El director de Tan de repente (2002), Mientras tanto (2006), La mirada invisible (2010), Refugiado (2014) y Una especie de familia (2017) estrena en los cines de Argentina su nueva película luego de haber pasado por la sección Special Presentations del Festival de Toronto y la Competencia Oficial de San Sebastián (donde su hija, Renata Lerman, ganó el premio a Mejor Intérprete Secundaria) con la historia de un intelectual de clase media cuya existencia cambia por completo cuando ingresa como maestro suplente en un colegio de un barrio popular del conurbano. En este especial incluimos la reseña del film y una larga charla con este realizador porteño de 46 años.
Lucio Garmendia (Juan Minujín) forma parte del mundillo académico e intelectual porteño, uno de esos referentes que están siempre atentos al nuevo concurso en Letras de la UBA o a la más prestigiosa actividad cultural. De hecho, en la primera escena lo vemos participar de una presentación literaria, donde termina charlando con Martín Kohan (recuérdese que el escritor fue coguionista de La mirada invisible)...
En medio de una coyuntura laboral y afectiva que no parece ser la mejor ni la más estimulante, ya que se ha separado de Mariela (una desaprovechada Bárbara Lennie) y mantiene una relación bastante tensa con su hija Sol (Renata Lerman, hija del director en la vida real, toda una revelación), porque ella se resiste a hacer el ingreso al exigente colegio al que su padre aspira que entre, tomará una decisión que le modificará sus hábitos, su rutina, su seguridad y hasta sus prioridades: tras perder una cátedra en la UBA, acepta ingresar como maestro suplente de Literatura en un secundario ubicado en las cercanías de la Isla Maciel (si el trabajo en los exteriores de esa zona marginada es notable, el uso de los interiores de un colegio porteño demasiado coqueto le quita algo de verosimilitud).
Lo cierto es que Lucio, el típico progre culpógeno y bienintencionado aunque también bastante testarudo, irá en principio con su propuesta (leerles un poema de Juan Gelman, por ejemplo), pero se encontrará con una realidad bien distinta a la del micromundo porteño: violencia, drogas, cansancio, déficit de atención. Así, deberá reorientar sus objetivos y sus planteos: escuchar y observar más que hablar.
Aunque Lucio es el protagonista absoluto y dueño del punto de vista del relato, lo veremos interactuar con su padre Roberto, “El Chileno” (Alfredo Castro, figura omnipresente en el cine argentino), quien pese a sus crecientes problemas de salud y enfrentamientos con narcos y punteros de la zona, se empeña en sostener un comedor para 100 personas. Sin embargo, si de coprotagonista se trata, en verdad hay que buscarlo en Dilan (un convincente Lucas Arrua), un pibe que pese a ciertas reticencias inicales se convierte en el alumno favorito de Lucio. Pero, claro, Dilan está inmerso en la problemática del lugar y su vida está amenazada por los matones de la Isla. A Lucio no le quedará otra que involucrarse (arriesgarse) de una manera que jamás había previsto ni mucho menos experimentado. En papeles secundarios aparecen Clara (María Merlino), una profesora de Biología con más experiencia en el mismo colegio que le enseña algunos trucos (y con quien tendrá algún encuentro íntimo) y Amalia (Rita Cortese), la rectora que no parece tener demasiados escrúpulos ni paciencia a la hora de manejar la densidad cotidiana del establecimiento.
La película, que de manera inevitable genera comparaciones con Entre los muros y El atelier, ambas del francés Laurent Cantet, va del drama familiar (es muy buena la dinámica entre Lucio y Sol y la relación maestro-alumno) al thriller con una puesta prolija (quizás demasiado). Es que por evitar maniqueísmos, voluntarismos, demagogias, paternalismos y excesos culpógenos, Lerman parece pisar sobre terreno demasiado seguro, cuidando cada paso que da, y eso conspira por momentos con la posibilidad de una mayor empatía e identificación.
De todas maneras, el guion coescrito por Lerman junto a María Meira y Luciana De Mello, así como ciertos hallazgos por parte del director (sobre todo en la parte final) permiten exponer las tensiones y sobre todo las contradicciones éticas propias de este viaje interior y exterior que tendrá un fuerte impacto emocional y cambiará por siempre sus perspectivas y, en definitiva, los caminos de su vida.