"El suplente": el camino del héroe.
De corte neoclásico, la nueva película del realizador de "Refugiado" se interna, a través de un profesor porteño, en los conflictos de un grupo de alumnos de un secundario del conurbano.
Ingresar y experimentar un mundo que se desconoce, con sus reglas y códigos particulares, es un clásico de la narración oral, escrita y filmada. El cine ha sabido aprovechar ese arco narrativo en infinidad de ocasiones, con intencionalidades y resultados diversos. El nuevo largometraje de Diego Lerman, que participó de la competencia oficial del Festival de San Sebastián hace apenas algunas semanas, forma parte de ese universo audiovisual gigantesco, aunque las características de la trama lo encierran en un conjunto más acotado: el de aquellas películas que entienden los desafíos de un maestro o profesor como si se tratara de un viaje iniciático. Un ida y vuelta en el cual el adulto a cargo de la enseñanza de un grupo de alumnos termina aprendiendo algo, bastante e incluso mucho de ellos. Desde luego, El suplente no es una reversión de Semilla de maldad o alguno de sus derivados, aunque la influencia de un film como Entre los muros resulta evidente, más allá de las diferencias culturales entre la escuela francesa del film de Laurent Cantet y el secundario de Dock Sud donde transcurre parte de la historia.
Con gran capacidad expresiva, aunque casi siempre contenido, Juan Minujín se transforma en Lucio, un docente universitario con alguna novela publicada en el pasado que, por razones no explicitadas –aunque se adivina una necesidad económica–, acepta un cargo como profesor suplente de literatura en una escuela de un barrio de bajos recursos. El alumnado adolescente lo recibe como suele ocurrir en esos casos: abulia, hastío, abuso de teléfonos celulares, alguna burla solapada. Uno de los chicos incluso se pasa las clases durmiendo, aunque, como explica una compañera, eso se debe a que trabaja por las noches. Separado de su pareja, con quien tiene una hija a punto de ingresar en la secundaria (Renata Lerman, hija del realizador, ganadora del premio a la mejor actuación de reparto en el festival donostiarra), la vida de Lucio tal y como es presentada parece atravesar un período de estancamiento. Ni siquiera las visitas a su padre, a quien todos llaman “el chileno” (el chileno, por supuesto, Alfredo Castro), un hombre dedicado a sostener un comedero barrial, parecen sacudir su actitud un tanto resignada.
“¿Leíste el Facundo? Bueno, bienvenido a la barbarie”, le dice una de las nuevas colegas en la sala de profesores. Pero cuando las clases parecen congeladas en las lecturas “de taquito” y los ejercicios de escritura de rigor se produce el ingreso de gendarmes en la escuela: la venta de drogas en los pasillos y baños ha llegado a ese punto de descontrol. De un tiempo a esta parte, y dejando de lado sus primeros esfuerzos en películas como Tan de repente, Diego Lerman ha construido un estilo enraizado en el naturalismo social, evidente en relatos como los de La mirada invisible, Una especie de familia y Refugiado. El suplente no es la excepción y el seguimiento del protagonista con una cámara bien cercana, más el uso notable de las locaciones, le aportan al film un aire definidamente realista que, desde luego –aunque nunca esté de más la aclaración–, no es otra cosa que una construcción cinematográfica.
De corte neoclásico, el camino del héroe incluye la relación cercana con uno de los alumnos, quien a pesar de las dificultades del entorno demuestra tener potencial y humanidad, y el enfrentamiento indirecto con un narco de la zona cuyas aspiraciones políticas amenazan con destruir los cimientos de la pequeña comunidad. El guion de Lerman, María Meira y Luciana de Mello parece por momentos deslizarse hacia el terreno del voluntarismo, pero es lo suficientemente inteligente como para no caer en esa trampa, gracias a la circulación constante de subtramas y a la interacción de Lucio con los personajes secundarios: una hija en estado de rebeldía, un padre enfermo, una alumna con capacidades y disposición para los estudios terciarios frenada por las circunstancias. El suplente perfectamente podría haberse llamado “El futuro”.