una profunda relación de amistad en una hermosa comedia con muchos toques de drama. Pero hay algo que diferencia a ST. VINCENT de cualquier film indie que haya contado una historia similar: ¡Esta tiene a Bill “Fucking” Murray! El celebrado cazafantasma, leyenda de la comedia ochentosa y actorazo en películas como PERDIDOS EN TOKIO (2003), VIDA ACUÁTICA (2004) y FLORES ROTAS (2005), es un hito del cine y somos muy afortunados por haber crecido con él. Su cinismo, sarcasmo, timming para la comedia y esa mezcla de actitud relajada y mala onda siguen intactas en esta nueva película a la que bendice con su presencia. ST. VINCENT es Bill Murray y sin él probablemente pasaría desapercibida. Su perfecta interpretación de Vincent MacKenna es una adictiva mezcla de melancolía, histrionismo y descaro, que hace cada escena del film una delicia (incluso aquellas en las que solo baila o escucha música). Guiado por la sutileza de un guión bien construido –y acompañado por la entrañable química que comparte con el pequeño Jaeden–, Murray va descascarando de a poco a su personaje, para revelar en el centro a un verdadero y poco convencional santo (como lo indica el título). Aun así, ST. VINCENT nunca se traiciona y esa actitud vulgar con la que lo conocimos sigue intacta hasta su final, entregándonos algo muy diferente a lo que uno esperaría de esta clase de cintas. No es la típica historia del mentor y menos de adoctrinamiento religioso (a pesar de las constantes referencias al catolicismo). No hay moralejas sobre la paternidad ni buenos buenos o malos malos. No hay importantes lecciones moralistas o un personaje aprendiendo a comportarse mejor. Esta es la historia de un hombre con un pasado y un presente de mierda, al que por primera vez la vida le da un respiro. Son las personas a su alrededor las que deben aprender a entenderlo, quererlo y aceptarlo tal cual es, y no al revés. Y ver a alguien que queremos tanto como Bill Murray atravesar por todo eso, les inflará el pecho y probablemente los hará llorar, reír o emocionarse de la mejor manera. Peligrosamente, ST. VINCENT a veces roza los dramas sensibleros de Hallmark que disfruta ver Virginia Lagos (con discursos emotivos, compañeritos rivales haciéndose amigos, diálogos tristes, enfermedades jodidas y demás), pero se aleja muchísimo cada vez que Murray entra en escena. Su hedonismo a la Dude Lebowski, su misantropía a la Jack Nicholson en MEJOR IMPOSIBLE (1997), su ordinario estilo, su pasado y su rutina diaria crean un fascinante personaje al que solo él podía darle vida. El resto del elenco (en especial McCarthy, que se redime después de TAMMY) cumple eficazmente sus papeles, con la mínima excepción de Naomi Watts, quien es graciosa pero a veces desentona y sobreactúa. En definitiva, ST. VINCENT es el brillante tratamiento de un gran personaje, que posee una bella dirección, una excelente actuación de su protagonista, divertidos diálogos y una buena banda sonora. Su historia es la mayoría de las veces graciosa y desvergonzada, otras veces es real, dura y conmovedora, pero siempre es honesta. Con mucho humor, mucho corazón y mucho Bill Murray, así es ST. VINCENT.
EL PLATO CHICO Aunque no lleva mucho tiempo entre nosotros nosotros, LOS JUEGOS DEL HAMBRE ya está terminando. Pero a medida que se acerca el final, siento que aun no me deja satisfecho del todo. La primera –estrenada en 2012 y dirigida por Gary Ross– presentó una premisa fascinante y dos buenos protagonistas, pero quedó arruinada por una espantosa cámara en mano que nunca se quedaba quieta y algunas ridiculeces como perros-monstruos, histeriqueos adolescentes, aires pretenciosos de cine indie y diseños de personajes exagerados. Con la espectacular LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS (THE HUNGER GAMES: CATCHING FIRE, 2013) y el nuevo realizador Francis Lawrence, la serie alcanzó su punto máximo al convertirse en un verdadero tanque hollywoodense, con una dirección más estilizada, geniales escenas de acción y un final que dejó a todos con muchísimas ganas de ver a Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), la Chica en Llamas que desafió al opresivo Capitolio, uniéndose al Distrito 13 para vengar la destrucción de su Distrito 12 y el secuestro de su… ¿Amigo? ¿Novio?... de Peeta Mellark (Josh Hutcherson). Lamentablemente, todo lo que prometía esa mirada llena de ira y ese épico cliffhanger quedó disipado en LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 1 (THE HUNGER GAMES: MOCKINGJAY – PART 1, 2014), una película que se boicotea a sí misma al ser solo la mitad de una historia entera, que fue obvia y estúpidamente dividida para duplicar ganancias. El resultado es el colmo de la expresión “la calma antes de la tormenta” en forma de un film interesante y maduro, pero sin la diversión, la acción, el ritmo y los Juegos del Hambre que esta serie acostumbraba darnos. En lugar de eso, prepárense para dos horas con la Presidenta Coin (Julianne Moore) y Plutarch Heavensbee (Philip Seymour Hoffman) convirtiendo de a poco a Katniss en el Sinsajo, el símbolo de la rebelión, mientras ella filma comerciales e intenta convencer a los demás de ir a rescatar a Peeta. Imaginen esta franquicia como un delicioso buffet con todo lo que puedan comer, pero nosotros estamos parados en frente con un plato chico en las manos y con una persona detrás que nos dice: “Solo se pueden servir una vez. Si quieren más, vengan el año que viene”. La fotografía, las actuaciones, la banda sonora, los momentos dramáticos y la propaganda política son algunos elementos que LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 1 maneja realmente bien y la coloca por encima de la etiqueta de “película para las adolescentes”. Sin embargo, comete el pecado más imperdonable en este tipo de productos. Al separar la última novela de Suzanne Collins, el director Francis Lawrence –quien vuelve pero con un poco de la frenética cámara en mano del primer film– se vio obligado a estirar la historia para abarcar el largo de una cinta. Pero parece ser que en realidad no había demasiado para filmar en esos primeros capítulos del libro. Tal vez sea muy fiel al material original (lo cual dejará contentos a los fans), pero en definitiva es una producto que no entretiene y que se mueve a un ritmo demasiado lento. En ocasiones es intensa, poderosa y se anima a tratar temas tan serios como las consecuencias de desafiar al sistema, la manipulación de los medios y las luchas políticas por medio de campañas. Pero mientras corrían los créditos finales, me di cuenta de que en realidad había visto más un avance para la siguiente entrega que una película per se. Lo sé, lo sé, es solo una parte de algo mucho mayor, pero eso no le da derecho al estudio a estrenar una secuela de una franquicia de aventura y ciencia ficción en la que su heroína no hace mucho físicamente hablando; que pretenciosamente intenta ser un drama de pura intriga política y que cree que no necesita de acción para hacerle pasar un buen rato al espectador ¡Créanme, sí la necesitan! ¿Qué a caso ya se olvidaron que tenían perros-monstruos y babuinos asesinos en las anteriores? Agradezco que la nueva secuela se olvide de los juegos para volverse un acercamiento mucho más emotivo, trágico y oscuro a la distopía de Panem, y es muy probable que la epicidad e intensidad que yo anhelaba la encuentre recién en LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 2 (THE HUNGER GAMES: MOCKINGJAY – PART 2, Noviembre de 2015), pero no hay excusas para que, en un film de este género, su ÚNICA escena de acción sea la que más promocionaron los avances. A pesar de mis críticas, no odié LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 1, aunque sí pienso que es buena solo como el principio de cualquier película puede ser. Como producto entero, es una decepción ya que no se mantiene firme por su cuenta y juega demasiado a ser un film para adultos sin importarle la cantidad de bostezos que pueda llegar a causar. No digo que dejen de lado el guión inteligente con discusiones sobre la injusticia, la propaganda y el poder de los líderes, para convertirse en una película de Katniss matando malos a flechazos y nada más, pero sí creo que deberían encontrar el equilibrio entre ambos para dejar a cada uno en la sala satisfecho y no solo a los lectores de las novelas que creen que cada momento era necesario. Para disfrutarla, el resto de los espectadores debe entender que estos son LITERALMENTE solo los primeros 122 minutos de algo que terminaremos de ver el próximo año. Antecesoras de esta movida marketinera –como HARRY POTTER Y LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE – PARTE 1 (2010) y hasta las debatibles EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO (2012) y EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG (2013)– sufrieron levemente del mismo inconveniente, pero al menos supieron construir una estructura narrativa fluida –a pesar de sentirse estiradas–, explotando al máximo cada parte del libro y llenando la historia de escenas de acción, para cerrar en una climax intenso cuyo conflicto de turno concluía o se solucionaba de alguna forma, para recién dar paso a ese desalmado “Continuará…”. El “cierre” de LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 1 no es un punto a parte como debería ser, sino una coma. No hay climax, lucha final o un “¡Ganamos la batalla pero no la guerra!”