Marionetas del psicoanálisis
Probablemente nadie pueda decir que El sueño de Walt sea una película distante o fría. Su mayor virtud es, precisamente, el sentimentalismo que ostenta y retumba, haciéndose eco de las palabras que dirige la autora de Mary Poppins (P.L. Travers, interpretada por Emma Thompson) a Walt Disney (interpretado por Tom Hanks) cuando se refiere al universo de sus creaciones. Es un film cerrado y estructurado cuyo guión se empeña en clausurar cada uno de los cabos que abre, como si los personajes fueran parte de una enorme sesión de terapia. Esto es remarcado por el constante uso del montaje paralelo que nos refiere el doloroso pasado de Travers y la relación con su conflictuado padre (Travers Goff, interpretado por Colin Farrell), recurso sobre el cual se vuelve una y otra vez para generar una instancia climática hacia el desenlace. Esto hace que estemos ante una película irregular que no desentonaría en Hallmark o el ciclo de Virginia Lago, con mensajes subrayados y ENSEÑANZAS, con mayúscula, a pesar de que los puntos altos que tiene le permiten escapar de la mediocridad de estas producciones.
El viejo Walt estaba obsesionado con Mary Poppins y lo que representaba en el apogeo de su imperio Disney, allá por 1961, sea por motivos sentimentales (había prometido a sus hijas llevar el libro a la pantalla grande) o el potencial narrativo que tenía. Pero para ello necesitaba los derechos sobre el libro, que sólo se los podía ceder P.L. Travers, una escritora gruñona y algo mal llevada a la que la primera media hora de película maltrata bastante. El sueño de Walt se centra en la turbulenta relación entre la escritora y el estudio, y las disputas constantes entre el talentoso equipo de artistas a la orden de Walt y Travers, quien no se encuentra dispuesta a ceder con facilidad ante el mundo “frívolo” de Disney sus queridos personajes. Pero esa dimensión tan chata del personaje de Travers no se podía quedar en una superficie tan hosca: necesita una explicación, y es aquí que aparecen los montajes paralelos para salvar al personaje. Todo, hasta el más pequeño detalle, tiene algo que ver con la difícil niñez de Travers: al comienzo se la puede ver molesta por recibir como regalo peras y luego entendemos que el rechazo de ella por esta fruta se debe a una experiencia traumática que vemos en los flashbacks. Nada escapa al mensaje y la película parece asfixiarse en frases hechas que nos salen fácilmente: no seas presa de tu pasado, por ejemplo.
Sin embargo, al director John Lee Hancock hay que reconocerle que, más allá de lo sosa que pueda ser su puesta en escena, la capacidad para exprimir el talento de sus actores y llevar sus películas algo más allá que la medianía de “las películas con mensaje”. Lo mismo sucedía con su película anterior, Un sueño posible, que también se escudaba en el “basada en hechos reales” y lograba una buena actuación de Sandra Bullock a pesar de todo. En este caso es Emma Thompson en particular la figura que eclipsa incluso a Tom Hanks, que se encuentra encerrado en un manual de magnate orwelliano. Por supuesto, ante semejante guión hay momentos y secuencias que nos dejan un personaje irregular, pero su interpretación se destaca a pesar de esto. Inevitable no citar el momento hacia el final de la película en que se decide la cesión de derechos de Travers a Walt Disney, una charla que se pretende catártica pero termina tornándose absurda y artificiosa en función de los conocimientos psicoanalíticos que saca Walt de la galera, subrayando el complejo de Electra que tiene Travers y su incapacidad para dejar ir el recuerdo de su padre. En el medio de todo naufraga Colin Farrell, que también logra dar momentos de intensidad a su personaje, a pesar del lineamiento previsible en el que está metido.
Producto mediocre de buenas intenciones parece una etiqueta demasiado larga y abarcadora, pero aquí se ajusta con facilidad por su torpe sutileza narrativa y la falta de personajes que se definan más allá de la idea que los encierra. Y si, como se plantea en la novela clásica Mary Poppins, hay muchos tipos de jaulas para encerrar a los hombres, la del buen mensaje es una de las peores.