Guión y realización brillantes, con dos protagonistas inolvidables
Algunas historias detrás de los clásicos son realmente fascinantes, con anécdotas tan jugosas como enriquecedoras a la hora de contar cómo fue esto de hacer películas hace tiempo. Hace poco conocimos en la ficción casi todos los entretelones de la realización de “Psicosis” (1960). Podía no ser estupenda, pero algo hipnótico había en querer “saber cómo fue”. Lo mismo ocurre con “El sueño de Walt”, pero hay una mayor cantidad de cualidades.
En el llano la historia cuenta cómo, después de 20 años de insistencia, Walt Disney (Tom Hanks) logró entablar diálogo con la escritora australiana P.L.Travers (Emma Thompson) con el objeto de convencerla para que le cediera los derechos de “Mary Poppins” para realizar una adaptación cinematográfica de su obra, puntualmente desde que la autora viaja (forzada por su situación económica) de Inglaterra a Los Ángeles en adelante.
Más allá de lo histórico, es en las capas subterráneas del brillante guión de Kelly Marcel y Sue Smith donde se encuentra lo más jugoso. Ambas decidieron investigar la vida de la autora, encontrar los motivos por los cuales se aferraba tanto a ese texto al punto de no querer dejarlo ir. Por eso, cada uno de los flashbacks a su infancia, además de enriquecer el contenido del presente, explica el germen de la idea, la esencia de cada personaje y, por supuesto, la temerosa angustia de Travers frente a lo que la industria podría hacer, ya no con su libro sino con su vida. Según ella “Mary Poppins” estuvo muy lejos de la propuesta cinematográfica que derivó en uno de los grandes clásicos musicales de la historia. La mirada hacia lo más profundo de su alma es de lo que se ocupa el relato, dándole la misma importancia que a la anécdota de la producción per sé.
La experiencia resulta emocionante y enriquecedora, con dos antagonistas tan bien diagramados: una no quiere (o no puede) soltar su creación, mientras que el otro desea transformarla en espectáculo a como dé lugar. A su vez, el miedo a perder este “objeto preciado” hace ceder a ambos por consecuencia de una lucha interna contra sus impulsos.
Por su parte, John Lee Hancock se encarga de narrar en forma muy equilibrada contando, en principio, con una compaginación brillante de Mark Livolsi (colaborador de Woody Allen en los ‘90). El director no bifurca el argumento, pero sí cuenta dos tramas muy claras que se presentan separadas. Los dos caminos (la infancia de Travers por un lado y el “tire y afloje” del presente por el otro) avanzan paralelamente, al mismo tiempo que el pasado nutre al presente de la justificación de las acciones. Así, por ejemplo, nos encontraremos con las personas que inspiraron la creación del señor y la señora Banks, Bert, la propia Mary, etc, descubriendo también que estos personajes no eran tan imaginarios, que nacieron desde una carencia y un dolor muy profundo.
No había mejor opción que la de Thomas Newman para la música. Con algunas reminiscencias de su trabajo para “Lemony Snickett”, una serie de eventos desafortunados (2004), cada nota del compositor aporta emotividad, justificando la nominación al Oscar de éste año. Uno entiende cómo funciona la industria pero aquí hay varios rubros olvidados por la academia, empezando por las actuaciones. Tom Hanks hace rato se recibió de genio, pero en este caso, contrapone sonrisas impostadas ante la impertinencia de Emma Thompson, quien ha hecho con su P.L. Travers una composición exquisita. De esas que no se olvidan jamás.
Probablemente ninguna de estas películas sobre anécdotas de la historia del cine escape a ciertos convencionalismos en el tratamiento general del producto, pero eso no quita el hecho de ser un producto bien realizado y contado. En los detalles y la sutileza de los elementos está la diferencia. La excelencia de “El sueño de Walt Disney” tiene la mayor cantidad de laureles en quienes la escribieron. Se jugaron por el camino más difícil pero al final, el paisaje ofrece mucho más.