Aburridísimo y tonto Hombre Araña
En procura de sistematizar al Hombre Araña dentro del cúmulo de films-personajes que la Marvel viene desarrollando con éxito, ahora entonces otro Hombre Araña que no es el que era aún cuando se trate del mismo de siempre. Más o menos así.
Parece, entonces, que muy rápido trabaja la memoria residual y cinéfila norteamericana. Si el término "cinéfilo" es aquí utilizado sólo se justifica en relación al cineasta responsable de la trilogía previa (entre 2002 y 2007): Sam Raimi. Vale decir, si en Raimi persiste, y tan bien, el gesto hacia el cine B y el cómic de reminiscencias "offset" -lo que no es privativo de su Spiderman-, nada de esto hay en la nueva versión, realizada por un ignoto Marc Webb, cuyo único hallazgo debe ser la semántica de telaraña de su apellido.
Nada de cinefilia y tampoco nada de cine. El nuevo Hombre Araña es un adolescente idiota (Andrew Garfield). Mira de reojo, no puede hablar correctamente, se mueve todo el tiempo, etc., a la vez que se supone es un niño de mente brillante y precoz. De hecho, los momentos donde Peter Parker es víctima del entorno -colegio, chicas, adultos- son, de veras, más idiotas.
Lo que redobla tal bobería es el momento del contraste. Allí cuando, con los poderes obtenidos, Peter busque ridiculizar a quienes primero lo ridiculizaran. Todo esto a la manera de una serie televisiva destinada, en horario de merienda, a "teenagers". Tal la estima que hacia su propia adolescencia tiene el actual cine norteamericano, con la moraleja final obligada a cargo del siempre bueno tío Ben (aquí en la inútil interpretación de Martin Sheen, tan prescindible como la tía May de Sally Field. Sí, Sheen y Field. Han leído bien).
El enemigo de turno es "El Lagarto", víctima de sus propias investigaciones y un brazo faltante (villano prometido, de hecho, por la saga de Raimi; motivo por el cual, el nuevo film no deja de oficiar como pseudosecuela). Hay un vínculo que une al Lagarto con el padre de Peter, así como con -el por ahora invisible- Norman Osborn (Duende Verde, némesis de Spiderman). El adolescente insoportable se inmiscuye en viejas anotaciones del padre, en investigaciones ajenas, le pica una araña radioactiva, y se zurce un traje a medida.
Sale entonces a saltar por la ciudad, con efectos las más de las veces sin ingenio ni chispa, y con el habla afectada y propia del estereotipo adolescente más berreta. Eso sí, no hay Mary Jane, ahora hay Gwenn Stacy (Emma Stone), de una muerte legendaria dentro de los cómics tempranos de Stan Lee. Nada que amerite, en verdad y a excepción de sus piernas, las ganas de ver más. O nada que equivalga, claro, al primer beso "invertido", con máscara a medio quitar, entre el Spiderman cabeza abajo de Sam Raimi y la Mary Jane de Kirsten Dunst.
Por último, y como no podía ser de otro modo, la reflexión y reversión adolescente "americana", donde los "niños malos" se arrepienten y dejan de golpear a los más débiles, inspirados ahora por la efigie del Hombre Araña. Otra estúpida película más. Y van...