Salvados por Emma Thompson
Pese a que en Argentina fue rebautizada como El Sueño de Walt Disney, la protagonista de Saving Mr. Banks es Pamela L. Travers -la creadora de Mary Poppins- y no el señor bigotudo que concibió a Mickey Mouse. La biopic se centra en el momento en que ambos personajes finalmente se conocieron cara a cara en 1960, para trabajar en la versión cinematográfica de la novela escrita por Travers, que se estrenó cuatro años -y muchas batallas entre ambos- después.
No es la primer incursión de Disney en el uso de hechos históricos y su consiguiente conversión en fábulas, pero en este caso uno de los centros de la trama es el mismo imperio del ratón. Y, por supuesto, varios detalles fueron lavados e incluso convenientemente pasados por alto, no sea cosa que se saquen todos los trapos al sol. De este modo, las feroces discusiones que existieron sobre el control creativo en el film y el personaje de Mary Poppins se transforman en cruces desafiantes con un flirteo (muy) subyacente a la screwball entre una Travers reticente a vender los derechos de su creación y un Walt que, como buen vendedor, debe seducirla con la “idea de Disney”, esa misma que todos compramos durante nuestra infancia: el último lugar en el mundo donde todavía existe la magia y todos los sueños son posibles.
La estructura de múltiples flashbacks intercalados, presentes desde la primer escena hasta el final del film, es el poco original recurso que encontraron las guionistas Kelly Marcel y Sue Smith para (sobre) explicar el resguardo de Pamela Travers para con su personaje. En este aspecto no ahorraron casi ningún detalle de la triste infancia de la autora, ideal para el tono melodramático sepia con que el director John Lee Hancock filma las escenas: nacida Helen Geoff en Melbourne, de un padre banquero (como el famoso Sr. Banks, patriarca de la familia que recibía la muy necesitada ayuda de Mary Poppins) y madre de familia rica pero relegada a la casa y a poner buena cara ante cada desplante causado por el alcoholismo de su esposo (interpretado por un tambaleante e irregular Colin Farrell), cuando Travers tenía 7 años su familia se mudó al árido interior australiano, donde sólo había calor, yuyos y la salud mental y física de su padre desmejorando rápidamente, ante la desesperación de su mujer. Como en muchos otros casos de escritores y/o chicos con infancias trágicas, la imaginación salvó a Helen/Pamela, y fue la génesis –junto a su tía Ellie- de la niñera multitask más conocida en todo Occidente.
El entrelace constante entre los recuerdos de Travers (Emma Thompson) y su actualidad, en pleno tira y afloje con Disney (Tom Hanks) y su equipo de escritores (Bradley Whitford como Don DaGradi y unos desaprovechadísimos Jason Schwartzman y B.J. Novak como los hermanos compositores Sherman) subraya el contraste entre la niña que fue y su versión de los ’60: una rígida dama inglesa, agobiada por el calor y la informalidad de Los Ángeles, cuando creía haberlos dejado atrás al abandonar su Australia natal. Este establecimiento cuasi didáctico del conflicto central como causa-efecto convierte a la primer parte de la película en una larga hora que testea la tolerancia mediante flashbacks con estética y golpes bajos de telefilm y las escenas en los ’60, donde la química entre Thompson y Hanks está tan muerta como la mamá de Bambi.
Sin embargo, la gran salvadora de El Sueño de Walt Disney es Emma Thompson. La actriz le escapa a la caricatura de mujer británica gélida y dura que en principio establece el guión para brindarle la pasión y apego que Travers le tenía a Mary Poppins y a su propia historia, en contraste a la distancia que establecía con otros seres humanos vivos. Es gracias a ella que la supuesta transición que vive su personaje para finalmente aprobar el guión y vender a su creación, o que se ponga a bailar al son de una canción de los hermanos Sherman no resulte inconsistente (no debería tampoco sorprender tanto en la trama, si no fuera porque obvia el detalle que Travers fue actriz y bailarina de joven). Al contrario de su dinámica con Hanks (que se limita a representar la imagen de hombre bueno y justo que se tiene de él en el imaginario colectivo, pero con bigote), en su relación con el personaje de Paul Giamatti (sobrio y justísimo en su papel como el chofer que la pasea entre las palmeras de L.A.) Thompson puede explorar mejor la complejidad de la autora.
En un encuentro entre Travers y Disney hacia la última parte del film, en el que éste último logra empatizar con ella a partir de sus respectivas historias pasadas y las relaciones con sus padres, le promete que pueden “redimirlos en la imaginación” ya que no pudieron en vida. De boca de Hanks, se blanquea una de las motivaciones principales de la existencia del film: redimir en la ficción al gran pater familia de la empresa, en un evento de su vida que lo deja bastante mal parado (nunca más se volvieron a hablar con la autora, quien se coló a la premiere y se dice lloró de la indignación al ver el producto final). Incluso en los títulos finales están las pruebas de esa “verdad” de la biopic: fotos de Disney y Travers juntos que, como diría Barthes, muestran que “ahí estuvieron, en ese momento, juntos”. Un caso de “entre la verdad y la leyenda, impriman la leyenda” en el que la historia original es muchísimo más interesante y compleja que su versión ficticia.