Mary Poppins (1964) es considerada un clásico de clásicos, una de las películas más veneradas y exitosas de la historia de Disney. El sueño de Walt , producida, sí, por Disney, reconstruye la compleja negociación y concepción del film, sobre todo por las múltiples exigencias de la creadora del popular personaje, la escritora británica P.L. Travers.
En una de las primeras secuencias vemos que Travers (una magnífica Emma Thompson) está pasando por una profunda crisis económica. Sus libros han dejado de venderse y su agente la convence de salir del ostracismo en su casa londinense y viajar a Burbank para trabajar en la versión cinematográfica de su obra que el mismísimo Walt Disney (un correcto Tom Hanks) lleva dos décadas intentando concretar para cumplir con una promesa que les ha hecho a sus hijas.
Pese al pasaje en primera clase, el hotel de cinco estrellas y la limusina (manejada por un Paul Giamatti que aprovecha cada minuto en pantalla para construir un querible personaje secundario), Travers luce durante sus dos semanas en la California de 1961 como una malhumorada, ácida, irascible y despótica presencia para los aterrorizados artistas que deben desarrollar el musical: el guionista Don DaGradi (Bradley Whitford) y los letristas Richard y Robert Sherman (unos hilarantes Jason Schwartzman y B.J. Novak). Es que ella odia los "estúpidos" dibujitos de Disney y las coreografías, y no tiene ningún tapujo en hacérselo notar a los gritos a sus interlocutores.
Lejos del institucional autocelebratorio -aunque con el sesgo políticamente correcto de Disney-, El sueño de Walt nos regalará un paseo por el célebre parque de diversiones, pero también unas cuantas bromas sobre su propio universo (como cuando Travers desecha todos los muñecos, incluido un Ratón Mickey gigante, que le dejan en su habitación como obsequios).
El principal problema de El sueño de Walt es que dedica casi la mitad de sus dos horas a narrar una "segunda" película ambientada en la Australia rural de 1906: la de una niña atribulada por la situación de un papá tan seductor y lúdico como borracho y finalmente depresivo (Colin Farrell). Si bien esa subtrama es fundamental para entender el trauma de P.J. Travers y la génesis de Mary Poppins (se trata, sobre todo, de un ensayo sobre las relaciones entre padres e hijas), la película resulta bastante forzada y se resiente cada vez que abandona la narración principal y regresa a ese pasado trabajado de manera bastante obvia y recargada.
De todas maneras, aun con las contradicciones internas y los desniveles en su propuesta tragicómica, El sueño de Walt resulta en buena parte de su narración un film simpático, atractivo y disfrutable.