Tres personajes en un plan minimalista
La economía narrativa y de situaciones no le quita atractivo a una película que retrata a una pareja gay y el tercero del título, una suerte de crónica de un levante gay en tres movimientos, relatada en un tono medido y sin excesivos subrayados.
Otra muestra del fenómeno conocido como “nuevo cine cordobés”, que invadió el último Bafici, El tercero es la segunda película de Rodrigo Guerrero, de quien un par de años atrás se estrenó su ópera prima, El invierno de los raros. En términos estéticos, la película de ese origen de la cual El tercero parece más próxima es Salsipuedes (Mariano Luque, 2011), por la adhesión de ambas al minimalismo. Escasos actores (tres, aquí, y ni uno más), un único decorado (un camping, allí; un departamento urbano, aquí), cero música incidental y un número contado de planos fijos. La diferencia es que mientras en el film de Luque los encuadres reproducen, en su encierro y fragmentación, la situación en la que se halla la protagonista, en El tercero responden a una simple cuestión de economía narrativa: si un único encuadre muestra lo que se quiere mostrar, para qué cortar o mover la cámara.
Todo transcurre en un único ambiente, con personajes de los que ni se revela su nombre.
Es absolutamente coherente que el tema de cierre, que se escucha sobre los créditos finales, sea de Daniel Melero, él también un notorio minimalista pop. De pop tiene mucho el opus 2 de Rodrigo Guerrero, aunque más no sea por los colores del departamento de los innominados protagonistas, pareja gay de treinta y largos y con seis años de convivencia. La fotografía de Gustavo Tejeda, de tonos brillantes, se acopla al estilo de ese interior, por lo demás prolijísimo y de tonos tan cuidados, que hasta una colección de libros en la biblioteca presenta colores en degradé. ¿Será que los personajes de Carlos Echevarría (recordado por sus trabajos en Garage Olimpo, Como un avión estrellado y, más recientemente, Ausente) y Nicolás Armengol (recordado por haber sido... pareja de Pampita en Bailando por un sueño 2008) compran libros por una cuestión estética, más que literaria? No se sabe, y está bien que así sea.
Es que el minimalismo es una estética del rigor, y parte del rigor tiene que ver con no “meter” datos de afuera: ocurre lo que se ve, y lo que no se ve no entra. Una forma de materialismo, entonces, manifestada en el apego por los puros hechos. “Ya no me importan las cosas del sentido”, dice Melero en el tema del final, y la letra parece escrita por Guerrero. El tercero se desentiende por completo de metáforas, subtextos o indicaciones de sentido. Va “a los bifes”, tanto como lo hacen los tres protagonistas, al principio y al final de la película. “Crónica de un levante gay en tres movimientos”, podría subtitularse el film de Guerrero. El comienzo es allegro molto, con una escena de webcam en la que Fede se muestra ante al personaje de Armengol, hasta quedar en calzoncillos. Guerrero reproduce el chat entre ambos en tiempo real, característica de cada uno de los movimientos del film. Como en todo chateo de levante, el lenguaje no se caracteriza por lo alusivo. “Tocate un huevo”, le pide Armengol a Fede. “¿Te gusta la pija?”, indaga.
Quedan en cenar en lo de Armengol y su pareja, el personaje de Echevarría. Allí la cosa se pone moderata, consecuencia de la timidez de Fede y cierta mala onda de parte del personaje de Echevarría (qué incómodo es esto de que los personajes no tengan nombre...), que el vino blanco ayuda a disipar. Los tres son burguesitos, aunque no se sepa a qué se dedican (sólo la coda mostrará que Fede estudia arquitectura). Guerrero incluye un diálogo que revela esa condición. Echevarría le reprocha a Armengol que haya cocinado remolacha, que nadie come, y el otro contesta que la tiran y listo. “No me vas a venir ahora con que en Somalia los chicos no tienen para comer.” “Hay chicos en Argentina que tampoco”, lo pone su novio en su lugar. La circulación etílica vuelve vivace el previsible final, con los protagonistas probando en la cama, durante más de quince minutos, todas las combinaciones posibles de tres en tres.
Que haya varios orgasmos y terminen con un enérgico “trencito” no quiere decir que de la cintura para abajo se vea algo. ¿Autocensura? No, lógica de la puesta en escena, que en toda la película jamás corrige el encuadre y no incluye un solo insert. Happy end mañanero, promesas de reencuentro y la pregunta que algún espectador se hará: ¿qué cuenta El tercero, más allá de esos ratos escasos, esos diálogos sobre nimiedades, cuya única función es hacer tiempo hasta llegar a la cama? Responde Melero (o Guerrero): “No hay historia, apenas gestos”. Gestos y fugacidad. Se sabe lo que pasa en 65 minutos, el resto no.