. Esto provoca un tercer acto para nada intenso o emocionante, que se siente como si alguien nos corriera de la sala antes de tiempo, dejándonos con muchísimas ganas de ver más, pero no en el buen sentido. Su estafador “climax” es solo Katniss hablando mientras otros personajes participan en una escena de acción que NUNCA vemos ¡Así es, el conflicto central de LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 1 se soluciona fuera de cuadro! Eso sí, del final agradezco muchísimo un oscuro y perturbador cambio en relación a uno de los personajes, que me recuerda que esta saga no para de sorprenderme con respecto a su historia y sus protagonistas. Pero aunque cierra mal (o no cierre para nada), es anticlimática y no cuenta con el ritmo veloz que necesitaba, reconozco que LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 1 por fin me mostró porqué esta historia cautivó a toda una generación de fanáticos. Con este nuevo capítulo, su mundo es presentado en mayor profundidad y su villano con un aura mucho más siniestra, mientras que la psiquis de su fuerte protagonista femenina es el centro de la narración, y no tanto sus heridas externas. Ahora sí se siente que todo está en riesgo. En algunos aspectos, es un crecimiento para la saga en relación a los temas que trata, ya que se enfoca por completo en la rebelión de la que tanto se había hablado en el pasado y en la carga emocional que provoca en sus protagonistas. Con una constante atmósfera opresiva y algunas espeluznantes imágenes difíciles de ver (el campo de cadáveres; el bombardeo desde dentro del refugio y muchas más), este principio del fin es un cruento retrato de una sociedad violenta, además de una interesante y muy cínica demostración de los jugadores, las estrategias, las víctimas, las pasiones, las esperanzas y las políticas que intervienen en una guerra. Empujada por fabulosas interpretaciones (Lawrence, Moore, Hoffman, Sutherland y en especial Hutcherson), esta película decide darnos menos romance juvenil para mostrarnos más de Katniss luchando contra su destino. Y es realmente fascinante notar que por detrás de las buenas intenciones de sus aliados parece existir además un juego de manipulaciones en el que ella es solo un peón más para líderes que buscan tanto libertad como poder. En ocasiones, algo así puede resultar incluso más efectivo o atrapante que cualquier tiroteo. Pero dependerá de usted, espectador, elegir qué prefiere ver. Tal vez no divierta a todo el mundo por igual, pero LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO – PARTE 1 demuestra que esta saga si tiene mucho para ofrecer. Solo tiene que aprender a repartir mejores porciones. Qué lástima que, entre tantas delicias, nosotros tengamos que estar aquí parados con el plato chico en las manos. Más, por favor.
EL BALLET CÓSMICO HA EMPEZADO Creo que Christopher Nolan puede ver cosas que otros no ven. El futuro, por ejemplo. Antes que nadie supo hacia donde tenía que dirigirse el cine de superhéroes para ser tomado en serio, fue capaz de lograr éxitos en taquilla sin venderse a ideas convencionales y contrató a Matthew McConaughey en su etapa pre Oscar por DALLAS BUYERS CLUB (2013) y “True Detective”. Por eso me da un poquito de cagazo ver que, para su nueva película, este elegante realizador presentó un futuro que se ve tan nefasto como real, un futuro polvoriento en que la Tierra se ha quedado sin comida y sin esperanzas. En ese escenario comienza INTERESTELAR (INTERSTELLAR, 2014), el siguiente film de ciencia ficción del responsable de EL ORIGEN (INCEPTION, 2010), quien vuelve a impactarnos con esta obra cinematográfica épica, profunda y ambiciosa ¿Es perfecta? ¿Es todo lo que esperábamos que sería? ¿Es la nueva 2001: ODISEA DEL ESPACIO (1968) como prometían algunos? No, no y no, pero eso no le quita que sea un brillante film que impactará y emocionará al adicto a las buenas historias que llevás dentro. Y apuesto a que Nolan vio venir eso. La historia de INTERESTELAR sigue los pasos de Cooper (McConaughey), un piloto convertido en agricultor que lucha por mantener a su familia a salvo en un mañana poco alentador. Cuando se cruza en el camino del Dr. Brand (Michael Caine) y su hija (Anne Hathaway), se le presenta la oportunidad de pilotear una expedición espacial que podría salvar a su familia y a la humanidad, aunque para hacerlo deberá abandonar a sus hijos Murph y Tom. Su misión consiste en cruzar un agujero de gusano para ir en busca de un nuevo planeta que la raza humana pueda habitar. La premisa de la historia ya es lo suficientemente interesante como para cautivar de principio a fin. Si a eso le sumamos las impecables actuaciones de su elenco y fotogramas que nunca antes habían sido vistos en un blockbuster de este calibre, estamos ante una película que definitivamente quedará impregnada en la mente del espectador. Al ritmo de otra espectacular banda sonora de Hans Zimmer –y de momentos de completo silencio–, Nolan nos muestra su propia visión del espacio exterior y no defrauda. Todo lo que vemos allí arriba es cautivador y hermoso, o estruendoso y atemorizante. Haciéndome olvidar por un momento lo que GRAVEDAD (GRAVITY, 2013) le hizo a mi presión arterial, INTERESTELAR es la definición más literal de ópera espacial. Como director de orquesta, Nolan mueve la batuta y hace un asombroso uso del sonido y de la cámara para crear momentos de suspenso, adrenalina y misterio que llevan al espectador más allá de lo conocido o de las fronteras de su imaginación, rodeándolo con imágenes demasiado únicas o demasiado bellas como para no afectarlo –el cruce a través del agujero de gusano o algunas escenas llegando al final, por ejemplo–. Pero no solo por los bonitos planos se lleva las palmas. Los momentos de acción y tensión espacial son fabulosos y probablemente también dejarán satisfechos a aquellos que solo querían ser entretenidos con naves y explosiones. Pero INTERESTELAR es muchísimo más que eso. Entrando a la sala, sabía que no me encontraría solamente con cine de entretenimiento. Tratándose de Nolan, la mayoría de sus films siempre empujan los límites de Hollywood para dejarnos con algo más que solo un buen rato dentro de la sala, e INTERESTELAR no es la excepción. Los temas que Nolan plantea –o intenta plantear– son algunos asombrosos, otros ambiciosos y uno o dos algo descabellados. No todas esas ideas encajan a la perfección o son planteadas de la manera más correcta o sutil, pero no hay dudas de que saldrán del cine hablando sobre ellas, frotándose la cabeza intentando entender la Teoría de la Relatividad implicada a viajes interestelares y quedándose perplejos ante los homenajes a 2001: ODISEA DEL ESPACIO y otros clásicos de la ciencia ficción que dan paso a personajes (¡Un capo el robot TARS!) y secuencias que posiblemente dividirá al público en dos, entre los que alaben su osadía narrativa y originalidad visual, y aquellos que la desaprueben haciendo uso del “¡¿Qué carajo acabo de ver?!” repetidas veces. Pero lo curioso es que, aunque INTERESTELAR está llena de conocimientos científicos, no es en realidad una película sobre ciencia. Todo lo contrario. En una movida muy madura, Nolan habla sobre temas mucho más complejos y universales: Todo aquello que nos hace humanos. Así que, si no captaron del todo la Ley de Murphy o la razón que hace que un agujero de gusano se vea esférico, no desesperen. INTERESTELAR es en realidad un emotivo y poderoso relato sobre la supervivencia, la esperanza, los ideales pioneros que llevaron a nuestra especie a evolucionar y, más que nada, sobre la única fuerza en el universo que trasciende el espacio y el tiempo: El amor. Siendo consciente de esto, Nolan abarca el primer acto de su film (el mejor de los tres) construyendo personajes y relaciones (en especial la de Cooper