Los fans del cine de género siguen muy de cerca lo que hace el director Scott Derrickson. El hombre, que dirigió Doctor Strange para Marvel-Disney, es responsable de la aterradora Sinister, en la que Ethan Hawke arrastra a su familia a una casa siniestra siguiendo los pasos de un asesino, y de su inspiración. También dirigió El exorcismo de Emily Rose, otro hito del horror cruzado con policial.
La expectativa por esta nueva película, en la que vuelve a trabajar con Hawke, era altísima, más porque es la adaptación de un relato de Joe Hill, el hijo del rey Stephen King, con un guión co escrito por Derrickson.
El teléfono negro regala una experiencia a la altura de esas expectativas. Como escribía la crítica española Desirée Fez en El Periódico, las películas de Derrickson, dan miedo en serio, algo que no sucede con buena parte de la producción del cine de terror contemporáneo. Eso vuelve a producirse en Black Phone, que instala la ominosa presencia de lo maligno en lo cotidiano, con el marco de los setenta en Denver, Colorado, tierra natal del realizador.
El mundo donde crece Finney (Mason Thames, quererlo es poco), un escenario de adultos y pares violentos. Los bullys en la escuela, el padre borracho en la casa y, en la calle, la amenaza de un secuestrador de chicos. The Grabber/El raptor (Ethan Hawke) es un mago con galera y globos (negros), una presencia que se desliza entre los callejones, los baldíos alambrados, los muros con fotos de chicos buscados.
Derrickson enhebra los traumas y los miedos a cosas de este mundo con lo sobrenatural, anclado en elementos potentes, reconocibles, inscritos en la cinefilia del espectador (desde el expresionismo alemán al piloto amarillo de It). Con una fotografía basada en la media luz, que homenajea al terror setentero (La masacre de Texas, de ese tiempo y lugar, es referencia explícita). Con un guión que, en lugar de acelerar golpes de efecto y acumular sustos que terminan por desgastar, prefiere tomarse su tiempo. Con un uso del fuera de campo, de la edición entre imágenes de distinta textura (sueño, realidad, pasado, presente) que enaltece una narración para audiencias inteligentes.
Hay una hermana que sueña cosas que pasan en la realidad, un don o condena heredado de su madre, mujeres brujas. Pero también aparecerá, como refugio entre tanta violencia, una red de impensada solidaridad, mientras la habitación en la que Finney está atrapado también puede y debe entenderse como un paradójico refugio. El cuarto oscuro, en el que hay un viejo teléfono. Un cable (cortado) como esperanza para chicos secuestrados en el infierno de los grandes, la pesadilla real. Mientras el protagonista enfrenta a una máscara de sonrisa siniestra. Un rostro que cifra lo que mejor no conocer de cerca.