Hay algo en esta película de simetría con La mirada invisible, la película más exitosa de Lerman a la fecha: ambas transcurren en un secundario, ambas tienen a figuras de poder sobre los estudiantes (una preceptora en La mirada..., un profesor suplente en esta) como núcleo. Pero aquella hablaba de un colegio de elite y esta, de uno poco favorecido; aquella, de 1982; esta, de 2022. El juego entre ambas puede mostrar, también, qué (nos) ha pasado en cuatro décadas: aquí tenemos a un estudiantado con poco interés, un profesor que trata de conducirlos a un lugar interesante y provechoso, y la violencia -el narco, ni más ni menos- campeando alrededor de los chicos. Minujín lleva a su personaje con soltura: es obvio que lo conoce bien y sabe construirlo. Lerman pinta ese universo con matices a veces hiperreales. El film funciona. Pero también cae en simplificaciones y estereotipos que intentan buscar cierta épica. Aún con sus sombras, hay algo allí que merece verse.