y Murph), logrando que nos involucremos mucho más en esta odisea que emprende el protagonista. Apoyado por excelentes interpretaciones de McConaughey, Hathaway, Caine, la pequeña Mackenzie Foy y Jessica Chastain, el relato adquiere una fuerza emocional y una calidad que sobrepasa su etiqueta de aventura cósmica. Sin embargo, dije antes que INTERESTELAR no es perfecta y lo decía en serio. Aquí no voy a hablar de actores desaprovechados, de pequeños clichés del cine de astronautas en los que cae o de ciertos diálogos que no suenan como una persona normal hablaría. Me pondré mucho más quisquilloso. La disfruté muchísimo –y la alabaré eternamente por su calidad técnica y sus actuaciones–, pero sí noté ciertas fallas en la narración. La nueva película de Nolan no es como BATMAN: EL CABALLERO DE LA NOCHE (THE DARK KNIGHT, 2008), MEMENTO (2000), EL GRAN TRUCO (THE PRESTIGE, 2006) o EL ORIGEN. Aunque sí lo intenta, INTERESTELAR no se siente como un complejo rompecabezas pensado de principio a fin, en el que cada pieza encaja en su lugar hasta revelar una imagen mayor, imposible de ver hasta un segundo antes de que empiecen a correr los créditos. El ritmo es inconsistente, disparejo y da la sensación de ser una historia trazada al azar, al punto que a veces olvida cuál es su foco e introduce conflictos nuevos sin previo aviso. Varía, avanza y se ralentiza mientras nos lleva de la Tierra al espacio, para luego mostrarnos paralelamente ambos escenarios. A veces despierta mi curiosidad porque no puedo predecir que va a pasar, otras me distrae o no me atrapa lo suficiente debido a que lo que vemos en nuestro mundo no es tan interesante como lo que vemos en los mundos que Cooper visita. Como resultado, los tres actos del film no parecen estar tan unidos o equilibrados, y esto hace que INTERESTELAR flaquee. Sin embargo, es en el final cuando los problemas se vuelven más evidentes. Los giros inesperados que va construyendo de a poco –aunque son algo rebuscados si lo piensan en profundidad– me parecen interesantes, visualmente únicos y muy arriesgados, por lo que me saco el sombrero ante Nolan. Pero es en esas escenas cuando el director saca lo peor de sí mismo. A Nolan no le gusta dejar nada abierto o para la interpretación del público, pero atar cada hilo y explicar cada incógnita antes de que la historia llegue a su fin puede resultar difícil. Es entonces cuando el realizador hace uso de un recurso bastante barato: Explicar casi todo por medio de los personajes hablando solos o entendiendo cosas por su cuenta. Son salidas fáciles para hacerle entender al espectador qué está pasando, cuando muchas veces es la sensación de lo desconocido o de misterio no resuelto lo que vuelve a un film incluso más interesante. Si bien quedan algunos cabos sueltos, Nolan decide cerrar cada puerta que abrió por su cuenta, sin darnos lugar a que nosotros llenemos esos espacios vacíos. Cuando un guión hace eso, es mejor que tenga bajo la manga un final digno. Y el de INTERESTELAR tal vez no sea el más coherente, el más emocionante o el más satisfactorio. Pero por más crítico que pueda ponerme, nada puede sacarle a Nolan el mérito de lograr algo distinto dentro de un cine que cada vez muestra más ambiciones monetarias que creativas. Contar historias originales sigue siendo lo que este director mejor hace. Tal vez para algunos INTERESTELAR sea demasiado absurda, demasiado cursi o demasiada paja visual, pero en el fondo de ella encuentro algo puro: Una historia sobre el amor entre un padre y su hija, y sobre cómo en ese amor probablemente se encuentre la clave para responder una de las preguntas más importantes de la humanidad: ¿Por qué estamos en el universo? Nolan, con su visión de ambicioso contador de historias y de premonitor, propone que tal vez estamos aquí para amar y nada más. Amar a nuestras familias, amar a nuestro planeta y amar al cine.
NO HAY NADA COMO ELLOS, EXCEPTO ELLOS Héroes. Una palabra TAN poderosa como esa siempre fue representada en el cine como debía ser: Con hombres (y pocas mujeres) entregados a una causa mucho mayor que ellos mismos. Seres solitarios o víctimas en busca de justicia, que dejaban su dolor a un lado para empoderarse y salvar al mundo con la frente en alto, el pecho inflado, la capa flameando y un épico coro sonando de fondo. Los vimos en EL HOMBRE DE ACERO (MAN OF STEEL, 2013), en BATMAN INICIA (BATMAN BEGINS, 2005) y hasta en LOS VENGADORES (THE AVENGERS, 2012). Pero, ¿por qué nunca vemos detrás del héroe? ¿Por qué centrarse solo en sus más increíbles hazañas y luchas? ¿Por qué un héroe no puede llorar, reír, escuchar música y evitar una catástrofe en un mismo día? A fin de cuentas, son personas como cualquier otra, ¿no? No, los héroes son héroes. Por más humanidad (o Nolaneidad) que le den, su nobleza y valentía siempre serán más importantes que las canciones o los clásicos de Kevin Bacon que aman. En mi vida cotidiana no conozco a nadie que arriesgue su vida volando hacia el interior de un portal con un misil sobre los hombros. Pero sí conozco a muchas personas que hacen bromas, que vieron FOOTLOOSE (1984) y que bailan al ritmo de “The Jackson Five”. Y esa es una de las razones principales por las que amo GUARDIANES DE LA GALAXIA (GUARDIANS OF THE GALAXY, 2014). No solo por ser un film casi perfecto y una de las mejores películas que dio Marvel Studios (y el 2014) hasta el momento, sino por ser la extravagante y extremadamente entretenida carta de presentación de una inolvidable y muy querible colección de personas. Con aspecto de árbol y mapache, pero personas al fin. Levantándole el dedo del medio a las máscaras y a las capas –y cubierta por el espíritu de Han Solo, más referencias a la cultura pop que Tony Stark, muchísima humanidad, chistes rápidos, nostalgia y explosivas batallas especiales–, esta contraparte bastarda y bardera de THE AVENGERS aterriza en las salas para llevar al cine de superhéroes a nuevas alturas. O al infinito y más allá. Seguramente pasó que alguien de mente cerrada (o un crítico que se cree demasiado para una aventura de superhéroes) se acercó a ver el póster de este nuevo estreno y solo vio a un montón de perdedores. Ridículos y fenómenos en algo que solo puede ser aún más ridículo. Pero, ¿pueden culparlo? Solo ve alienígenas con forma de plantas y animales, un antiguo luchador queriendo actuar, una chica pintada de verde y un comediante que se puso en forma para dársela de héroe de acción. Pero si recordamos lo que nos enseñaron mientras crecíamos, las primeras impresiones nunca son buenas y no está mal dar una segunda oportunidad. Si se animaron a darle esa oportunidad a GUARDIANES DE LA GALAXIA, entonces saben que no es una película como cualquier otra. Pero, ¿qué es exactamente? Dependiendo de por donde la miren, la nueva locura del demente director James Gunn (SLITHER, SUPER) puede ser muchas cosas: A) Un nuevo exponente de la ciencia ficción, visualmente impactante y lleno de acción, que homenajea y combina de la mejor manera elementos de STAR WARS, STAR TREK, “Firefly” e incluso INDIANA JONES, ya sean sus diseños, sus personajes o más. B) La adaptación comiquera más graciosa que regaló Hollywood en años, al punto que podríamos llegar a considerarla una comedia pura. C) Una mezcla de osadía y originalidad que se ríe inteligentemente de los cánones del cine de superhéroes, mientras cuenta una historia sobre el nacimiento de una nueva elite de justicieros. Lo admirable de Gunn es que logró combinar y equilibrar A, B y C, sin descuidar nunca a sus protagonistas. Para que LOS VENGADORES pudiera funcionar, Marvel Studios pasó varios años presentando por separado a cada uno de los integrantes que conformarían el equipo. Así, llegado el momento de juntarlos, ya no hacía falta explicar quién era quién y podía pasar directo a los bifes: Las peleas con Loki y los Chitauri. Me encanta LOS VENGADORES, pero reconozco que no es tanto una película, sino un espectáculo que está más al servicio de los fans que de sus personajes. En cambio, GUARDIANES DE LA GALAXIA presenta a sus integrantes, profundiza en sus historias, los hace evolucionar de criminales/rivales a héroes/amigos. En su film, los Vengadores solo se unen y al final se separan. La sensación que deja es más de choque de egos y alianzas por conveniencia o coincidencia, que de laburo en equipo, amistad y complicidad. En esta nueva aventura cósmica, los egos chocan repetidas veces (son los momentos más divertidos), pero también queda muy en claro que se necesitan entre ellos para derrotar al mal y a sus demonios internos. GUARDIANES DE LA GALAXIA consigue esto poniendo la acción, los guiños a los fans y los efectos especiales al servicio de la narración y sus protagonistas, y no viceversa –de hecho, recuerdo más las escenas en las que charlan que las escenas en las que luchan–. Así, uno llega a conocer a fondo a cada uno, volviendo su viaje mucho más atrapante. Los Guardianes de la Galaxia son cinco: 1) Peter Quill/Star-Lord, una querible mezcla de Han Solo e Indiana Jones, pero que esquiva al héroe macho y clásico para ser alguien vulnerable, sensible y a veces inepto, con poco liderazgo pero sí mucho corazón y buena onda. Chris Pratt es fantástico como el protagonista, llevando el humor, el drama y la acción sin ningún problema. 