Mucho con poco
Todo comienza con un chat por MSN, en el que directamente lo que se ve (y lee) es sexo virtual. Y luego con una cita: Fede (Emiliano Dionisi), un pibe bastante joven, acuerda encontrarse con Hernán (Carlos Echeverría) y Franco (Nicolás Armengol), una pareja gay mayor que él, en el departamento que comparten los dos últimos. Allí va Fede, a cenar con Hernán y Franco, y todo terminará en una noche de sexo entre los tres. El día después, se despiertan juntos, Fede se ducha, se cambia, sale del departamento junto a Hernán y Franco, se despiden y Fede va a la facultad. Pero hay algo que evidentemente cambió para él, para bien, en el mejor sentido. Lo que se cuenta es la totalidad del relato que desarrolla El tercero, pero eso, contrariamente a lo que el lector y/o potencial espectador creería, no le va a restar disfrute. Es que lo que importa en El tercero es tomar esa porción de espacio-tiempo y los tres cuerpos que lo habitan para contar una historia de descubrimiento, de exploración propia y del otro.
Lo primero que hay que reconocerle a Rodrigo Guerrero, en su segunda película luego de El invierno de los raros, es que se nota desde un comienzo que tiene en claro lo que quiere contar y los medios para hacerlo. Es notoria en El tercero la interacción entre la configuración del guión, situado casi en su totalidad el departamento de Hernán y Franco, y el presupuesto, indudablemente pequeño y acotado. Pero el realizador tiene la inteligencia para que eso se convierta en una virtud en vez de un defecto, para que sume y no reste. En el film se nota una depuración con los diálogos, que comienzan en un tono casi intrascendente, tímido, típico de las personas que se están conociendo, para ir adquiriendo profundidad y estableciendo las tensiones de forma directa pero sin perder consistencia, acrecentando la solidez de los personajes, que van estableciendo un vínculo con el espectador.
Lo segundo que se le debe reconocer al realizador es que va cimentando con precisión una poética propia de la sexualidad, que termina de concretarse en el encuentro sexual, que dura unos quince minutos y está resuelto con sólo un puñado de tomas, en las que el montaje se da en el plano, apostando no tanto a la exhibición de los cuerpos, sino al placer generado en los protagonistas por el contacto entre ellos. En el cine argentino hay talento para filmar, pero muchas veces, a la hora de poner el sexo en la pantalla, hay poco hincapié en el disfrute, en la celebración de los cuerpos encontrándose. Ahí es donde El tercero surge como un soplo de aire fresco, ya que además evita la lectura política burda: no se reivindica la homosexualidad, sino la sexualidad y el deseo, que en este caso es entre tres hombres. Eso, por ende, termina convirtiendo al film en político.
El tercero tiene poco para contar, pero ese poco es importante. Dura algo más de sesenta minutos, que sin embargo pesan tanto en los protagonistas como en el espectador. Para muestra de esto vale el plano final, que le da el tiempo justo al rostro de Fede para que transmita lo que sintió, siente y espera sentir. Esa satisfacción y ansiedad se proyectan con potencia inusual, dejando con ganas de más. Que quede la necesidad de conocer más sobre tres personas de las cuales se recortó apenas un pedazo de sus existencias es otro mérito de El tercero, y no viene mal reconocérselo a Guerrero.