I…como Icaro
Basado en hechos reales este filme israelí, cuyo titulo original “Ha edut”, que en traducción real sería “El Testimonio”, mucho más acorde al texto, narra un doble viaje que realiza un investigador, la indagación versa sobre una masacre ocurrida durante la Segunda Guerra Mundial, en 1945.
Tal como lo plantea el personaje es la importancia en la búsqueda de la verdad. Lo que nunca podría haber supuesto es que esa misma pesquisa trastocaría su propia historia.
Por un lado, un viaje retrospectivo en la historia de la humanidad, puntualizando en ese hecho en particular a sus padres, que son sobrevivientes. Por otro, y a partir que se le revelaran verdades que nunca hubiese querido saber, nuestro héroe comienza un viaje introspectivo extremadamente doloroso.
Todo transcurrió en un pueblo de Austria, el asesinato de 200 judíos, días antes de ser liberados del campo de trabajo donde se encontraban prisioneros. Enterrados en una fosa común, que nunca fue hallada, el gobierno de Austria quiere construir edificios
Yoel (Ori Pfeefer) es el historiador, lidera la comisión investigadora ya que se ha especializado en el holocausto. Su tarea es intentar posponer la construcción hasta descubrir la fosa común.
La característica principal del personaje es ser un religioso ortodoxo, equilibrando durante toda su vida de adulto, en esa doble faceta de científico y hombre de fe. La misma que se ira desestructurando a medida que avanza en busca de esa verdad.
De estructura clásica, de progresión dramática lineal, con una idea de montaje acorde a la estructura planteada y al género dramático al que adscribe.
Sin demasiadas exploraciones estéticas, la dirección de arte, específicamente la fotografía al servicio del texto, en tanto la puesta en escena las posiciones de la cámara y los planos elegidos para contar plantean de manera permanente un doble juego de especularidad. Los testimonios que va recogiendo se muestran reflejados en la figura de Yoel, ya sea a través de un vidrio o devueltos por un espejo.
En tanto el diseño de sonido, la banda misma, está siempre presente como anticipando una tragedia, un sonido penetrante, agudo, hasta por momentos insoportable. Si bien la resolución y los puntos de quiebre parecen querer homologar al cine de Hollywood por la sensación de efecto que intenta producir en el espectador.
Simultáneamente, va envolviéndolo de manera tal que participe de las distintas tramas en la que se sostiene la producción.
Si bien todo el peso de la narración en tanta actuación parece estar sobre las espaldas de Ori Pfeefer, los papeles secundarios son de importancia vital para que él lo consiga, a punto tal que no parece que estén actuando, y esto es todo un logro del director
No existen en la película tiempos muertos, nada es superfluo, el desarrollo es constante, consigue demostrar que de uno de los tiempos más negros de la humanidad no todo ha salido a la luz, y que la misma se va conformando paralelamente con las historias individuales.
(*) Realización de Henry Verneuill, en 1979.