No tan distintos
Unos pocos planos con Andrew Garfield alcanzan para entender que este nuevo Peter Parker no se parece en nada al de Tobey McGuire. No ocurre lo mismo con Spiderman, que es bastante similar al anterior. O sea: con el traje puesto, los dos actores (y sus dobles, especialmente digitales) hacen más o menos lo mismo. Esto es algo importante, porque quiere decir que, si bien el héroe permanece sin cambios, Peter cambia y mucho. Además, hay que tener en cuenta que se está frente a eso que muchos llaman “reset”: el recomienzo de una historia que ignora lo hecho en las películas anteriores. Entonces, se vuelve a contar el nacimiento de Spiderman porque hay algo allí que gusta, que seduce, incluso si el personaje en su faceta de héroe continúa casi igual que antes.
Peter Parker es un nerd marginado, pertenece a una familia quebrada (sus padres desaparecieron) y es bueno para la ciencia; allí hay algo para contar de nuevo, una vez más. Se nota que Marc Webb y sus guionistas, más allá de las convenciones que debe respetar una película que narre los inicios de un superhéroe, están bastante más interesados en la historia de Peter antes de convertirse en Spiderman; y cuando finalmente se calza el traje azul y rojo, el director no le dedica tanto tiempo al personaje en su papel de justiciero tanto como a su costado de chico cualquiera que tiene que lidiar con problemas comunes como hablarle a la chica que le gusta, ir a comer a su casa o ser un buen hijo (porque, a pesar de vivir con sus tíos, ellos son como sus padres). Esa atracción por observar las dificultades para integrarse socialmente, por desmenuzar los conflictos familiares, son caras a la constelación de criaturas creadas por Marvel; en este sentido, Tobey McGuire y su rareza habitual atentaban contra la construcción fiel de Spiderman porque el actor recargaba las tintas sobre el lado más extraño y distinto de Peter; era, a todas luces, un freak excesivo, exagerado. En cambio, Andrew Garfield compone a un nerd, a alguien amanerado pero parecido a sus semejantes. El Peter de McGuire estaba condenado a ser un completo extranjero en la secundaria, pero el de Garfield, una vez superados sus problemas con el bully de turno (de manera bastante más rápida y económica que en la primera película de la serie) y vestido un poco más a la moda, se funde perfectamente con el paisaje cinematográfico de una high school de cine norteamericana.
Por eso, porque el nuevo Peter se parece más a nosotros que el anterior, y porque la película insiste con que las diferencias del protagonista no lo son tanto, es que el proyecto del doctor Curt Connors (y del padre de Peter) está condenado. Connors viene trabajando desde hace décadas en una solución médica para las malformaciones y enfermedades, en buena medida motivado por la falta de su propio brazo derecho. En su laboratorio, guarda una máquina (prohibida por el gobierno) que es capaz de liberar gases en el área de toda una ciudad, con la que piensa que, de tener éxito en su investigación, podría hacer cosas como “curar la polio en una tarde”. Cuando el proyecto fracasa y Connors se convierte en un reptil monstruoso, su plan de igualar a toda la gente de acuerdo a un modelo biológico ideal no cambia: aunque sea como lagartos, Connors intentará esparcir la nueva fórmula y transformar a la población en reptiles como él.
Decía que ese proyecto está condenado, justamente porque la película plantea algo así como que las diferencias, incluso si son grandes, no resultan del todo insuperables. Para probarlo está Peter, un nerd torpe, tímido y burlado por todos que, después de pelearse con el matón de la escuela y derrotarlo, puede mezclarse sin problemas con la masa de adolescentes de secundaria. También está la relación entre Spiderman y la policía y la relativa facilidad con la que un civil puede servir a la justicia a la par de las fuerzas de la ley sin contar con armas, gadgets o un entrenamiento especial (como sí tiene, por ejemplo, Batman). Así, con la voluntad de hacer el bien y proteger a los inocentes alcanza, parece susurrar por lo bajo Webb, negando las distancias múltiples e irreconciliables entre el superhéroe y los poderes represivos que otras películas del género sí abordan. Entonces, si todo es más o menos lo mismo, si todos somos semejantes más allá de algunas diferencias superficiales (fácilmente corregibles), no es necesario ningún intento como el de Connors para uniformar a las personas en su fortaleza biológica porque, lo sepan o no, tomen conciencia o lo ignoren, ya son todos iguales.
Además de coquetear con la biogenética y de hacer bastante más foco en la relación de Peter con sus tíos, la película pega un vuelco radical en su afirmación velada (pero presente) de la semejanza. El personaje que hacía Tobey McGuire era un eterno raro incapaz de integrarse completamente en la sociedad; podía tener novia, trabajo y ser un genio de la ciencia, pero el resentimiento que le producía su propia extrañeza primigenia no desaparecía nunca, ni siquiera en la tercera película cuando, poseído por el mismo alienígena que después da vida a Venom, Peter sacaba a relucir sus salvajes y oscuras fantasías; allí no había Spiderman ni imperativo moral capaz de seguir reprimiendo sus deseos más secretos. El Peter de McGuire era una criatura doble, con pliegues ocultos que dejaban imaginar una personalidad conflictuada, inquietante; una extrañeza irreductible, y por eso mismo incómoda, que nunca terminaría por ser parte plena de la sociedad. Esa incomodidad es la que desecha El sorprendente Hombre Araña cuando postula la igualdad fundamental que compartirían todos; más allá de lo aburrido del planteo, la consecuencia directa de esto es que, sin importar la excelente interpretación de Garfield, su personaje no es capaz de producir la tridimensionalidad ni el misterio del Peter de McGuire. Si se tiene en cuenta que esta última película dedica más tiempo a observar al personaje inmerso en los problemas de su vida cotidiana antes que en su labor de justiciero (hasta el final, cuando Spiderman –como corresponde– finalmente se adueña el relato), por momentos parece que se está viendo una película sobre adolescentes y no una de superhéroes. Al menos en este sentido, la presencia lumionsa de Emma Stone tampoco ayuda: su gracia, sus morisquetas y su simpatía absolutas inclinan la película hacia el lado de una high-school movie (territorio que la gran Emma ya supo incursionar en Se dice de mí), bien lejos de la solemnidad de una buena porción del cine de superhéroes.