La mujer que odiaba los dibujos animados
El sueño de Walt Disney indaga en la vida de Pamela Travers, la escritora australiana que creó el maravilloso personaje de la niñera Mary Poppins, a quien la compañía Disney buscó durante años para que cediera los derechos de filmación.
Pese al título en español, El sueño de Walt Disney no es una película sobre Walt Disney sino sobre Pamela Travers, la escritora australiana que creó al maravilloso personaje de la niñera Mary Poppins y le dio vida en una serie de novelas que aún se siguen leyendo en buena parte del mundo.
Sin embargo, los episodios biográficos de esta mujer son narrados a partir de un conflicto que mantiene con Disney cuando este pretende comprar los derechos de la novela para adaptarla al cine, lo que se transformaría en uno de la mayores éxitos de su compañía a mediados de la década de 1960.
Pamela Travers no sólo odiaba los dibujos animados sino todo lo que representaba el universo del creador del ratón Mickey: el infantilismo autoinducido y la confianza irresponsable en que las cosas siempre podían mejorar. La sola idea de entregarle su niñera voladora a esa máquina de hacer dinero la descomponía.
De allí que las idas y vueltas antes de que estampe la firma en el contrato de cesión de derechos se prolonguen durante 20 años. ¿Que hay en el fondo de ese resistencia? ¿Sólo una cuestión de gustos? ¿O de principios? ¿O de dignidad? ¿O de ideología?
Un poco de todo eso emerge en la conducta neurótica y en los modales despóticos con los que Travers trata a los emisarios de Disney y a Disney mismo. El tipo de comportamiento que un actriz como Emma Thompson sabe explotar al máximo.
Pero, bajo la piel, en el alma o en la mente de esa mujer, hay un nódulo de experiencias traumáticas que se remontan a su infancia, cuando todavía no se llamaba Pamela Travers, y vivía bajo la influencia de un padre soñador y alcóholico.
Los continuos pasajes del presente de la historia –enfocada en el proceso de escritura del guión de Mary Poppins en los estudios Disney en Los Ángeles (a principios de la década de 1960)– y los recuerdos de ese pasado en Australia (a comienzos del siglo XX), van pautando el tiempo interior de la película y generan una atmósfera de constante melancolía.
El sueño de Walt tal vez no respete la verdad biográfica de ninguno de los antagonistas, pero sí se respeta a sí misma. Intenta, y consigue, transformar a dos personas reales, influyentes en la cultura popular de Occidente, en personajes apropiados para el cuento que quiere contar.
No existe una palabra justa para definir en qué consiste ese cuento. Precariamente se lo podría describir como la fábula de una resignación o una aceptación o una reconciliación. No existe una palabra, pero sí una imagen, y está casi al final de la película: Pamela Travers sentada frente a un peluche gigante del ratón Mickey.
Ya no importa cuánto ha ganado o cuánto ha perdido; lo que importa es que ha dejado atrás ese tipo de contabilidad y no parece ser sólo por la terapia del millón de dólares obtenido, sino por la íntima mutación que la hizo decir sí cuando quería seguir diciendo no.