"El teléfono negro", con Ethan Hawke: thriller claustrofóbico y sobrenatural.
Un chico que es golpeado en su casa y en el colegio termina secuestrado en un sótano por un villano que sólo parece buscar su goce personal.
Desde que alcanzó relevancia internacional en 2009 gracias a Actividad paranormal, la productora Blumhouse –hasta entonces especializada en telefilms y documentales para televisión– ha sido una de las principales usinas creativas del cine de terror contemporáneo. Las películas realizadas bajo el paraguas de la compañía fundada por Jason Blum se caracterizaron, en una primera etapa, por su impronta artesanal, el intento de escapar de los lugares más comunes del género, arcos dramáticos que se desarrollan sin apremios y la creencia innegociable de que los mejores sustos provienen menos de los golpes de efecto que de la capacidad de crear mundos acechados por lo sobrenatural, con La noche del demonio, Sinister y Oculus: el reflejo del mal como principales exponentes. A excepción de lo sobrenatural, esas características se prolongaron en el tiempo, con el condimento de una pátina abiertamente política, como demuestran ¡Huye!, Ma y la saga The Purge. Flamante producción de la casa de Blum, El teléfono negro recorre sendas muy similares a las de aquella primera etapa, aunque los elementos fantasiosos –y fantasmagóricos– entran con fórceps.
El director angelino Scott Derrickson ya había demostrado tener buen pulso narrativo para el género en El exorcismo de Emily Rose y la mencionada Sinister, dos películas con las que El teléfono negro tiene varios puntos de contacto. Una introducción donde, más que miedo, se respira un aire siniestro ubicuo, por ejemplo. Es el que emana la rutina de Finney (Mason Thames), a quien en el cole le pegan de lo lindo y en casa… también: papá enviudó hace un tiempo y cuando no está ocupado emborrachándose, faja a su hijo y a su hermana Gwen (Madeleine McGraw). Y lo hace con una crueldad inusitada en estos tiempos lavaditos, congestionados de películas y series que, siguiendo la huella de Stranger Things, limitan los descubrimientos infanto-juveniles a cuestiones como la amistad y el amor. Las referencias iniciales para Derrickson no pasan por las fábulas del producto estrella de Netflix, pues lo suyo está más cerca de It. Que la acción transcurra a fines de los ’70, en el interín de los dos periodos temporales que abarca la novela de Stephen King, abona esa filiación, así como también el hecho de que una de las escenas culminantes parezca un calco del primer secuestro.
Acá también hay secuestros, aunque no pergeñados por un payaso sino por un hombre (Ethan Hawke) que viaja en una camioneta negra y suelta globos luego de apresar una nueva víctima. Globos negros en lugar de los rojos de su “colega”. De ese hombre –que cubre su rostro con una máscara y sus intenciones delictivas, con modales suaves y voz afectada– no se sabe absolutamente nada, ni siquiera su nombre (lo apodan "el raptor"), transformándose así en uno de esos villanos sin motivación alguna más allá de la búsqueda de un goce personal. Uno a uno irán cayendo varios amigos y compañeros de Finney, entre ellos el único que lo defiende en el colegio. Con él desaparecido, vuelve a cobrar de lo lindo en el patio. Cuando su hermana quiera defenderlo, termina en el piso, llorando a mares y con la boca molida a patadas.
Hasta aquí, entonces, se trata de una película cruel, sádica, oscurísima sobre la niñez. Lo paradojal es que eso dura hasta que Finney termina adentro de la camioneta negra primero y encerrado en un sótano después, es decir, hasta la situación que podría deparar las dosis más altas de violencia. Aquí Derrickson echa mano al viejo truco de los fantasmitas parlanchines ávidos de venganza, quienes para colmo son más buenos que Lassie y ayudan a Finney –que se ensucia más cuando le pegan los compañeritos que después de secuestrado– hablándole a través de un teléfono desconectado. El teléfono negro se convierte así en un thriller claustrofóbico con eje en los intentos de escape de ese sótano, mientras la hermana aporta lo suyo mediante sueños y visiones. La perversión se esfuma con los últimos globos negros.