Cine de terror a la antigua con Ethan Hawke
La productora especializada en cine de género Blumhouse realiza un efectivo film con estética de los años setenta que tiene todos los ingredientes para convertirse en clásico.
Estamos en los años setenta social y cinematográficamente, la violencia es moneda corriente en los vínculos sociales: bullying en los colegios, padres golpeadores y pervertidos que secuestran niños con el fin de torturarlos. El mal está a la orden del día y la policía siempre tarda en llegar.
El teléfono negro (The Black Phone, 2022) replica la estética de los films que tienen a La masacre de Texas (Texas Chainsaw Massacre, 1974) en el horizonte. Un territorio áspero y cruel para que Finney (Mason Thames) haga sus primeras armas de defensa en la escuela. El film, como los de antes, se toma el tiempo para describir los vínculos del niño de 13 años, ya sea el hostigamiento recibido por el protagonista por parte de sus compañeros de colegio, como la cercana relación con su hermana Gwen (Madeleine McGraw), quien tiene una capacidad sobrenatural para visualizar eventos traumáticos.
Cuando Finney es capturado por el “payaso de los globos negros”, como se describe en el vecindario al raptor de varios niños desaparecidos, entramos junto con él al sótano donde estará incomunicado la mayor parte de la película y solo recibirá los consejos de fuga de un antiguo teléfono negro que cuelga de la pared.
Ethan Hawke posee unas truculentas máscaras dando lugar a un siniestro personaje que devuelve algunas de las mejores imágenes del terror contemporáneo. Dirigida Scott Derrickson (El exorcismo de Emily Rose y Siniestro) todo un experto en la materia, la historia ideada por Joe Hill posee un clima sórdido donde la violencia puede interrumpir en cualquier instante manteniendo al espectador atento a cada minuto.
El teléfono negro es una película redonda, de esas que cumplen su cometido de asustar, sorprender y capturar la atención, pero también es el tipo de film que hace una segunda lectura sobre el acoso escolar y la necesidad de la autodefensa en tiempos donde esa agresión se naturalizaba. Perder el miedo y enfrentar la adversidad eran las únicas herramientas para superar los traumas.
Derrickson juega con elementos fantásticos con las apariciones de fantasmas pero siempre desde una lógica realista, que no abusa de los efectos especiales en ningún momento y genera mayor temor de lo que puede llegar a ocurrir. Paredes manchadas, descascaradas, ayudan a construir el clima claustrofóbico, con una paleta de colores ocre propio del cine de esa época y flashbacks que simulan ser filmados en 16mm, para borrar toda percepción vintage y darle al film una matriz macabra de principio a fin.