2) Gamora, una asesina con una historia previa que le aporta una cuota considerable de profundidad a la trama. La bella Zoe Saldana se mete nuevamente en la piel de una mujer que no necesita de un hombre para salvar al mundo. Incluso aparecen indicios de un romance, pero los esquiva con buen sentido del humor en pos de la construcción de su personaje. 3) Rocket, el mapache genéticamente modificado, que bien podría haber sido el desahogo cómico creado para los nenes (el Jar Jar Binks o Los Gemelos Autobots de este blockbuster). Pero no. Mientras la veía, sentí muchas veces que Rocket Racoon era a GUARDIANES DE LA GALAXIA lo que The Joker fue a BATMAN: EL CABALLERO DE LA NOCHE (THE DARK KNIGHT, 2008), pero en menor medida. Aleluya por este ser sarcástico y muy cool (cortesía de la voz de Bradley Cooper y del asombroso CGI) que se roba la película, que mejora cada escena en la que aparece y que lleva consigo una durísima carga emocional, presentada brevemente pero con precisión. 4) Drax El Destructor, interpretado por un correcto Dave Bautista. Su historia de venganza es probablemente la más obvia de las cuatro, pero es imposible no quererlo. 5) Y finalmente… Groot, una entrañable e inocente presencia que protagoniza escenas en donde los sentimientos lo son todo y que no dice mucho pero, cuando habla, lo hace con la copada voz de Vin Diesel y en el momento más oportuno. Este disfuncional repertorio de underdogs, maniáticos, asesinos, criminales y forajidos “legendarios” se verá obligado a unirse después de apoderarse de El Orbe, un objeto que todos quieren, incluyendo el malvado Ronan (Lee Pace). Hay pocas cosas que no funcionan en GUARDIANES DE LA GALAXIA y el villano principal es lamentablemente una de esas. Honestamente, no hay nada incorrecto en él. Es decir, es un villano completamente funcional, es intimidante (¡Varios puntos para Lee Pace!) y un buen contraste para Star-Lord. El problema es que no es memorable. Es solo un malo que hace cosas malas, algo en lo que Marvel Studios cae con regularidad (a excepción de Loki, claro). Tal vez, si hubiese sido un personaje más humorístico como sus rivales, se podría haber destacado. Aun así, esto no afecta demasiado al film. Fuera de eso, no mucho más puedo criticar: Hay momentos en que peca de ser explicativa y escupe demasiada información en un solo diálogo (o muy poca, reteniendo la respuesta para la secuela), y posiblemente algunos espectadores queden decepcionados con el poco uso que le dieron a actores de la talla de Glenn Close, Benicio Del Toro y John C. Reilly. Pero en una película en la que hasta el 3D, los personajes secundarios (como Nébula y Yondu) y el soundtrack son para celebrar, detalles como esos pasan desapercibidos. GUARDIANES DE LA GALAXIA es sin dudas una imperdible ópera espacial, absurda y siempre divertida, que contrasta de manera brillante humor con drama y ciencia ficción con aventura. Su inteligente e irreverente guión (de frases como “Ain't no thing like me, except me”), escrito por Gunn y Nicole Perlman, es un constante reciclaje de las costumbres más obvias de los héroes del cine. Pero cada vez que le toca caer en uno de esos clichés (los compañeros parados en círculo, el enfrentamiento final entre el bueno y el malo, el McGuffin), GUARDIANES DE LA GALAXIA lo resalta, lo vuelve diferente o lo convierte en algo que nos sorprende o nos hace reír a carcajadas. Esa es la característica principal de esta película: Tomar algo que ya existe y resignificarlo de la forma más inesperada posible. A Marvel Studios lo expande y lo transforma en un universo de infinitas posibilidades. A los mapaches los convierte en superhéroes y a los superhéroes los convierte en personas. Al alejarse de la Tierra y de sus admirables Vengadores, GUARDIANES DE LA GALAXIA logra alcanzar una sensibilidad en su historia y sus protagonistas que NO inspira a salvar al mundo, sino a algo mucho mejor: A disfrutar de las cosas buenas de la vida, ya sea amigos, música o un viaje.
DEPÓSITO DE CHATARRA Aunque a veces suelo dejarme llevar por la marea popular de odio, siempre prefiero ser justo y darle el beneficio de la duda a cada film. En mis años como amante del pochoclo, confieso que fui a ver varias bostas por simple curiosidad –y eso incluye (lamentablemente) películas como CREPÚSCULO y todas sus secuelas–. Este comportamiento fue el que me llevó anoche al cine, a ver TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN (TRANSFORMERS: AGE OF EXTINCTION, 2014). Pero otro factor también intervino. Tengo una segunda confesión que hacerles: Me gusta ver películas de Michael Bay. “¡Oh, no! ¡¿Cómo pudiste, Bernabé?! ¡Ya no creemos en vos!”, dirán ustedes. Lo sé, lo sé, pero no lo puedo evitar. No es que crea que son obras maestras, simplemente me parecen divertidas. Al igual que muchos, soy capaz de dejarme llevar por su ritmo veloz y su poco contenido, sin la necesidad de poner mi mente en funcionamiento, ya que sus historias son tan obvias que mi cerebro se mueve casi de manera automática. Sé que su filmografía no cambiará mi vida o la del cine, pero hay días en que prefiero algo inofensivamente bobo y entretenido, en lugar de analizar y caretear con alguna maravilla de Von Trier, Kubrick o Xavier Dolan. Habiendo dicho esto, creo que queda en claro que el análisis del nuevo film de Bay que estoy por hacer será lo más justo posible… pero nada amable, porque TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN es para mí su peor película y una desastrosa monstruosidad, larga, repetitiva e imperdonablemente aburrida. Es otra válida razón para que el mundo siga quejándose de Hollywood y de sus blockbusters que nunca cambiarán. Si bien en T-O-D-O-S los laburos de Bay encuentro similitudes (desde las explosiones, los helicópteros y las mujeres cosificadas, hasta las cámaras lentas al azar, el patriotismo norteamericano y esos poéticos rayos de sol pegando en el lente), creo que su cine bien podría dividirse en diferentes categorías. Por un lado, sus buenas películas (que son buenas a pesar de muchas fallas). Allí coloco a LA ROCA (1996), LA ISLA (2005), BAD BOYS (1995) y ARMAGEDDON (1998). Por otro lado, sus flojas: PEARL HARBOR (2001), BAD BOYS II (2003) y PAIN & GAIN (2013), que aun no sé si odié por completo. Y a lo lejos, la saga TRANSFORMERS, convertida en un capítulo aparte de su filmografía. Apadrinada por Steven Spielberg, esta saga prometía mucho y, viendo en retrospectiva, soy de los que piensan que comenzó bastante bien. La primera TRANSFORMERS (2007) es la más redonda de la tetralogía. Obvio que es simplona y predecible, pero eso no evita que sea disfrutable y visualmente novedosa e impactante. TRANSFORMERS: LA VENGANZA DE LOS CAÍDOS (2009) y TRANSFORMERS: EL LADO OSCURO DE LA LUNA (2011) fueron solo intentos de repetir el éxito, repitiendo la formula de la manera más holgazana posible. Me seguían entreteniendo, había algunos cambios de locaciones y de actrices, pero en definitiva ninguna aportaba nada nuevo ni llegaba a estar a la altura de la que lo comenzó todo. En aquellas tres entregas, la acción corría por cuenta de los Autobots (ninguno con personalidad, solo los distinguías por su color) y uno o dos patrióticos soldados (lo mismo que dije en el paréntesis anterior). La carga emocional de los films (a la que Bay le debería haber prestado más atención) aparecía de a momentos en el personaje de Shia LaBeouf. La mayoría de las veces era insoportable, pero Sam Witwicky era un personaje con el que el público se podía sentir identificado. No era un héroe, un soldado, un robot. Era un pibe normal, un don nadie, un adolescente que reaccionaba como cualquiera de nosotros lo haría, aunque la mayoría de las veces era medio cagón. No poseía profundidad, pero era el único que se acercaba a la definición de “personaje” en estas películas. Todos los demás estaban allí para ser herramientas del guión, para intentar hacer reír, para