El que mucho abarca…
Con la primera entrega de El Sorprendente Hombre Araña, Marvel había logrado darle otro enfoque al superhéroe que tiñe su ropa interior de azul y rojo. Momento que -dicho sea de paso- Raimi supo narrar a la perfección en la escena de El Hombre Araña 2 en la que mediante un montaje, la ropa interior blanca de Peter se mezcla con su traje en el lavarropas, como metáfora de la intromisión de su vida profesional en lo personal. Mark Webb, en la segunda entrega del superhéroe de calzas ajustadas, relata ese mismo momento pero de la forma más perezosa y menos agraciada del cine, cuando Peter y su Tía May pelean porque él quiere lavarse la ropa pero ella no lo deja; entonces verbaliza lo que Raimi era capaz de narrar mediante imágenes: “La última vez que la lavaste, teñiste todo de rojo”.
El exceso y la suma de decisiones desacertadas, una tras otra, son la maldición de esta secuela, en la que dos de los cuatro guionistas contratados -Alex Kurtzman y Roberto Orci- ya habían llevado a cabo la difícil tarea de revivir franquicias como Star Trek y Misión Imposible, con excelentes guiones como resultado. Pero el de El Sorprendente Hombre Araña 2 ahoga con su rigidez la esencia del relato, que se desdibuja hasta perderse por completo en el amontonamiento de ramificaciones y subtramas que se despliegan hasta el final de la película inclusive. En él reaparece el villano que interpreta Paul Giamatti, totalmente irrelevante a nivel historia y comandando un rinoceronte transformer que bordea el ridículo. Con El Hombre Araña 3 de Sam Raimi pasaba algo parecido. La aparición de Venom era tan breve, por la enorme cantidad de bifurcaciones simultáneas del guión, que no llegaba a aportarle dimensión al personaje.
Los (¡cuatro!) guionistas aquí se las ingenian para desviar, con sus acrobacias narrativas, nuestra atención de los problemas que surgen cuando se empieza a procesar la información visual y sonora, lo que genera una falta de desarrollo en las tramas abiertas (como decía antes, con la aparición del personaje de Giamatti). Pero es sólo cuestión de tiempo: llegado un punto, comienza a notarse la tensión de la escritura que cose las acciones y tramas, unas con otras sin dejarles espacio para respirar; algo que no es ciento por ciento responsabilidad de los guionistas, sino también de cómo es su traslado a imagen sonora en movimiento. Webb ha logrado reflejar la transformación de Peter Parker como nadie en la pantalla: de adolescente introvertido, torpe e invisible, a chico cool y carismático, algo a lo que nunca llegó Tobey Maguire. Pero si bien se nota en esta película un crecimiento y profundización de los personajes de Andrew Garfield y Emma Stone, a la hora de delinear a los villanos, no hay comparación entre la complejidad que presentaba el Doctor Octopus de Alfredo Molina en El Hombre Araña 2 de Raimi, y el Electro de Foxx.