El título original de “El territorio del amor” es menos atractivo, aunque quizá más significativo: “L’autre continent”, el otro continente, pero no porque buena parte de la historia transcurra en Taiwán, con el romance de una parejita de guías turísticos franceses que allí se conocen. Ella sabe holandés y algo de mandarín. Él es políglota, un auténtico nerd concentrado en el estudio. Por más linda, franca y predispuesta que ella sea, le costará llevarlo a la cama. Pero lo llevará. Serán felices, al menos en el primer tercio de la película.
Dos traumas afectan la relación: un aborto acordado para seguir trabajando, y la casi inmediata leucemia grave y acelerada que afecta a uno de los miembros de la pareja. El tratamiento será en Estrasburgo, con pronóstico harto reservado. “La medicina que mejor le hace es el amor que usted pone”, dice un médico. “Déjese de basura católica”, responde la otra parte. Pero después vemos que va a rezar a la iglesia. ¿Sucederá un milagro? Esta no es una película religiosa. Tampoco es un melodrama tipo “Love Story”. Porque hay un temor casi tan grave como la muerte, y es la recuperación con secuelas. Ahí calza justo el título original. ¿Hasta dónde llega la capacidad de contener a la otra parte? ¿Y hasta dónde podrá llegar la recuperación?
Película pequeña, bien cuidada, que de un modo suave plantea cuestiones graves, “El territorio del amor” nos reencuentra con Déborah François, la delicada actriz belga descubierta cuando adolescente por los Dardenne para “El niño”, y nos permite conocer a Romain Cogitore, un autor poco difundido, que se toma sus tiempos para preparar bien las cosas. Su anterior largometraje data de 2011, “Nos résistances”, nuestras resistencias, centrada en 1944, el último año de la Resistencia, y sería interesante conocerla.