disparar o para mostrar el culo ¿Qué pasa entonces cuando Sam Witwicky deja la franquicia? El director tiene que ponerse a escribir nuevos protagonistas y, por si no lo saben, los personajes son la kryptonita de Michael Bay. TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN sucede unos años después de la devastadora Batalla de Chicago, y la relación entre Autobots y humanos ya no existe. Un agente de la CIA, Harold Attinger (un correcto Kelsey Grammer), está convencido de que todos los Transformers son peligrosos y se dedica a cazarlos con la ayuda de un cazarrecompensas alienígena, Lockdown, que busca a Optimus Prime por sus propias razones ¿Y dónde está el líder de los Autobots? Herido y escondido en Texas. Pero un día es encontrado por Cade Yeager (Mark “he’s so hot right now” Wahlberg), un mecánico e inventor frustrado (¡¿?!) que busca chatarra para vender y así poder pagar la universidad de su hija Tessa (la belleza de turno, Nicola Peltz). Cuando la CIA se entera del paradero de Optimus, los Yeager se convierten en fugitivos junto a los demás Autobots sobrevivientes. En el camino para limpiar sus nombres, se les unirán el novio de Tessa (un piloto de autos llamado Shane, interpretado por Jack “de madera” Reynor, que Papá Cade no aprueba) y el científico Joshua Joyce (Stanley Tucci), que intenta crear sus propios Transformers hasta que su experimento se sale de control y se convierten en una nueva raza de Decepticons. Ah, sí, también hay una bomba de tiempo y unos cuantos Dinobots que se unen a nuestros héroes al final del film. Sip, la puta campaña de marketing giró en torno a ellos y aparecen solo en los últimos minutos. Fuck you, movie! Si leyendo la sinopsis se marearon, imaginen esa historia –entreverada al pedo– esparcida muy torpemente a lo largo de unos interminables 165 minutos, como si Bay no se hubiera decidido cuál trama contar. Ahora imaginen si TODAS esas subtramas se encontraran en un solo confuso clímax en el que, después de la enésima explosión, ya no sabés (ni te importa) quién le dispara a quién y por qué. La mayoría de esas historias secundarias están allí solo para introducir escenas y personajes que no aportan nada, excepto algunos momentos de acción que ya vimos miles de veces, unas cuantas promesas para futuras secuelas o más del idiota sentido del humor de Bay (que, para mi alegría, no abunda en esta entrega). TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN era la oportunidad perfecta para desafiarse a sí mismo, para hacer algo nuevo y original. De hecho, la planteaban como un reboot, un nuevo comienzo. Pero, ¿qué hizo el director? Desaprovechó el potencial de hacer algo más con la franquicia y filmó exactamente lo mismo, solo que con otro elenco y con un peor guión. En piloto automático, Bay no crea nada nuevo y se repite tanto que aburre. Están presentes sus persecuciones en una ruta, los enfrentamientos finales en una ciudad, el adulto loco (Tucci en remplazo de Turturro), el adulto heroico (Wahlberg en vez de Josh Duhamel), la parejita joven, los molestos agentes del gobierno y así. (¡¡¡SPOILERS!!! Seleccioná el texto para leer) ¡Incluso reviven a Megatron otra vez! (¡¡¡FIN DE SPOILERS!!!) Hay un par de truquitos nuevos para distraer a los fans (Dinobots, Transformium, imanes enormes y una secuencia dentro de una nave alienígena), pero en definitiva es más explosión con menos contenido. Como dije al principio, no está mal disfrutar de una historia boba y cliché que no requiere mucho esfuerzo por parte de la audiencia. El problema es que, cuando contás el mismo chiste por cuarta vez, deja de ser divertido y empieza a volverse insultante. Al haberlos visto antes, los efectos ya no engañaban ni distraen –¡Incluso, en ciertos momentos, son muy flojos!–. Esta vez, uno puede estar atento a otras cosas y contemplar las enormes gritas y baches en el libreto que ahora son más evidentes que nunca. TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN hace estallar la pantalla una y otra vez, en un exagerado desfile de pirotecnia que alcanza el ridículo como sus predecesoras no lo hicieron. Con suficientes explosiones en slow motion para todo el 2014, Bay demuestra nuevamente que para él eso es lo importante: Lo visualmente cool, como un robot con espada, montado en un dinosaurio de metal. No se da cuenta de que, en realidad, una explosión es interesante solo cuando un personaje por el que sentimos empatía escapa de ella o está en peligro de muerte. Pero, ¿cómo podemos conectarnos emocionalmente con esos seres unidimensionales y estereotipados a los que Bay llama “protagonistas”? En el mundo real no existen “inventores” que se ven como ex-modelos de ropa interior; y no hay chicas con maquilla a prueba de caídas y choques, que usan ropa sexy sin importar la situación. Para este director, si un Autobot es inteligente, se parece a Einstein; si es pacífico y usa espadas, debe ser un samurái con rasgos orientales, que habla con la voz de Ken Watanabe. Bay está convencido de que si un humano vive en Hong Kong, sabe karate; y si vive en Texas, sabe tirar una pelota de fútbol americano. Ese es su manual de construcción de personajes: Seres clichés (algunos bastantes ofensivos) cuyos pobres conflictos se solucionan de la manera más tradicional, o que son de una forma u otra por simple conveniencia de la trama (¡¿Justo era piloto de autos el pibe?! ¡¿Justo es un mecánico el que encuentra a Optimus Prime dañado?!). Lo peor es que Bay sigue desaprovechando varias escenas en ellos. La relación de Wahlberg con su hija y con su yerno podría haber sido el corazón del film, pero están pobremente construidos y sus historias son de las más usadas en el cine (“Tu madre murió y le hice una promesa de que siempre te cuidaría”, “Debes dejarme vivir mi vida, papá”, “Mi padre me abandonó cuando tenía cinco años” y así). Regla de oro para Miguelito: Cuando los personajes no son interesantes, se vuelve imposible para el espectador interesarse en la historia. Pero sí le agradezco que, esta vez, el personaje principal no se quedara escondido a gritar el nombre de su Autobot favorito, en busca de ayuda. Cade Yeager dispara, maneja, pega piñas y piensa planes. Por eso creo que Wahlberg es de las pocas cosas que sí funcionan en LA ERA DE LA EXTINCIÓN. Reconozco que, por primera vez en la historia de TRANSFORMERS, intentaron darle más participación a los alienígenas. Dejando de lado a los nuevos Autobots (que se dedican a tirar misiles y líneas de diálogo patéticas) y a Bumblebee (que no hace nada), Optimus Prime recibe algo de personalidad. Sí, pasa por su habitual rutina de recibir una paliza, volver en forma badass y soltar cada tanto un discursito, pero esta vez se muestra rencoroso, vengativo y con acciones más ambiguas que heroicas. Podría haber sido fascinante si lo hubiesen desarrollado más (y si hubieran aprovechado por completo su relación con el personaje de Wahlberg), pero el film tiene tantas boludeces en que centrarse, que no queda espacio para desarrollar nada en profundidad –Por ejemplo, en vez de un solo villano (Lockdown era el que más prometía), aquí hay tres o cuatro bastante chatos–. Pero es un caso perdido: Bay sigue haciendo oídos sordos a las críticas, al igual que sus fieles fanáticos, y TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN ya es un enorme éxito en taquilla, con público y una quinta entrega asegurada. Sí amaste esta película, no hay problema, disfrutá tranquilo. Pero me resulta difícil entenderte. Podés defenderla diciendo que las escenas de acción son increíbles, pero yo ya las vi en películas mucho mejores. Podés putearme porque no capto que el elenco es superior y que la nueva historia le da frescura a la saga, pero para mí el guión es más estúpido e incoherente que el de las anteriores. Lo único que rescato del film (más allá de algunas ideas prometedoras en la historia que lamentablemente ejecutaron como infradotados) es que blockbusters tan decepcionantes y olvidables como TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN empiezan a abrirle los ojos a algunos espectadores. Hollywood puede dar películas pochocleras inteligentes (CAPITÁN AMÉRICA Y EL SOLDADO DEL INVIERNO, X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO, LA GRAN AVENTURA LEGO, CÓMO ENTRENAR A TU DRAGÓN 2), pero la clave está en darle tu plata de la entrada a la persona correcta. Michael Bay no es esa persona. Filma y narra sin ganas, sin pensar y sin pasión, utilizando solo las herrumbradas piezas de su pasado y apilándolas una encima de otra como en un enorme depósito de chatarra. Eso no es cine, es basura.
