Un Hombre Araña para nada sorprendente
Sorprendentemente previsible. Claro que no se trata de pedir demasiado donde hay tan poco. Como botón de muestra, ya fue suficiente con la entrega anterior, encargada de borrar de un plumazo al mundo arácnido pergeñado por Sam Raimi. Allí donde hubo juego de cruces entre cómic y cine, ahora hay una comedieta imbécil con dibujitos animados.
En este sentido, El sorprendente Hombre Araña 2 parece partida al medio entre las secuencias reales y las animadas. Aún cuando éste fuera un rasgo ya preestablecido por Raimi, lo que había era carnadura fílmica: la composición de los personajes recaía en sus intérpretes, mientras los efectos digitales eran su consecuencia. El reinicio a cargo de Marc Webb (500 días con ella) es su reverso calculado: privilegio efectista y caracterizaciones sin alma (huecas, demasiado huecas).
Si los momentos animados en el cine de Raimi eran remedo alegre de tardes televisadas con revistas colorinches, el caso aquí es el inverso: el Peter Parker y la Gwen Stacy de Andrew Garfield y Emma Stone semejan los más triviales momentos de cualquiera de las peores series de la TV teenager. Como si fuese Glee con la abulia maniquí de Dawson's Creek más la pizca infaltable de (un hiperkinético) Archie.
Se podrá argüir que la relación entre ambos es traumática y que la película no lo esconde, y sí, es cierto. Todo lector del cómic sabe que a Gwen no le espera la mejor suerte y a ver cómo es que esta película se atreve con lo ya leído, allá lejos, en cómics circa años '70. Tal vez, pero no lo parece, aplaque esto un poco la correría de tonterías que el Parker-Araña de Garfield dice y hace sin freno.
La composición de Jamie Foxx, en tanto, es la de un cuerpo troquelado, cuyo rostro ha sido superpuesto sobre el resto de Electro, su personaje villano. Sus maneras impostadas sólo son superadas -en su profundidad fingida- por las sonrisas en pose de Dane De Haan, el Duende Verde. En serio, ¿hacía falta un realizador sensible a las boberías adolescentes de cuño publicitario?
Pero así las cosas y otra película de superhéroe más dentro de lo que ya debe asumirse como la edad infantiloide de Hollywood. Un retroceso que nada tiene de trivial sino, antes bien, de empresarial. Porque no se trata de films construidos para públicos juveniles, sino pensados para una mentalidad infantil, más allá de toda edad. Situados en un limbo de nadería donde la sobreestimulación golpea rápido y no deja huella.
De tal manera, el otrora luminoso paladín aniñado, de trazos ágiles (Steve Ditko, qué placer), relegado entre sus pares, con un poder a cuestas y persecución mediático-policial, ha relegado sus pesares para ser el símbolo de paz y todo eso que la gente neoyorquina espera encontrar. De sorprendente, ya nada.