A todos nos gustan los cuentos de hadas, y eso es lo que sostuvo el visionario Walt Disney durante toda su vida. Pero también es el dinero lo que mueve al mundo e inevitablemente lo corrompe, y eso es precisamente lo que sabía la autora de Mary Poppins, Pamela Travers, motivo por el cual la cesión de derechos de su obra más preciada resultaba un imposible. Pero cuando las cuentas no cierran y las regalías ya no rinden, las ofertas toman otro color.
La autora de una de las obras más importantes de la literatura infantil del Siglo XX convivió con este dilema durante una fatídica (para todas las partes involucradas) semana en Los Angeles, durante el proceso de adaptación cinematográfica de su texto, por parte de los estudios del Ratón Mickey. El Sr. Disney, que tanto odiaba que así lo llamasen, también debió convivir con la negación de esta antipática señora, pero, como no podía ser de otra manera, sabía que tenía las de ganar. Después de todo, como el personaje real interpretado por la gran Emma Thompson le dice en un momento al excelente Tom Hanks: "usted está acostumbrado a obtener siempre lo que quiere".
El Sueño de Walt Disney es una pésima traducción para el original Saving Mr. Banks ("Salvando al Sr. Banks"), que remite al personaje del padre ausente absorbido por el sistema bancario en el libro de Travers, y a la vez sirve de paralelismo (explícito y quizás un poco obvio en la película) con la figura paternal de la misma autora. Para hacerlo sencillo: el Sr. Disney tuvo sueños, muchísimos, pero la película transcurre durante una época donde éste ya los había concretado todos. Y, fundamentalmente, aquí por eso no se cuenta (demasiado) su historia.
Bajo la dirección de John Lee Hancock, el mismo realizador de The Blind Side, esta fábula acerca del escapismo a través de la imaginación y el poder de la misma se convierte en una película tibia pero por demás placentera: en una época donde la inocencia y los buenos mensajes eran también redituables, Capitalismo vs Creatividad era una pelea un tanto menos sucia. Sí, capitalismo resultaba -al igual que hoy- siempre el gran vencedor, pero al menos no era aún tan mala palabra y el resultado no era inevitablemente abominable. Ahí están los clásicos de Mary Poppins, en la literatura y el séptimo arte, bien firmes para demostrarlo.