SOMOS LO QUE ELEGIMOS SER En la primera película del Hombre Araña de Sam Raimi, el Duende Verde (encarnado por el insuperable Willem Dafoe) tiene una frase que me encanta: “Somos lo que elegimos ser… ¡Ahora decide!”. Ésta encaja perfectamente en la naturaleza del arácnido superhéroe, porque Spider-Man es un personaje construido a base de importantes decisiones. Pero lo que hace que sea mucho más fascinante que los demás justicieros, es que esas decisiones son tomadas por un adolescente escondido detrás de la máscara. Y uno igual de impulsivo, confundido y emocionalmente volátil como cualquier otro de su edad. No es invencible, no es muy sabio y ni siquiera es mayor. Todo esto hace que, a veces, esos caminos que toma no sean siempre los correctos. Tanto en sus comienzos entintados como en sus adaptaciones cinematográficas, Peter Parker elije dejar escapar al ladrón que acaba asesinando al Tío Ben (¡Gil!). Y hace unos años, en EL SORPRENDENTE HOMBRE ARAÑA (THE AMAZING SPIDER-MAN, 2012), elegía darle al Dr. Kurt Connors una fórmula que lo llevaría a convertirse en su primer villano (¡Sorprendentemente gil!). Esas malas elecciones pasaban algo desapercibidas, pero en la recién estrenada secuela de aquel reboot, el director Marc Webb regresa para reparar eso y para redoblar la apuesta con la película de Spider-Man más oscura, entretenida y visualmente impactante hasta la fecha. Es que, en EL SORPRENDENTE HOMBRE ARAÑA 2: LA AMENAZA DE ELECTRO (THE AMAZING SPIDER-MAN 2, 2014), Webb tomó una sabia decisión. Con mucha sorpresa y una agridulce satisfacción, noté que el director optó por mostrarnos crudamente cómo esas elecciones que toma Peter traen aparejadas serias consecuencias. Todo a su alrededor comienza a volverse cada vez más oscuro, pero no se debe a arañas radioactivas o a misteriosas corporaciones. Se debe a que, de a poco empieza a adentrarse a un mundo más adulto, un mundo en el que las decisiones tienen un precio… y es hora de pagarlo. Pero además de mostrarnos a Spider-Man en situaciones más desgarradoras de las que esperábamos, Webb aprovecha al máximo esos 142 minutos y nos entrega un divertidísimo film del Hombre Araña, en el que se hacen presentes cada uno de los elementos que caracterizan al personaje. Empecemos con la historia: Habiendo decidido su destino como el defensor de Nueva York, Peter Parker (Andrew Garfield, cada vez más metido en el papel) vive días felices siendo aceptado por la mayoría de los ciudadanos y cumpliendo los quehaceres del hogar que comparte con su Tía May (Sally Field). Pero los criminales no son lo único que lo atormentan: Su relación con Gwen Stacy (la encantadora Emma Stone) empieza a ponerse en duda debido a la culpa que siente por estar rompiendo la promesa que le hizo a su difunto suegro (El Capitán Stacy, caído en acción en la entrega anterior). Y entre las idas y vueltas amorosas con Gwen, en Oscorp surgen dos poderosos villanos: Electro (Jamie Foxx) y El Duende Verde (Dane DeHaan), cada uno con sus propios motivos para odiar al Hombre Araña. Aunque al principio temía (al igual que todos) que esa evidente sobrecarga de personajes y subtramas provocara algo similar a la desastrosa SPIDER-MAN 3 (2007), debo reconocer que Webb mantiene su película sólida y coherente la mayor parte del metraje, a pesar de estar haciendo malabares durante más de dos horas, con escenas de acción, momentos de comedia y drama, una historia de amor, un misterio a resolver, dos (¿o tres?) enemigos y las obligadas secuencias en 3D de Spider-Man balanceándose por las calles neoyorquinas. La mezcla puede a veces resultar caótica, pero el guión ayuda a camuflarlo y a distraer al espectador, manteniéndolo entusiasmado mientras equilibra sabia y equitativamente los dilemas y combates que debe enfrentar Spidey en esta ocasión. No es la mejor película de este personaje, pero sí acerca bastante. Y el resultado no es sorprendente, pero sí muy disfrutable. Lo que sí sorprende es que, habiendo más de un villano, la secuela haya elegido el romance de Peter y Gwen como la historia más importante y aquella que condensa a las demás subtramas. Esto provoca una reacción en cadena que acaba quitándole espacio al film para los momentos de acción y sacándole la debida importancia que los villanos merecían ¿Es algo malo? No necesariamente. De hecho, al centrase en la pareja principal, Webb hace que alentemos aun más por su historia de amor, que nos importe y que nos preocupe cada vez que la pareja corre peligro. Y la enorme química y naturalidad que comparten Garfield y Stone (novios en la vida real) ayudan a fortalecer esa idea. Pero, obviamente, esto relega a Foxx y a DeHaan a roles mucho más secundarios. Y no dedicarle tiempo suficiente a ambos, crea fallas en la construcción de sus personajes y sus historias. Ambos son muy buenos actores y cumplen asombrosamente interpretando cada faceta de los villanos (en especial DeHaan, un actorazo). El problema aquí es otro. Por ejemplo, en lugar de aprovechar más escenas para desarrollar una mejor motivación para el personaje de Max Dillon, los guionistas crearon un archienemigo de manual: Un nerd demasiado arquetípico y caricaturesco (¡Parece sacado de una sitcom de los 90s!), obsesionado con Spider-Man (¿BATMAN ETERNAMENTE?). Cuando su héroe sin querer le falla, decide usar sus poderes eléctricos para destruirlo. Su transformación es demasiado rápida y obvia, aunque sí nos permite conocer desde temprano a Electro –visualmente alucinante e interpretado con mucha fuerza por Foxx–. Pero decepciona el hecho de que ni siquiera sea el villano principal o la mente maestra del plan para acabar con el Hombre Araña (lo muestran más como un hombre asustado, resentido y fácilmente manipulable). Paralelamente –y a la inversa del primero–, la película construye lentamente al Duende Verde. Tardan demasiadas escenas con la desesperación y el sufrimiento de Harry Osborn, y solo nos lo presentan velozmente como un digno villano en la secuencia final, dejándonos con muchas ganas de ver más. Ambos enemigos se equilibran bien, pero no hay dudas de que son solo bocetos de personajes fascinantes, que podrían haber estado mejor construidos. Sin mencionar al Rhino de Paul Giamatti, que es solo un cameo y un adelanto de lo que vendrá. Mientras veía EL SORPRENDENTE HOMBRE ARAÑA 2: LA AMENAZA DE ELECTRO, a veces sentía que la tentación de incluir demasiado, amenazaba con asfixiar la secuela. No hay duda de que algunos elementos simplemente no funcionan como el realizador pretendía (como la música metálica que suena cada vez que aparece Electro –que intenta ser badass– o las apariciones fantasmales del Capitán Stacy –que no parecen pertenecer a este film–); de que ciertas subtramas están demasiado forzadas (como la de Richard Parker o la de los aviones en curso de colisión); de que unos cuantos “chistes” son demasiado bobos o infantiles (¡Electro hace rebotar a Spider-Man en una planta eléctrica, haciendo sonar la melodía de “La pequeña araña”!) y de que muchos fans de seguro se ofenderán al notar los cambios que hicieron con respecto a las historietas (como el origen del Duende Verde, la breve aparición de Norman Osborn o el hecho de que la muerte del Tío Ben ya no es algo que afecta al protagonista –mientras que en los comics y en la saga de Raimi es lo que más lo atormenta–). También se perdió uno de los mejores aciertos de la entrega anterior. Esa sensación realista en las escenas de acción (creada con acrobacias, parkour y arneses), que hacía pensar a uno que Spider-Man de verdad podía existir en nuestro mundo, fue descartada por completo y remplazada con secuencias puramente digitales, al punto en que solo hay UNA brutal lucha cuerpo a cuerpo entre actores (Hombre Araña Vs. Duende Verde). Lo demás es alucinantes efectos digitales, rayos y (demasiadas) cámaras lentas. Pero en lugar de acribillar a Webb por sus fallas, prefiero agradecerle por las demás secuencias de acción (ninguna igual que la otra y cada una más impresionante que la anterior), por las referencias comiqueras, por darle más participación y empoderamiento a “la novia del héroe” (en vez de ser secuestrada una y otra vez, Gwen participa activamente en algunas escenas de acción como el cerebro de la pareja) y por hacer que nos reencontremos con la mejor encarnación cinematográfica de Peter Parker. Garfield no solo se vuelve un personaje entrañable al resolver sin ningún problema la comedia (verbal y física) y el drama, sino que incluso logra algo que Tobey Maguire jamás consiguió: Traspasar la máscara. Aunque no se le vea la cara, podés sentir al actor ahí adentro, disfrutando ser ese héroe de espíritu juguetón y movimientos arácnidos. Y es un placer verlo actuar con disfraz o sin él. Garfield ES Peter Parker y, mientras él siga interpretándolo, no me importa con cuántas películas de Spider-Man planee robar Sony Pictures. Yo las voy a ver a todos. Pero otro elemento importante que hace que la secuela funcione, es que estamos ante una película que realmente se siente dentro de un plan. No parece solo una excusa para hacer más plata, sino una continuación dentro de una gran historia, que va más allá del “A ver con cuál villano pelea el Hombre Araña esta semana”. Ahora, cada acción y cada conflicto de los personajes en una entrega, crean un impacto en la siguiente. Varias subtramas permanecen abiertas y algunos personajes son solo presentados para el futuro. Y todo esto pasa porque se cumplió (a medias) la ambiciosa idea que pensaron los productores: Crear un universo cinematográfico de Spider-Man, similar al de LOS VENGADORES de Marvel Studios. Ahora, Oscorp, la investigación de Richard Parker, los traumas de la niñez de Peter y los Seis Siniestros empiezan a cobrar vida y ocupar un universo propio, cada vez mayor. En él, el lema “Con un gran poder viene una gran responsabilidad” tiene más peso que nunca. Es un universo en el que los poderes, los secretos y las decisiones se balancean junto a las consecuencias.
NO ES PAÍS PARA VIEJOS Aunque a simple vista parezca ser solo barras, estrellas y esteroides, el Capitán América es un héroe mucho más complejo. Algunos lo rechazan por su burdo patriotismo norteamericano y su personalidad de Boy Scout, pero lo cierto es que esas características –que tenían razón de ser en sus orígenes (comiqueros) en la década del 40, en plena Guerra Mundial– van quedando en el pasado. Incluso la inocente CAPITÁN AMÉRICA: EL PRIMER VENGADOR (CAPTAIN AMERICA: THE FIRST AVENGER, 2011) era menos patriótica que cualquiera de Michael Bay o Roland Emmerich, con sus planos de banderas estadounidenses flameando en el fondo. Esto se debe a que, cuando Marvel Studios descongeló los comics del Capi, los responsables de la adaptación entendieron que no podían hacer que este personaje sea nuevamente un Tío Sam con poderes. Así que le hicieron sutiles cambios que fueron modernizándolo con cada aparición en cines, y volviéndolo más atractivo para el público de cualquier país. El problema es que muchos espectadores aun no se dieron cuenta de esto y varios siguen rechazando al Capitán que, según las apariencias, defiende incondicionalmente a “América”. Pero el Steve Rogers de Chris Evans no debería llevarse toda la culpa. Como nos mostró su primera aventura bélica, fue el gobierno estadounidense el que le dio un disfraz ridículo y un nombre exagerado para ganar el apoyo del pueblo en tiempos de crisis, en lugar de dejarlo usar sus habilidades para el bien mayor (algo que él decidiría hacer por su cuenta, adoptando ese nombre y ese disfraz como símbolo de algo un poco más universal). Ahora, en la muy superior secuela CAPITÁN AMÉRICA Y EL SOLDADO DEL INVIERNO (CAPTAIN AMERICA: THE WINTER SOLDIER, 2014), el gobierno vuelve a meter la pata con el Primer Vengador. Pero en nuestros tiempos, el gobierno es diferente. Y cuando mete la pata, no hay lugar para la inocencia, ni mucho menos para los superhéroes. Pero no me malentiendan. Sé que Steve Rogers sigue siendo el más patriota en el panteón de Marvel (en el de DC, Superman). Pero al menos se dio cuenta de que su querida patria no es perfecta como pensaba, lo cual es un gran paso para un personaje tan yanqui como éste. Eso que sospechaba en LOS VENGADORES (THE AVENGERS, 2012), aquí se confirma: No se puede confiar en S.H.I.E.L.D. Sus ideas de libertad a cambio de miedo inducido, muertes masivas o invasión a la privacidad (¿Seguimos hablando de S.HI.E.L.D. o del verdadero gobierno de EE.UU.?) no cuadran con el anticuado héroe, que intenta adaptarse a los tiempos modernos, Post-9/11 y Post-Batalla de Nueva York. Y sumado esto a la aparición de un fantasma de su pasado –un infalible villano soviético conocido como El Soldado del Invierno–, el Capitán América encara aquí su reto más difícil y su batalla más personal. Ahora, los conflictos que debe superar son varios y allí radica lo atractivo del film. No solo tiene que enfrentar un doble enemigo, sino también el derrumbe de sus creencias y el permanente choque de sus ideas clásicas con las del mundo actual. Además de cumplir con mucha eficacia la labor de coreografiar grandes escenas de acción y una historia aun más grande, los directores Anthony y Joe Russo (ya contratados para la tercera parte que veremos en 2016) dotaron a Steve Rogers de madurez, empatía y una vulnerabilidad mucho más creíble que los ataques de pánico de Tony Stark. Le sacaron la máscara (y, literalmente, rara vez se la pone de nuevo) para mostrarnos a alguien que, más que un soldado perfecto, es un buen hombre. Y eso hace que la secuela sea mil veces más disfrutable. Obviamente, CAPITÁN AMÉRICA Y EL SOLDADO DEL INVIERNO cuenta con los elementos obligatorios: Espectaculares luchas y persecuciones, incontables referencias al universo compartido y a los comics (¡También un increíble guiño a PULP FICTION y otro genial cameo de Stan Lee!), nerdgásmicas escenas post-créditos y su característica cuota de humor con timing perfecto (aunque no mucho humor, es la menos graciosa de Marvel Studios junto al Hulk de Edward Norton). Pero pese a estos elementos, la película es diferente a todo lo que nos presentó la productora previamente. CAPITÁN AMÉRICA Y EL SOLDADO DEL INVIERNO se niega a darnos demasiados efectos visuales y pantallas verdes (solo abundan en la explosiva secuencia final) y opta por narrar una historia inteligente, intensa, llena de giros (algunos muy obvios, lo admito) y de grandes conflictos (tanto internos como externos), que se asemeja más a un thriller de conspiraciones gubernamentales con tintes setentosos y algunos momentos de acción a veces del estilo Bourne, a veces ochentosos. Inyectándole nueva vida al Universo Marvel y al cine de superhéroes (¿Forma parte de ese subgénero?), la película sorprende placenteramente y se ubica bien en lo alto de la franquicia, como la mejor secuela y uno de los mejores exponentes que nos regaló la compañía hasta la fecha. Pero el constante clima de paranoia no es lo único que atrapa en la continuación del Súper Soldado. El guión (plasmado en pantalla en más de dos horas que –casi– siempre entretienen) se encarga de usar de la mejor manera a cada personaje y deja ver que realmente existe un cierto entrañable afecto entre estos compañeros de laburo. Black Widow de Scarlett "siempre sexy" Johansson es ahora mucho más compleja y divertida; Nick Fury (encarnado por Samuel L. Jackson) recibe las escenas de acción y el respeto que se merece; y Anthony Mackie (Falcon, el sidekick) es un sutil aunque buen agregado al equipo. La participación de estos Vengadores Clase B ayuda a apaciguar la personalidad incorruptible del Capi, que a veces puede llegar a cansar al espectador que ya vio mil veces a un héroe inspirando a sus compatriotas con un emotivo discurso o ayudando estúpidamente al malo (sí, aquí hay ambas cosas). Es que, por más seria o moderna que sea, sigue siendo la película de un superhéroe creado en los 40s. Esto significa que el heroísmo clásico iba a estar inevitablemente presente en alguna parte. Sin embargo, eso aquí ayuda, ya que es la constante tensión entre sus ideales y los del presente lo que unifica y le da fuerza y sentido al film. Creo que lo único que no disfrute por completo fueron los villanos: El Soldado del Invierno participa menos de lo que pensaba (aunque sí da lugar a buenas escenas de lucha y drama), y sentí como retroceso la sorpresiva revelación de los verdaderos malos que se esconden en las sombras. Aun así, esta entrega de CAPITÁN AMÉRICA es un paso adelante en muchos otros aspectos. La acción (que va desde combates muy bien coreografiados en calles, barcos y ¡ascensores!, a persecuciones por rutas y cielos) es real, orgánica y se justifica SIEMPRE; Evans nunca decae y la película se atreve a mucho. Se anima a ser violenta, seria, oscura y a darle humanidad a sus protagonistas (algo que viene perfeccionando de a poco la Fase 2). Se atreve a alterar drásticamente el Universo Marvel, a dejar continuada su historia y a presentar personajes cargados de ambigüedad. Es que, en la actualidad, no todo es blanco o negro. En nuestros tiempos, no todos los villanos son monstruos nazis con cráneos rojos y no todos los héroes son súper soldados perfectos. Si los eruditos hablaran de un “Cine de Superhéroes Posmoderno” (el cual seguramente incluiría a THE DARK KNIGHT, WATCHMEN y otras con ideas similares), esta secuela figuraría allí por una sola razón. Porque, a diferencia de muchos otros coloridos films de enmascarados justicieros, CAPITÁN AMÉRICA Y EL SOLDADO DEL INVIERNO nos muestra el mundo tal como es y no como nos gustaría que fuera.
DE PIE, SEÑORES Cuenta la leyenda que, hace ocho años, 300 espartanos lucharon y murieron. Y con ellos había muerto la posibilidad de hacer una secuela. Pero no era algo para apenarse, ya que su partida había estado llena de una gloria que no olvidaríamos fácilmente. De hecho, en los años que siguieron, muchos continuarían hablando de su increíble hazaña, la cual inspiró a un ejército de nuevos héroes –o, mejor dicho, productos similares e inferiores: La saga FURIA DE TITANES, INMORTALES, CENTURIÓN, LA LEYENDA DE HÉRCULES, POMPEII y las series “Spartacus” y “Rome”, entre otras–. Pero 300 (2006) es ahora historia antigua. Siempre encontrándole la vuelta, Hollywood se arriesgó a perder esa gloria en pos de la taquilla y decidió estrenar 300: EL NACIMIENTO DE UN IMPERIO (300: RISE OF AN EMPIRE, 2014), una continuación que funciona inteligentemente como una precuela/historia paralela/secuela de la cinta de Zack Snyder. En ésta, el protagonista Temístocles (Sullivan Stapleton) inspira a su ejército (al mejor estilo Leónidas) parafraseando al Che (aunque una frase similar ya había sido dicho por Emiliano Zapata y otros): “¡LES MOSTREMOS QUE PREFERIMOS MORIR DE PIE, EN VEZ DE VIVIR DE RODILLAS!”. Y con su permiso, usaré esas épicas palabras para empezar a analizar la película. Si bien los espartanos murieron (de pie), la franquicia revive para seguir luchando, sin perder su calidad visual o su salvaje naturaleza. Nadie está rodillas aquí. El universo creado por Frank Miller –plasmado por el visionario estilo de Snyder e inspirado en la historia griega– se expande. Y, por el momento, 300 se mantiene viva. Viva y de pie. El nuevo director a cargo, Noam Murro, logra recrear a la perfección el atrapante y comiquero estilo visual y narrativo de Snyder, convirtiéndola en una digna segunda parte. Tal vez no llegue a la altura de la original, pero es una continuación que sí entretiene e impacta en sus mejores momentos. Lamentablemente, no logra sorprender demasiado cuando la precisión de Murro por imitar a Snyder, choca con el recuerdo aún vivo de la primera 300. Por su estilo visual, su libre y extraña re-interpretación de la historia, sus escenas de acción y sus protagonistas, la película original de Snyder era algo único (¿Buena o mala? Eso ya depende de cada uno de ustedes). En cambio, 300: EL NACIMIENTO DE UN IMPERIO es una porción más de la misma torta –y todos sabemos que algo rico nunca es más rico después de haberlo probado por primera vez–. Entendiendo esto, la secuela intenta constantemente ser más violenta y grande que su predecesora. Y cada vez que muestra una batalla en el océano, una pelea de espadas o a la hermosísima y talentosa Eva Green, siento que lo consigue. Y puede que se repita demasiado formalmente hablando (¡Hay suficientes cámaras lentas y narraciones solemnes como para armar un ejército de películas indies!), pero afortunadamente se renueva con algunos elementos que antes no nos habían mostrado. Ahora abarca varios personajes, muchos puntos de vista y diferentes momentos en el tiempo, presentando además nuevas formas de combate y otras culturas (los atenienses, más estratégicos y menos musculosos para alegría de los novios celosos). Todos esos elementos se van estructurando equilibradamente para contarnos el origen de Xerxes (Rodrigo Santoro) y de su manipuladora aliada Artemisia (Green), y para explicarnos su rivalidad con Grecia y su sed de venganza hacia un tal General Temístocles, que darán paso a una sangrienta guerra de proporciones nérdicas. 300: EL NACIMIENTO DE UN IMPERIO se mantiene de pie por sí sola, pero no logra alejarse lo suficiente de la sombra de Leónidas y sus espartanos. Incluso recicla caras conocidas (Gorgo, El Mensajero Persa, El Jorobado Traidor y un no tan aprovechado Xerxes) y algunos personajes arquetípicos de la primera (hay una subtrama de padre-hijo y un compañero fiel). Pero lo cierto es que, en lo que más flaquea, es en su protagonista. A Stapleton (que no es ningún Gerard Butler) le falta carisma y fuerza para llevar la película sobre sus hombros. Por suerte cuenta con la ayuda de Eva Green, quien se roba el film (y nuestros corazones) interpretando a una Artemisia ingeniosa, sensual y despiadada. Transformada por completo en esta comandante –que ya encabeza mi lista de los mejores villanos del año–, la actriz es capaz de bancarse momentos de pelea, de drama y de desnudos (en una rara escena de sexo, muy bien planteada), sin perder nunca su imponente y letal actitud. Junto a una Lena Headey más activa, Green convierte este festival de machismo en una película de mucho empoderamiento femenino. Pero no se asusten, muchachos: Aquí sobra la espectacularidad, las increíbles escenas de acción y los preciosos momentos de pornografía gore y sangre digital. Es, sin dudas, el pack completo para dejar a los seguidores de la franquicia satisfechos… e impacientes. Porque, en lugar de cerrar el film con gloria, 300: EL NACIMIENTO DE UN IMPERIO decide cerrar con un “Continuará…”. Y es muy probable que 300 continúe con otra secuela. Yo me quedo aquí esperando. Esperando de pie, porque seguramente no tarda en llegar.